Capítulo 3

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El lunes Fabiola llego al trabajo con más desmejorada que días anteriores, su andar era lento y su rostro lucía pálido como la hoja de papel. Leila al verla sintió que su corazón se encogía, no podía creer que su compañera se viera cada día peor, le dio los buenos días y se sentó en su escritorio.
Fabiola, apenas y era consciente de lo que hacía y a donde iba, razón por la que no reparo en que sus dos colegas ya habían vuelto al trabajo. Al verla, se acercaron a verla a su escritorio, tapándole la vista a Leila.
―Pense que estabas de vacaciones ― le dijo Clara dándole un beso en la mejilla, para después observarla detenidamente y reparaba que en su mano ya no se encontraba su argolla matrimonial.
―Tu padre nos dijo que ibas a irte unos días ¿qué paso? ― inquirió Irene saludando a Fabiola de la misma forma, provocando la envidia de Leila.
Fabiola las miro aturdida, no las esperaba, así como tampoco se esperaba aquellas preguntas. Ni siquiera recordaba que ya era lunes y que debían volver al trabajo.
―Al final no fui ― dijo tratando de sonreír, pero solo mostro un amago de sonrisa.
Clara e Irene, vieron lo delgada y demacrada que estaba, hacía tan solo unas semanas, estaba llena de vida, tenía unos kilitos de más, pero se veía bien, ahora, Fabiola era otra cosa, en su cara ya no había alegría, sus ojos castaños se hallaban tristes y apagados.
― ¿Porque? ¿Qué paso? ― pregunto Clara interesada.
Leila, quería gritarle que se fueran y la dejaran en paz, acaso no veían que Fabiola estaba así por una pena de amor, era tan ciegas que no distinguían una enfermedad de otra.
Fabiola las miro por un momento sin saber si contarle la verdad o fingir y ocultar que no pasaba nada.
―Se supone que iría con Greta, pero hemos tenido problemas que nos han llevado al divorcio.
Clara e Irene se miraron entre si y luego miraron a Fabiola.
― ¡Tan derepente! ― exclamo Irene―. Debio ser algo muy grave.
―Creí que entre mujeres no se ponían el cuerno ― manifestó Clara y Fabiola abrió los ojos ante la rápida deducción de su compañera.
― ¿De verdad te engaño? ― Inquirió Irene mirando a Fabiola.
―Sí, ella mantenía una relación con una colega suya desde hacía cuatro meses ― termino confesando Fabiola en voz baja sintiéndose avergonzada por no ser suficiente como mujer.
―Vaya con la doctorcita ― dijo Clara ―. No la creí capaz.
―Ni yo.
― ¿Que están haciendo allí? ― la voz de Don Arturo se escuchó desde la puerta de la oficina de su hija ―. Les pago para que trabajen, no para que se pongan a platicar como cotorras.
Leila se alegró de que Arturo les hubiera correteado a las dos chismosas a Fabiola de su alrededor. Leila había intuido que algo así era lo que le pasaba a Fabiola, pues se dio cuenta de la marca de la argolla matrimonial que alguna vez llevara en ese dedo y ahora solo era un amargo recuerdo de lo que fue su amor o del que seguía existiendo para la otra persona, pero que ahora debía de luchar y hacerse a la idea de que debía olvidarlo.
Fabiola no se concentró mucho esa mañana, por eso decidio acompañar a Leila a almorzar al bufet, no quería que ese día también le llevara un sándwich, no deseaba darle más molestias. Una vez en el Bufet, Fabiola pago las dos cuentas y Leila no dijo nada, solo la miro con sus ojos verdes, que aquel día estaban tan claros como el agua.
―No te enojes ― le dijo Fabiola comenzando a colocar algunos alimentos en su plato ―. Es justo que pague, me has llevado sándwich durante días.
Leila y Arturo creyeron que Fabiola había decidido abandonar la tristeza y empezar a comer y a realizar las actividades de siempre, pero lo que paso el segundo y el tercer día, fue que Fabiola no se levantó para ir a comer, solo medio comía el sándwich que Leila le llevara y eso era lo único que comía durante todo el día ademas de café.
El viernes, Fabiola no durmió demasiado, a pesar de la música de fondo que ponía para conciliar el sueño, esa noche no funciono. Llorar, ya no podía hacerlo, de repente sentía una inmensa furia y enojo contra Greta, contra todos incluso hasta con ella misma por haber sido y tan ciega, tonta y estúpida.
El sabado por la mañana, Arturo llamo a Fabiola a su oficina, había encontrado un pequeño detalle en los papeles que le dio, había empezado a sermonearla cuando Fabiola exploto encontrar de él por primera vez y le alzo la voz.
―Pues si no te gusta, hazlo tú. Estoy harta. Me voy ― dijo con la vena que se le saltaba en la frente cada que estaba enojada de verdad ―. Estoy cansada de todo, no aguanto más.
Fabiola salió de la oficina de su padre, fue por su bolso a la oficina y salió de ella sin siquiera despedirse de Leila, que se le quedo mirando angustiada, deseando por un momento ir tras ella, pero Leila no era nadie en su vida y su trabajo se lo impedía, ademas no tenía voz para decirle palabras de aliento y con aquellos ojos empañados de lágrimas, difícilmente podría ver lo que Leila le escribiera en su pizarra. Leila se quedó triste mirando como Fabiola se marchaba, sintiéndose infeliz por no tener voz.
Cuando Fabiola llego al estacionamiento, se dio cuenta de que había actuado llevada por la rabia y el coraje que sentía, uno que ni siquiera sentía por su padre. Con el cuerpo cansado, se recostó en su auto y trato de serenarse, pasado unos minutos regreso, se dirigió a la oficina de su padre y le pidió el trabajo que había hecho mal. Arturo la miro un momento, le entrego lo que pedía y no le dijo nada.
Fabiola entro de nuevo a la oficina y Leila se alegró de verla otra vez, no obstante, se dio cuenta de que Fabiola estaba más perdida y estresada que antes. Fabiola se dejó caer en su silla y hundió la cabeza entre sus brazos, así que no se dio cuenta en el momento en que Leila salió de la oficina y regreso con una taza de té.
Leila coloco una mano sobre el hombro de Fabiola para llamar su atención, no sin cierto temor de molestarla, pero Fabiola recordó aquel suave y cálido toque. Abandono su escondite y miro a Leila que la miro con aquellos ojos verdes, que le otorgaron cierta comprensión y con esa misma mirada, le señalo la taza de té que le había dejado delante.
―Gracias.
Esta vez Leila no le sonrió, solo le dio un suave pero afectuoso apretón en el hombro, el labio inferior de Fabiola tembló y sus ojos se llenaron de lágrimas otra vez. Se sentía avergonzada de la discusión que había tenido con su padre y también de haber vuelto como la niña buena que era y de que sus compañeros la hubiesen escuchado. Leila le sostuvo la mirada y Fabiola se abrazó a ella y se puso a llorar, Leila aprovecho y le acaricio el cabello lacio y negro, mientras dejaba que Fabiola se desahogara en su vientre.
―Lo siento ― se disculpó apartándose de Leila y se secaba las lágrimas con el dorso de la mano, pero Leila atenta y amable como siempre, sacaba del bolsillo de su falda, un pañuelo y se lo entregaba a Fabiola ―. Gracias. No estoy bien, esa es la verdad ― reconoció ella misma secándose la cara y sacudiéndose la nariz ―. Pero lo estare. Mañana te de volveré limpio el pañuelo.
Tras su desplome ante Leila, Fabiola se concentró en trabajar y corregir el error que había cometido, a la hora del almuerzo fue con Leila al bufet y volvió a invitarle la comida a pesar de la mirada reprobatoria que esta le dirigiera.
―No te enojes, deberías de estar contenta ― dijo Fabiola sonriéndole y Leila no pudo evitar devolverle la sonrisa al ver que le sonreía.
Esa semana Fabiola intento comer y sacar las cosas de las cajas, pero había momentos en que le era imposible, simplemente se sentía sin ganas, desmotivada, era como si todo hubiera dejado de tener sentido y todo le daba igual, si comía, si limpiaba, si lavaba.
Sus vecinas, especialmente Greta, su exesposa, mantenía cierta vigilancia a Fabiola, temía que en algún momento hiciera alguna locura, pues cuando Fabiola se encontraba en casa, era como si no hubiese nadie, ya no había vuelto a poner música, ni se escuchaba nada y cuando iban asomarse por la ventana de siempre, Fabiola se encontraba sentada en el mismo sillón, pero ahora con una computadora en su regazo, había optado por llevar el trabajo a casa y era todo lo que hacía.
―Hola, mamá ― respondió Fabiola.
― ¿En dónde estás? ― inquirió su madre apenas Fabiola tomo su llamada ese domingo por la mañana.
―Acostada, en mi cama y en mi casa.
―Son las diez de la mañana y ¿Aun no te levantas?
―Estoy cansada y tengo flojera.
―Pensaba invitarte a almorzar, pero para ti será desayuno ¿Quieres que tu padre y yo vayamos para tu casa?
―No ― se apresuró a decir ―, yo iré. En un rato estoy con ustedes.
Sus padres no habían puesto un pie en su nuevo hogar, solo la vieron cuando la compro y no tenía ningún mueble y ahora que los tenía, no es que hubiera mucha diferencia entre antes y ahora. Fabiola no deseaba que vieran que su casa se encontraba tan deprimente como ella.
Fabiola era hija única y a pesar de ello, sus padres la criaron con mano dura. Desde que se enteraran de su separación con Greta, no había visitado mucho a sus padres ni hablado con su madre, pues era un tema delicado para los tres. Ellos a que nunca le verían lo positivo a un matrimonio entre personas del mismo sexo y ella que no deseaba hablar de Greta, pero era algo inútil, porque de todas formas la pensaba y últimamente la soñaba más que nunca, en lugar de comenzar a olvidarla, Greta aparecía en sus sueños y la hacía feliz pero cuando despertaba, Fabiola se daba cuenta de que se hallaba sola en la cama y en una nueva casa.
―Pero sí parece que va a volar.
―Te dije que tu hija no está bien.
Fue lo que se dijeron Arturo y Ana al ver llegar a Fabiola, no era nada de lo que había sido un mes atras, cuando aún vivía con Greta. Decían que le felicidad engordaba y quizas era verdad, la tristeza, estaba acabando con Fabiola. Se acercó a sus padres y los saludo con un beso y un abrazo, luego tomo siento enseguida, pues sentía que las piernas iban a doblársele en cualquier momento.
―Tu padre me dijo que habías perdido peso, pero no imagine que demasiado ― la reprendió su madre enseguida ―. ¿Piensas morirte de hambre? Si piensas que vas hacerle daño a Greta estas muy equivocada, solo te estás haciendo daño tú. Quizas ella no era la indicada para ti.
Fabiola no dijo nada, solo agacho la cabeza, después su madre rodeo la mesa ya la abrazo por un rato.
―Hice tu comida preferida ― le dijo cuándo la soltó ―. Voy por ella para comer, antes de que se enfríe toda.

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