1. La chispa

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Metido en el garaje, en cuero, al ritmo de "Cómo te voy a olvidar", Kun ajusta demasiado la bujía y con un "¡crack!" se va para atrás con la llave de torsión en la mano.

Se cae de culo. Se escucha un tintineo, y al mirar ve un trocito de algo rodar abajo del auto. Tira la llave y mete la cabeza bajo el coche para alcanzarlo. Cuando lo saca a la luz, ve que es un pedazo de la bujía.

Le baja la presión.

¡¿Y ahora cómo se lo dice a su viejo?! ¡¿Cómo?! ¡Lo va a cagar a pedos pero mal...!

Tira el pedacito a la mierda y se sienta contra el paragolpes, agarrándose la cabeza. Boludo cuando dijo "dejá, pá, lo arreglo yo". Y pensó: "pobre viejo, todo el día laburando y encima tiene que arreglar el auto".

Todavía está procesando su pánico cuando Mayra, una de sus hermanas, se asoma al garaje y le dice que venga a comer.

Leonel, su papá, le ve la cagada plasmada en la jeta y le pregunta:

—¿Qué pasó? —la voz grave, la cara de "te mato".

—Se me partió la bujía.

—¡¿Cómo que se te partió la bujía?!

—¡Y, se me partió!

—¡¿Adentro de la rosca?!

Asiente. Leonel arrastra las manos por su cara.

—...Te dije que no la ajustes mucho, ¿no? ¡Te dije!

—¡Bueno, pá! ¿Cómo iba a saber?

Él le clava la vista.

—Primero, "sí" ibas a saber, porque te avisé, así que no te justifiques —saca un dedo amenazante—. Segundo, cuando vos estás ajustando la bujía y ves que no quiere salir, que NO sale, ¡la dejás en paz! ¡Le metés algún lubricante! ¡No seguís forzándola, porque se parte!

Silencio. Suspiros, negaciones de cabeza. Manos arrastrándose por la cara. Más silencio.

—Por ahí la puedo sacar —murmura Sergio.

—No, olvidáte; es un quilombo y podés hacer cagada. Ahora, después de comer, lo enganchamos con el y lo llevamos al mecánico.

Kun se rasca la nuca.

—Bueno, lo llevo yo, entonces —dice.

—No, no. Vamos los dos —dice Leonel suavizando un poco la voz—. No se puede prender porque si no se hace mierda el motor. Lo llevamos a la mecánica esa que abrió hace poco. Y de paso vamos a chusmear —agrega, ladeando la cabeza.

Ya se le pasó. Los enojos de su viejo dan miedo, pero se le pasan en seguida, apenas encuentra algo de qué alegrarse.

—Ahora sentate a comer, dale.

𝐄𝐋 𝐎𝐑𝐆𝐔𝐋𝐋𝐎 𝐃𝐄 𝐌𝐈 𝐕𝐈𝐄𝐉𝐎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora