El vaso de cristal se resbaló de sus dedos y cayó estrepitosamente en el suelo, los trozos de cristal se dispersaron ruidosamente haciendo que la habitación antes animada, se volviera extrañamente silenciosa. Todos los presentes sabían que había sido un aviso, ningún vaso u objeto caería de sus manos a menos que fuera intencionadamente. El causante de este silencio, como si no fuera la gran cosa, preguntó al barman donde podía conseguir una escoba antes de recoger esos pequeños trozos de cristal dispersos en el suelo. Aun realizando esa actividad tan redundante, nadie se atrevía a alzar la voz de nuevo, como mucho, se escuchaban susurros en la esquina, jóvenes inocentes o más bien insensatos que no le tenían miedo a la muerte.
El hombre, ocupado barriendo el desastre que él mismo había ocasionado, restó importancia a tales susurros y le dirigió una mirada al barman para que le sirviera otro vaso. Estos días, su único refugio se había vuelto el alcohol, cayendo cada vez más profundo en el abismo del olvido y la ignorancia, dejando de lado todo lo que lo había llevado ahí, incluso su afamada reputación y las personas que lo esperaban más allá de la sombra.
No quería pensar, más bien, no quería recordar esos últimos días, no quería que su mente se dejara llevar por su imaginación, que su sentido del olfato rememorara el olor de aquel momento fugaz, que sus ojos volvieran a vislumbrar una vana esperanza. Para hombres como él, pecaminosos en el sendero que dios les disponía, era mejor pudrirse y caer más profundo, apartarse de todo y de todos para no corromper más la vida de los demás.
En un solo trago, se bebió el vaso de licor que le habían servido, no sabía cuántas rondas llevaba o cuanto era el dinero que debía, a este punto nada le importaba, simplemente había decidido quedarse en esa putrefacta ciudad, pudriéndose junto a sus paredes mohosas y sus calles desbaratadas.
Su plan inicial fue quedarse toda la noche en el local, ahogando las penas en alcohol, como llevaba varios días haciendo. Pero esta vez el dueño del local no tenía intención de seguirle la el juego y anunció una hora de clausura. Sin tener más opciones que acatar las normas de ese lugar si no quería problemas, y bien podemos decir que era lo último que buscaba, pagó lo que debía con un drevet antes de salir tranquilamente por la puerta, ignorando la cara sorprendida del barman ante tal cantidad de dinero e ignorando a su vez el cambio que este le debía.
Vagó sin rumbo por las calles hasta ver un pequeño rincón iluminado y silencioso, donde decidió descansar un rato. Su cuerpo ya no era lo que había sido antaño, y esos rasgos de juventud habían desaparecido entre batallas y heridas, dejando al viejo hombre que era ahora.
Cerró los ojos un rato, hasta que notó que un transeúnte se le había acercado, era una pequeña niña con un vestido azul ajustado, el cual no se podía decir que fuera de alta calidad, pero hacía su función. La niña, curiosa y visiblemente preocupada se acercó para preguntarle si se encontraba bien.
El hombre no pudo evitar conmoverse ante la intención de la pequeña niña, respondiéndole suavemente que no se preocupase, que simplemente estaba descansando un rato. Lo que él no sabía, era que esa misma presencia ya había creado una brecha en su mente, una brecha que traía consigo todo aquello que había estado intentando dejar atrás: recuerdos de otra niña similar, de una madre preocupada y de un hogar con una cálida familia. Antes de que pudiera perderse en los entresijos de su mente, esa niña le preguntó: “Abuelo, ¿seguro que estás bien aquí fuera a estas horas de la noche? ¿Porque no vienes a mi casa? Mis padres no dirán nada si es para ayudar al abuelo, podrás dormir esta noche bajo un techo.”
Si se tratara de su joven él, o si simplemente hubiera querido prestar atención, se hubiera dado cuenta de la extrañeza de la situación, de las sospechosas ansias de la niña por llevarlo a su casa, de sus dientes anormalmente afilados y unas uñas extrañamente rojizas y sucias. Pero ya se había dicho a si mismo de no pensar, de no preocuparse por el porvenir, de no darle prioridad a sus ganas de vivir, de simplemente dejarse llevar. Ignorando todo a su alrededor, siguió a la niña a una pequeña casa en un barrio abandonado por dios, donde solo los vagabundos y personas sin dinero vivían, lo cual en esa ciudad correspondía a más del 70% de sus habitantes.
La niña alegremente entró en casa, donde le esperaban dos figuras altas y alegres poniendo la mesa en el salón. Sin más tener que decir, la mesa constaba de cuatro platos resquebrajados mayoritariamente y un pequeño mantel deshilachado y sucio.
Cuando ambos padres de la niña la vieron junto a ese viejo hombre, ambas caras se iluminaron y le instaron a pasar y acomodarse.Lo que pasó esa noche no es un gran misterio, ni tampoco una rareza en esa ciudad, pues muy bien es conocido que la ciudad del olvido es una zona prohibida, un lugar en el cual, si entras, solo la muerte te espera. Solo necios o suicidas se atreverían a adentrarse en esa ciudad repleta de monstruos con piel humana, de mentiras, engaños e ilusiones; de caminos que solo conducen a una muerte segura.
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Oneshots e historietas para pasar el rato~
RomancePequeñas historias o escenas que escribo por emoción/intriga/imaginación y me da pena que se qurden en mi escritorio ocultas. Algunas son historietas las cuales acaban apareciendo en mis novelas y otras solo son para practicar y pequeños retos de l...