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Felix odiaba la vida en el palacio, detestaba la monotonía con la que transcurrían los días, que se le antojaban eternos entre las mismas paredes tapizadas de siempre y conformaban una rutina minuciosamente ensayada, como si se tratase de la puesta en escena de un espectáculo de títeres. Cada mañana el rubio príncipe abría sus ojos sabiendo con exactitud lo que le esperaba en las siguientes horas, la soledad de su estudio, el silencio sepulcral de los pasillos, roto solo por los ligeros pasos de los sirvientes, que se deslizaban con temor sobre los pulidos pisos de mármol mientras intentaban no producir ni el más mínimo sonido para evitar la ira del malhumorado rey, que detestaba el ruido, y cuando anochecía, la infaltable presencia de su tutora Jihyo, susurrándole con voz suave y casi hipnótica, el mismo discurso que le solía recitar cada noche justo antes de dormir desde que era un niño, como si se tratara del cuento más tedioso que poseía en su repertorio.

Escuche príncipe, hace más de cien años sus ancestros levantaron este reino a base de sangre, sudor y lágrimas, ahora tu deber como heredero al trono es defender su legado y proteger la paz de Levanter a cualquier precio, sin importar que tan alto sea.

Como si no lo supiera.

A medida que el tiempo corría y la fecha de la coronación se acercaba, la presión sobre Felix aumentaba, su lista de pendientes se extendía hasta casi no tener fin, una enorme pila de documentos reposaba en su escritorio y no hacía más que crecer a un ritmo acelerado. No cabía duda de que el joven príncipe estaba habituado a las reuniones, al ambiente de protocolo y ensayados modales, después de todo para eso había sido educado, y aun así Felix se encontró cada día odiando más los formalismos y tareas banales que se le otorgaban. Estaba harto de dar visitas a los sastres encargados de tomar sus medidas y diseñar el traje para su nombramiento como rey, no tenía ningún interés en que color resaltaba más sus ojos azabaches, ni que corte favorecía más su cintura estrecha, enviar invitaciones tampoco era de su agrado, ya que no conocía ni a la mitad de las personas que asistirían a la ceremonia y ni hablar de la interminable lista de princesas que venían desde sus lejanas tierras con la intención de ganar su corazón y convertirse en reinas.

Una cosa que definitivamente llamaba la atención del rubio era el hecho de que, si bien había estado anormalmente ocupado con sus deberes, había algo que faltaba y él consideraba esencial, especialmente a solo meses del cambio de gobierno. Hasta la fecha, Felix no se había reunido ni con los ministros, ni con los funcionarios, tampoco con los jefes del ejército, ni siquiera le habían permitido hacer una revisión de las leyes y decretos vigentes, y no es como si no estuviera capacitado para dichas labores, al contrario, el príncipe estaba bien versado en política, estrategias militares y geografía, tal como se esperaba del heredero al trono de Levanter, quien nunca fallaba en cumplir con las expectativas depositadas en él.

El joven heredero comenzaba a creer que el cambio de gobierno se trataba de nada más que un teatro, como solía serlo todo en su vida, un libreto escrito desde antes de su nacimiento, el cual estaba obligado a seguir sin cuestionamientos. Incluso si intentase convencerse de lo contrario, sería un necio si se negara a darse cuenta de que lo que él pensara, era irrelevante. Felix no tenía nada que le perteneciera, ni el trono, ni el reino, ni su propia voluntad.

Una tarde especialmente ajetreada, el rubio príncipe reposaba sus piernas descuidadamente sobre su caro escritorio en la comodidad de su estudio, ajeno a la agitación en los corredores, sus ojos ardían por las largas horas que llevaba leyendo documentos carentes de información relevante y reportes poco detallados sobre la actividad de un supuesto grupo rebelde formado recientemente en la zona más alejada de la capital. Se permitió tomar un descanso de su lectura, que de cualquier forma era absurda y sin sentido, ya que su única tarea era firmar los papeles como muestra de que fueron recibidos, si él conocía o no el contenido de lo que firmaba no tenía la más mínima importancia.

one last adventure | hyunlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora