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Al día siguiente en el pasillo se oían muchas voces venir de un lado a otro, no sabía el porque, pero eso causó que de despertara para alistarse e irse a ver qué estaba sucediendo, cuando abrió la puerta de su dormitorio vio a todos los empleados ir y venir arreglando el castillo.

Trato de no molestar y de dirigió hacia la habitación de sus padres, tocó la puerta- Quién es?- dijo la voz de su madre, - Soy Eduardo madre, Puedo pasar?- Si hijo pasa- Eduardo abrió la puerta, vio que su madre se encontraba en el balcón observando a la nada, nuevamente tenía esa mirada que conocía tan bien, el recuerdo de "si hermano", aquel que hizo que su vida fuera un paraíso pero también un infierno.

Se notaba en los ojos de su madre era tan evidente que pensaba en el, Eduardo se entristecía por pensar en ello así que sacudió la cabeza - Hola madre, como te encuentras?- Bien hijo, que sucede?- dijo la reina Margaret de una manera un poco fría, lo cuál le indico a Eduardo que la dejara sola, así que decidió preguntar rápido - Sabes que sucede?, Todos vienen de un lado a otro- Ah si, hijo tu Tío Félix viene de visita- Oh ya gracias madre me retiro- Si hijo, está bien- dijo la reina con una sonrisa melancólica.

Y su madre ya no dijo más, la reina Margaret siempre había Sido de pocas palabras, pero cuando escribía era otra cosa, en cada una de esas palabras había tanto que decir, tenía cuadernos llenos de poemas, historias incluso algunos eran diarios que resguardaba desde su juventud.

A Eduardo siempre lo dejaba leer cada uno de esos textos escritos por ella, incluso a veces ella misma se los leía, pero a "su hermano", era al único que no le compartía sus textos, sus razones eran desconocidas.

Eduardo otra vez alejo esos pensamientos de la cabeza, nunca le iba a perdonar todo lo que le hizo a su preciado reino, y su querido pueblo, no tiene muchos recuerdos de esa ocasión, la mayoría se quedó en el olvido y no sabía el porque, lo que si no podía olvidar siempre lo atormentaba.

Se dirigió a su lugar favorito, el jardín donde hay una mesa de ajedrez, le gustaba ir a pasar todas las tardes, en especial cuando no tenía nada mejor que hacer, aunque un príncipe siempre tiene algo pendiente.

A veces le gustaba jugar con algún sirviente, siempre les mostraba como jugar, en otras ocasiones con su padre, pero le gustaba más jugar con su maestro el señor Magnus Brownbear, un hombre de buen ver, alto de cabellos castaños, ojos cafés que te recuerdan a el amanecer, de tez aperlada, usa gafas, pequeñas y delgadas.

El maestro Brownbear, es muy callado, guarda mucho misterio, lo único que se sabía de él es que tenía una esposa la cuál murió en una noche oscura y tormentosa, solo se hablaba que esa noche se vio un hombre salir de la casa justo después de que la mujer perdió la vida, desde entonces tiene una mirada fría y distante, y la mayor parte del tiempo su mirada parece perdida en la nada.

A Eduardo lo dejaba llamarlo por su nombre, al igual que los reyes, y a personas cercanas, pero para los demás era el señor Brownbear.

-Buenos días maestro Magnus - Buenos días Eduardo, que haces aquí tan temprano?- Nada solo quería salir a distraerme, y la suerte me sonrió y me trajo a mi profesor favorito, y que mejor que jugar con el -, esto último hizo que el maestro Brownbear pusiera cara sería y alzando una ceja dijo, -Soy tu único maestro- Lo se pero, quiero halagar a mi único maestro para que no se aburra de mi-, eso hizo que el maestro Brownbear soltará una pequeña sonrisa que pronto se volvió en una pequeña risa, esos momentos Eduardo los guardaba, pues eran de las pocas veces que su maestro le dedicaba una pequeña sonrisa.

𝓤𝓷𝓪 𝓾𝓵𝓽𝓲𝓶𝓪 𝓷𝓸𝓬𝓱𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora