Capítulo 1
Fabiola se quitó los zapatos apenas entrar a su nueva casa, se sintió extraña llegando a lo que sería su hogar de ahora en adelante. Se hallaba abatida, pero sabía que era lo mejor, venía de firmar el divorcio de su ahora exesposa Greta. No imagino que cinco años después de haberse casado completamente enamoradas, ahora estuvieran separadas.
Se dirigió a la habitación y dejo los zapatos en su lugar, luego se dirigió a la cocina por un vaso, tomo la botella de whisky que tenía en la alacena y se sirvió lo suficiente para no volver por más. Se encamino al sillón con la bebida en mano y se dejó caer en él dando un suspiro y sintiendo un nudo en la garganta. Tomo un trago y el alcohol le quemo a su paso, pero era lo que necesitaba para relajarse, algo fuerte para lo que aún sentía por Greta.
En silencio escapo una lagrima por su mejilla y se la seco rapidamente con la mano, ya no quería llorarle, ya no debía, era una tonta por hacerlo. Únicamente era ella la que sufría, Greta hacía mucho que había dejado de amarla, de quererla, de ser importante su vida, había dejado de ser su sol y otro era quien alumbraba sus días y los llenaba de alegría.
Volvió a dar otro trago, esta vez cerro los ojos para recordar el momento en que encontró a Greta besando a una colega suya en el estacionamiento del hospital en el que trabajaba. Fabiola había ido a esperarla con un ramo de flores, era cumpleaños de Greta y la llevaría a cenar para festejarlo, pero en lugar de ser Greta la sorprendida, fue Fabiola la que se llevó la mayor sorpresa. Las dos se besaban detrás del auto de Greta y Fabiola estuvo en primera fila para verlo, escuchar sus risas y sentir como algo dentro se rompía, al tiempo que se llenaba de dolor y de rabia.
Fabiola se aferraba a eso para odiarla y que ya no le doliera, pero lo cierto es que solo se lastimaba aún más, era masoquista. Esa noche fueron a casa y a pesar del dolor que Fabiola sentía, tuvo la serenidad suficiente para escuchar la explicación de Greta.
―No pude evitarlo ― explico mirándola a los ojos ―. De pronto deje de quererte, me enamore de ella.
― ¿Porque no me lo dijiste?
―No encontraba la manera de decírtelo.
― ¿Fue mejor que las encontrara? ¿Hace cuánto que sales con ella?
Greta la miro a los ojos y tardo en responder, Fabiola presentía que hacía un tiempo que la engañaba.
―Desde hace cuatro meses ― murmuro.
Fabiola rompió a llorar, hacía meses que era una cornuda, pero hasta ese momento entendió la negativa de su esposa en querer mantener relaciones sexuales con ella, desde ese tiempo, Greta buscaba cualquier excusa para evitarla y escapar de ella.
― ¿Es porque subí una talla? ¿Es por eso? ¿Porque aumente de peso?
―No, no es nada de eso ― respondio Greta llena de culpabilidad al ver los ojos castaños tristes ―. Realmente no sé qué pasó.
― ¿Hice algo mal?
―No.
Fabiola no le creyó, ¿porque había de creerle a una mujer que la había engañado por cuatro meses con otra mujer? Quizas se debía a que no era tan bonita como su amante, ni compartían una profesión, pero antes de ser novias, encajaron a la perfección y ahora, parecía piezas de rompecabezas diferentes.
― ¿Quieres que me vaya? ― le pregunto Greta al ver que Fabiola se había quedado callada y miraba a la nada.
―No hace falta, no tiene caso ¿Cómo has podido dormir tan tranquilamente durante estos cuatro meses, sabiendo que me engañas?
Greta no dijo nada, solo bajo la cabeza avergonzada, ya de nada le servía pedir disculpas, el daño estaba hecho.
―Dormiré en la otra habitación ― dijo con voz derrotada y cansada ―. Puedes irte o quedarte. Me da igual.
―Vamos a divorciarnos ¿Verdad?
―Sí, Greta. Serás libre para ir con quien amas ¿Tiene algún sentido que yo te retenga?
―No.
― ¿Hará que me ames si me aferro a que solo es algo pasajero?
―No.
―Hazlo todo tu, tú lo iniciaste, tú lo terminas. Cuando tengas todo listo firmare.
Greta se fue de la casa esa misma noche, Fabiola tampoco le pregunto a donde iba, sabía perfectamente bien que se iba con la otra. Esa noche lloro y lloro, no hizo más que revolcarse en su dolor, pero nada podía hacer, no se podía obligar a nadie a querer.
Unas semanas más tarde, Greta tenía todo listo para el divorcio y como la casa la habían comprado entre las dos, la vendieron para dividirse el dinero y de esa forma tomar cada una su rumbo por caminos diferentes.
Además del divorcio, Fabiola tuvo que pasar por la amarga experiencia de decirles a sus padres que se divorciaba. Ellos nunca estuvieron contentos con su matrimonio, así como tampoco dejaron que celebraran una boda demasiado grande y llamaran la atención.
―Esos matrimonios nunca demoran ― le dijo su madre.
―Lo normal es que un hombre y una mujer estén juntos tal y como lo dice Dios ― secundo su padre.
Ese fue todo el apoyo que recibio de ellos, así que no volvió a decirles nada de lo que estaba pasando, se quedó callada y se guardó dentro todo lo que estaba cargando. Por eso ahora, ahogaba su pena en whisky, habitando una nueva casa y con días libres por delante gracias a unas vacaciones que pidió para ir de paseo con Greta a unos de los lugares turísticos que deseaba ir, ese sería su regalo de cumpleaños final, pero ahora todo se había disuelto como agua entre sus manos.
Cuando se terminó la bebida, ya se encontraba un poco mareada, apago las luces y se dirigió a su habitación para darse un baño, había sido un largo día y lo serían aún más en los días siguientes.
Una vez acostada en la cama, no logro conciliar el sueño, el baño había despejado el sopor del alcohol y ahora no hacía más que dar vueltas. Después solo se quedó mirando el techo, cuando le sucedía eso, Greta era quien la hacía dormir, le acariciaba la cabeza y resultaba ser muy buen remedio para que se durmiera y dejara dormir. Pero, hora, tendría que recurrir a su vieja costumbre de cuando era soltera. Encendió el pequeño altavoz que tenía en el buró a lado de su cama, lo puso a volumen bajo en una de las tantas estaciones que había y cerró los ojos escuchando una canción que ni siquiera conocía, lo que importaba era que había alguien al otro lado cantando, arrullándola sin siquiera saberlo.
Acostumbrarse a despertar sola luego de cinco años de compañía, no le resultaba fácil, pero era lo que tenía, tampoco es que Greta la hubiese abrazado mucho por las noches como cuando antes, simplemente se habían limitado a compartir cama como amigas y nada más. El pequeño alta voz seguía encendida y sonaba la misma canción con la que se durmió. Fabiola dio un bostezo y se estiro cuan larga era, tenía pereza, últimamente se encontraba sin ganas de hacer nada y todo le daba igual.
Cuando se vendió la casa, se encontraba activa y guardo todas sus cosas rapidamente, pero ahora que tenía un nuevo hogar, la mayoría de sus cosas seguían en las cajas, solo los muebles más imprescindibles se encontraban en su lugar. Sus libros, aún seguían en cajas, al igual que la televisión y el estéreo, Greta decidio dárselos, pero Fabiola ya imaginaba que no los necesitaba porque de seguro en casa de su amante no los necesitaba, así como tampoco se vio en la necesidad de buscar donde vivir.
Fabiola tambien se llevó los vasos, platos, cucharas y los artículos de cocina, pero también se encontraban sin salir de las cajas, desde que se mudara no había cocinado, solo tenía disponibles, un vaso, una taza, una cuchara y la cafetera en la cual se preparaba el café todas las mañanas. Como no iba a trabajar en esos días se levantaba tarde, a eso de las diez y de allí se sentaba a la mesa de la cocina a beberse el café con toda la calma del mundo, se levantaba a casi a la una de la tarde, pues su mente divagaba en cosas que pudieron derivar a que su matrimonio terminase.
Una vez que lavaba la taza y se levantaba de la silla, se paraba frente al espejo que había en el baño y se miraba por largo rato, buscando los defectos de su cuerpo, estaba más gorda que cuando se casó y la verdad es que nunca había sido bonita, tampoco es que se considerara fea, pero tal vez los años habían logrado matar la poca gracia que tuvo.
Fabiola tenía treinta y cinco años, ya no era tan joven y su vida era sedentaria, pasaba la mayor parte del tiempo sentada frente a una computadora, rodeada de papeles y llevando la contaduría de varias personas en el despacho contable de su padre. Muchas veces llegaba a casa más tarde que Greta, en especial los fines de mes, que era cuando debía de tener todos y cada uno de los trabajos terminados. En esos últimos días no tenía tregua y por eso terminaba con dolor de cabeza y de espalda, deseando solo dormir.
La verdad es que Fabiola aceptaba que no era tan activa y con tanta energía como Greta, pues su exesposa, siempre hallaba el momento y la hora para hacer ejercicio, manteniéndose siempre en el peso ideal, pero lo cierto era que a ella le costaba mantener ese ritmo, sobre todo porque a veces era ella quien tenía que hacer la limpieza de la casa, cocinar, lavar la ropa y demás cosas que Greta simplemente dejaba al olvido o daba por sentado que ella haría sin más.
Fabiola nunca le dijo a Greta lo mucho que le molestaba que dejara la toalla que usaba para secarse después del baño, amontonada en el lavabo, en lugar de ponerla en su lugar para que se secara. Otra cosa que le molestaba, era que dejaba los cartones de leche o de jugo vacíos en el refrigerador o que nunca sacaba la basura, así viera que se estaba desbordando con tanta porquería, nunca la sacaba, pero Fabiola nunca se quejó, ni le reprocho nada. Su amor por ella era tan grande que no valía la penas discutir por nimiedades como aquellas. No obstante, ahora, moría por gritarle a la cara todos sus defectos, pero ya era muy tarde para ello.
Se alejó del espejo y se fue a sentar al sillón, todo es silencio, al menos le agradaba el vecindario, decidio vivir allí porque era un sector en el cual vivían en su mayoría personas mayores y sin hijos, así que poco se escuchaba el bullicio de jóvenes o niños o de autos o motocicletas circulando a toda velocidad o con música a alto volumen y lo que más le importaba a Fabiola, era que probablemente no se toparía a Greta, no deseaba verla paseándose con su nuevo amor. Conocía bien a exesposa y sabía que a ella le gustaba la modernidad, estar cerca de los centros comerciales, le gustaba tener todo a la mano y esa zona, distaba mucho de lo que a Greta le gustaba.
Se estaba quedando dormida en el sillón, cuando escucho que su celular sonaba en alguna parte de la casa, algo aturdida, se levantó y fue a buscarlo. Lo encontró en el bote de la ropa sucia, se le había olvidado que estaba dentro de su pantalón.
―Hola ― respondio sin mirar.
Las únicas personas que la llamaban últimamente eran su abogada y sus padres, pero esta última quedaba ya descartada, pues ya había terminado sus servicios.
― ¿En dónde carajos te metes? ― fue el saludo que le dio su padre ―. ¿Porque no respondes rápido el teléfono?
Su padre era de escasa paciencia y Fabiola a veces se preguntaba cómo es que su madre lo había soportado por tanto tiempo con sus exigencias, caprichos y berrinches.
―Lo olvide en mis pantalones y estaba en el bote de la ropa sucia.
―Estás loca, cada día estas peor.
― ¿Qué pasa?
―Si no te vas a ir de vacaciones y solo vas a estar holgazaneando, necesito que me ayudes en el despacho.
Fabiola puso los ojos en blanco, no tenía ganas de salir de casa, mucho menos de ver a la gente y muchísimo menos discutir con su padre por trabajo.
―Como maldición se han enfermado dos trabajadores y uno a pedido su renuncia.
“Con tu genio, ¿quién no?” pensó Fabiola.
―Alguien me va a mandar a una muda, dice que es buena trabajando, pero no me confío de sus capacidades, necesito que vengas y me ayudes.
― ¿Cuando quieres...
―Mañana, mañana, Fabiola. Cuando digo que es urgente, es urgente.
―Ahí estare.
Su padre colgó sin siquiera decir adiós, no le extrañaba, era un hombre frío hasta con ella, decía que mimar a los hijos, solo los hacía torpes, bobos y desobligados. Fabiola se miró de arriba abajo y estaba segura de que, si su padre hubiera visto en las fachas en las que andaba, la hubiera puesto como santo cristo redentor. Fabiola andaba descalza, con bragas y el camisón de dormir, nada más, como no le interesaba salir a la calle ni tenía motivos ni razones para seducir a alguien, no veía el caso arreglarse, si así se encontraba muy cómoda.
Miro su celular y vio que le faltaba carga, así que fue por su cargador y lo conecto a la corriente, a continuación, fue por una de sus maletas y comenzó a extraer de ella la ropa que usaba para ir a trabajar, al parecer tendría que volver antes de lo imaginado. Empezó a sacar con calma su vestimenta, no es que fuera muy elegante, pero le daba pereza planchar, aun así, de vez en cuando lo hacía para Greta.
Le dio la noche acomodando su ropa en el armario, ahora le sobraba espacio, ya no tenía que preocuparse por acomodar y doblar todo de manera estratégica para que las vestimentas de dos personas cupieran en uno. Cuando termino, sintió hambre, se acercó al refrigerador y de él saco la pizza que había pedido antes de ayer, aún estaba comestible, así que fue en busca de una sartén a una de las cajas, una vez encontrar lo que necesitaba, la puso al fuego y coloco dos rebanadas de pizza en ella. Ahora menos que nunca le importaba su peso, se sentó a la mesa y comió sin prisas.
Después de cenar, se fue a la ducha, programo la alarma en su altavoz el cual dejo de nueva cuenta encendida para arrullarse y dormirse pronto, en esta ocasión debía pegar los ojos temprano, pues su padre no toleraba que llegaran ni dos minutos tarde.
La alarma logro su cometido, Fabiola despertó un poco confundida, pero después recordó todo de golpe. A pesar de haber dormido, aún tenía sueño y pereza, pero con su padre no se podía andar con juegos. De niña solo bastaba una mirada suya para saber que lo que estaba diciendo o haciendo estaba mal o él lo reprobaba. Así que Fabiola sabía leer y reconocer cada una de las miradas de su padre, la mayoría de las veces solía dar miedo a las personas, pero una vez que hablaban unos pocos minutos con él, los tenía más envueltos que un dulce, además era guapo, a pesar de su edad, pero su carácter probablemente era el que lo había llevado a estar donde se encontraba.
Fabiola se levantó de la cama y se fue directo a la ducha, no se molestó en arreglarla, pensó que no tenía caso, si al final del día ella misma regresaría a echarse donde mismo. Una vez vestida, fue a la cocina a prepararse un café, esta vez lo bebió rápido, lavo la taza antes de irse, tomo las llaves de su auto y cerro antes de salir.
Cuando salía a la acera, miro que un carro de mudanza llegaba a la casa que se encontraba a un lado de ella, al parecer iba a tener nuevos vecinos, aunque realmente no conociera a ninguno durante los días que llevaba viviendo allí, pues no tenía los ánimos suficientes para socializar, si volvía al trabajo era por su padre que casi se lo exigía y no tenía excusas que la mantuvieran lejos de aquellas oficinas.
Cuando llego, fue directo a la oficina de su padre y no le sorprendió encontrarlo ahí, pero sí que le llamó la atención el que no estuviera solo. Sentada delante de su escritorio se encontraba sentada una mujer que Fabiola no había visto.
―Buenos días ― saludo al entrar ―. Disculpen, creí que estabas solo.
―No pasa nada. Entra ― le dijo él indicándole que se sentara en el otro asiento a lado de la mujer ―, te estaba esperando. Te presento a Leila, ella tambien es contadora.
Leila le sonrió a Fabiola y extendió su mano para saludarla, Fabiola le devolvió la sonrisa y el saludo.
―Mucho gusto, Leila. Yo soy Fabiola.
―Es muda ― anuncio su padre ― y sorda, pero usa un aparato auditivo, así que puede escuchar gracias a ello.
Mientras su padre le explicaba, Fabiola miraba a Leila de vez en vez y asentía a su padre. En resumen, Fabiola estaría al cuidado de Leila, no es que fuera su primera vez trabajando como contadora, pero a su padre le gustaba dejar muy en claro como trabajaba él.
―Espero que te guste trabajar aquí ― le dijo Fabiola a Leila una vez que salieron de la oficina de su padre y Leila solo hizo sonreírle ―. Te mostrare donde vas a trabajar o vamos a trabajar tu y yo.
Leila asintió efusivamente y camino detrás de Fabiola, quien se alegraba de haber llegado a tiempo antes de que su padre infundara más temor a la pobre chica. Fabiola, no se fijó mucho en la belleza de Leila, pero Leila sí que se percató de la de Fabiola y de la tristeza que había en sus ojos castaños.
Fabiola tuvo que forzarse a poner toda su atención a todo lo que realizaba esa mañana frente a su escritorio, Leila trabajaba sin distracciones y solo de vez en cuando levantaba la vista para ver a Fabiola, que mantenía la mirada ausente en algún lugar lejos de allí, después sus ojos se empañaban de lágrimas, cuando tenían intención de abandonar el lugar en donde se anegaban, se las recogía rapidamente para que nadie las viera, pero Leila ya había visto todo.
― ¿Ya terminaste? ― le pregunto Fabiola a Leila cuando dejo sobre su escritorio los papeles de la contabilidad que le había asignado esa mañana para que hiciera.
Leila asintió afirmativamente, mientras que en sus labios dibujaba una sonrisa como siempre. Fabiola se preguntó ¿Cómo es que podía mantener una sonrisa en su rostro pese a sus circunstancias?
―Entonces en un momento lo reviso ― y le devolvió la sonrisa ―. Te daré uno más y a la una de la tarde es la hora del almuerzo ― le recordó.
Leila asintió y tomo el siguiente trabajo que Fabiola le dio. A Fabiola le dio pena que la nueva hubiera terminado el trabajo antes que ella, ante esto, Fabiola se sacudió los últimos pensamientos de Greta en su cabeza y se entregó de lleno a su trabajo.
Fabiola fue sorprendida cuando sintió una mano que se posaba sobre su hombro, era Leila que le indicaba en señas que era hora del almuerzo. Leila, llevaba un reloj en el cual miraba la hora y con el cual le mostro a Fabiola que era momento de ir por los alimentos.
―Cierto, es hora del almuerzo. Pero yo no tengo hambre, ve a comer. Terminare lo que estoy haciendo.
Leila se le quedo mirando y Fabiola no entendía que era lo que podría querer. Leila, fue hacia su escritorio y de su bolso saco un pequeño pizarrón, un plumón y un borrador, regreso hasta Fabiola y comenzó a escribir.
¿Sabes de algún lugar para comer cerca de aquí?
―Sí, claro. Lo siento ― se disculpó Fabiola sonrojada.
¿Donde?
―Te llevo, está cerca. Podemos ir caminando.
Gracias
Fabiola guardo lo que estaba haciendo en la computadora y tras unos segundos de haberse asegurado de que el trabajo estaba guardado, se levantó de su escritorio y salió con Leila de la oficina para ir a comer. Tardaron cinco minutos en llegar al bufet, por muy poco podía comer de todo y a Leila le brillaron los ojos con todo lo que tenía a su disposición para comer. Fabiola se sentó con Leila, aunque ella se sirvió casi nada a comparación de Leila.
A pesar de todo y de no haber sentido hambre, Fabiola se terminó todo y Leila fue por más. Media hora más tarde regresaban a la oficina y Leila volvía a darle las gracias a Fabiola por acompañarla. Con el estómago lleno, Fabiola retomo su trabajo, reviso el de Leila y se alegró de que todo estuviera perfecto.
Eran las seis de la tarde, fin del día laboral y Leila se despidió de Fabiola, quien aún seguía pegada a la computadora, su padre le había pedido que le ayudara con otro trabajo, así que no se iría pronto a casa. Fue hasta las diez de la noche el momento en que Fabiola abandono la oficina, estaba en ese momento tan cansada y acostumbrada a su rutina de siempre, que no se dio cuenta de que había conducido a una casa que ya no era la suya, sino que ya pertenecía a alguien más. Aquel jardín que una vez sembrara con pasión y esmero ya no era suyo, se le formo un nudo en la garganta y agradecio haber despertado antes de que bajara del coche e intentara abrir el portón.
Apretando el volante con fuerza entre sus manos salió de allí y se dirigió esta vez a su nuevo hogar, ese en donde no había un portón y las casas se dividían solo por medio de arbustos y en la entrada de la zona, había un guardia vigilando la entrada y salida de personas del vecindario.
Entro a su casa y no se molestó en encender las luces, fue directamente a su habitación, en donde se desnudó para meterse a la ducha y allí, bajo el agua sus lágrimas se confundieron con las de la regadera. Al terminar la ducha, se secó el cabello, se puso unas bragas, encendió su bocina, programo la alarma y se acostó. Para colmo, la canción que comenzó a sonar en la radio provoco que de nuevo su llanto aflorara “el amor lastima así” nunca le pareció tan triste como hasta ese momento y entre tanto llanto, se quedó dormida.
Al día siguiente, tenía los ojos hinchados, pero sabía que ninguna de sus compañeras estaría allí para preguntar por su aspecto y Leila era muda y recién llegada, así que probablemente no tendría el valor para preguntarle. Su padre, tampoco le preguntaría, él ya sabría el motivo de esos ojos y de su llanto, así que solo tenía que hacer su trabajo y nada más.
Cuando Fabiola llegaba, Leila tambien lo hacía, solo que un hombre de su misma edad había ido a acompañarla y se despedía de ella con un beso en la mejilla. Fabiola pensó que quizas fuera más fácil ser una persona hetero, en su trabajo nunca se mostró con Greta, pero sí que sabían que se encontraba casada con una mujer. Su padre siempre le decía que no quería ver espectáculos y que se comportara, que vistiera de manera decente como una mujer de su estatus y Fabiola siempre estuvo a la altura vistiendo correctamente a ojos de su padre y disfrutando de su sexualidad por el otro. Pero ahora no le quedaba nada.
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En silencio
Short StoryFabiola está pasando por una crisis personal y sentimental luego de que descubriera a su esposa besandose con una compañera de trabajo. El descubrimiento la deja deshecha y aunque intenta continuar con su vida todo se le hace difícil. En lo que se s...