Parte 1

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El sol ardiente de las cuatro de la tarde brillaba en todo su esplendor sobre Qains, un pueblito olbannio lo suficientemente lejos de la capital como para ser del todo irrelevante y estar casi en su totalidad en medio de la nada. Nada además de incontables metros de tierra seca y desértica.

Hyunwoo pasó una vez más el paño por su frente, intentando mitigar el sudor que perlaba toda la extensión de su piel. Se sentía asqueroso y con urgencia de una ducha refrescante, pero el agua llegaría hasta pasada la medianoche, para su desgracia. No podía esperar a que la sequía terminase.

—Buenas y calurosas tardes —se oyó una voz femenina familiar. La robusta figura de la señora Kang se detuvo junto al anaquel de jabones—. ¡Por todos los cielos, Nunu! Pareces un pollo en la rosticera; qué sol tan tremendo hace hoy.

Él le sonrió con simpatía, empacando los productos en el viejo bolso de tela que la mujer llevaba—. Y luego con este aire que hace... —miró con ironía hacia la ventana, donde los árboles estaban quietos cual fotografía.

La mujer rió con soltura, tomando la bolsa—. Ay, muchacho. Pero de todas formas, no te diría que salieras un rato. Mejor quédate a cuidar a tu familia. Uno no espera que pase nada malo, pero por si acaso —agregó, sacándole al contrario un ceño fruncido en confusión.

—¿Protegerla de qué?

—¿Dónde tienes la cabeza, hijo? —bajó entonces el volumen de su voz, como si lo que estuviera a punto de decir fuera más bien un tema delicado—. Al mediodía llegó un forastero al pueblo. El señor Yeon dice que es un rufián peligroso, bastante conocido allá por su tierra natal. Dicen que es capaz de matar sólo con sus manos. Anda merodeando cerca del puente, por eso mi marido me trajo a comprar lo necesario y no tener que salir más tarde si se le ocurre llegar por aquí —le dio una firme palmada en el antebrazo, alejándose del mostrador—. Tal vez sea mejor que cierres temprano por hoy, no vaya a ser que venga a saquear y les dé un susto.

Aún cuando la dama se había retirado, Hyunwoo pensó un rato en sus palabras. Se decidió a hacer caso de la señora Kang y cerrar la tienda. Con premura, sacó las cajas para retirar la verdura de los anaqueles exteriores y poder cerrar la puerta. No pasaron ni quince minutos cuando el galope de un caballo se oyó a lo lejos en medio del camino inhóspito.

El caballo pinto redujo su paso hasta detenerse frente al local, revelando entonces a un vaquero vestido en negro de pies a cabeza, mayormente cuero. «¿No tendrá calor con esas ropas?» se preguntó estúpidamente en su interior. Había estado cerca de terminar de recoger al menos la mitad de los anaqueles, pero ahora estaba en aprietos. Sólo esperaba que su madre hubiera tenido la precaución de cerrar con llave las puertas de la casa, como le había advertido.

Al descender, el sonido polvoso de las botas desgastadas se acercó más y más hasta que estuvo a sus espaldas y fue imposible pretender que no lo había visto. Hyunwoo se lamentó internamente antes de voltear la cabeza y ponerse de pie para enfrentar al jinete.

Para como lo había descrito la señora Kang, se lo había imaginado mucho más alto y corpulento. No era capaz de ver su rostro gracias a la pañoleta y el sombrero que llevaba puestos, pero la simple postura del hombre emanaba confianza. Hyunwoo se reprendió mentalmente; no debía subestiamrlo si el tipo se había hecho una reputación incluso en un lugar tan lejano.

—Buenas tardes —probó decir con su voz más neutral y una sonrisa apenas presente.

Se sintió observado de pies a cabeza tras unos largos instantes de silencio incómodo.

—¿Se le ofre... —fue interrumpido.

—Huevos —dijo con firmeza—. Un cuarto de kilo. Y uno de lentejas —ordenó caminando con toda confianza dentro del local.

Dándole la espalda a Hyunwoo, el vaquero se quitó con desenfado los guantes, la pañoleta y el sombrero, revelando a su paso una oscura cabellera castaña y piel dorada, besada por el sol.

Saliendo del pequeño trance, Hyunwoo se apresuró a tomar los productos solicitados, con la esperanza de que el hombre no decidiera llevarse algo más que eso. No había hecho el corte de caja y temía que el extraño se encontrara con todas sus ganancias del día. Llevó los artículos al otro lado del mostrador, embolsándolos al tiempo que trataba de no verse tan alterado.

—Con esto bastará —el hombre tomó la bolsa antes de colocar una moneda de cincuenta albas sobre el mostrador. Claramente no cubría más de la mitad del precio.

Hyunwoo siguió el camino desde la pequeña y callosa mano, por el brazo cubierto de cuero negro, hombros firmes, hasta llegar a un rostro de facciones inesperadamente delicadas. Una nariz respingada, cejas firmes que enmarcaban unos oscuros y desdeñosos ojos felinos, pómulos pronunciados, sobre una línea mandibular definida y labios rellenos que no hacían nada por ocultar una leve mueca hostil. Por un momento, su cabeza hizo un cortocircuito. Absolutamente no tenía sentido que un tipo tan infame por su crueldad tuviera ese aspecto tan... inofensivo. Pero de nuevo, admitió que estaba siendo un prejuicioso certificado y optó por seguir su instinto de autoconservación.

—Bien —dijo tragándose sus ganas de mentarle la madre y echarle del local—. Que tenga un buen día.

Un amago de sonrisa curvó la comisura de los labios del caballero antes de darse la vuelta. Colocó el sombrero y la pañoleta en su lugar para después tomar del anaquel exterior que no había alcanzado a recoger un racimo de acelgas y dos calabacines—. El monto lo cubre, ¿cierto? —dijo con altanería y se fue.

Sólo entonces Hyunwoo retuvo el aire que no sabía que había estado conteniendo y miró la moneda que seguía intacta en el mostrador.

—Tacaño —espetó al aire.


🐎

Tuve la idea hace rato y no tengo autocontrol.

Lone Ranger [Showki]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora