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Cuando mis manos se cerraron en sus nalgas sentí una descarga de adrenalina como nunca antes había sentido. Su cuerpo era magnífico, duro y fuerte... Y mi carne es débil. Por supuesto que lo había sorprendido, pero ¿acaso no había estado jugando con mi cordura todo este tiempo?

Su mirada se volvió más intensa, su voz más ronca y vibrante.

—Así es, bebé... déjate llevar... —mi entrepierna se agitó con el tono en que susurró esas palabras. Estaba hecho un desastre, pero yo ya me había rendido. Mis manos reptaron por ese trasero de fábula, apretando, recorriendo su hermosa piel.

Me lo comí con los ojos, dibujando su perfección en mi mente para recordar que efectivamente estaba despierto y eso estaba pasando. Sus manos se movieron a mi pelo, sus dedos se enterraron en él, provocándome un gemido de satisfacción.

—Relájate —su cadera se movía apenas, siguiendo la música. —Quiero que me toques...

Asentí sin fuerzas. Bajé una de mis manos hacia su muslo, haciendo surcos invisibles con la punta de mis dedos. Lo oí suspirar por lo bajo. Su piel no dejaba de fascinarme, con su textura, con su olor. Se movió apenas y apoyó una rodilla en el colchón, aún entre mis piernas y se inclinó hacia mí haciéndome quedar recostado de espaldas. Sin dejar de mirarme, se subió a horcajadas gateando y se sentó en mi regazo con las piernas a ambos lados de mi cuerpo. Cerré los ojos por un segundo y los volví a abrir para verlo sacarse los anteojos y aflojar la corbata con un dedo.

—Tienes un cuerpo increíble... —mi voz salió inestable. Sonrió de lado. Por supuesto que él lo sabía. Se lo habrían de decir todo el tiempo, después de todo, Jeno trabajaba con su cuerpo. Una punzada de incomodidad cruzó mi cabeza por una fracción de segundo. Él trabaja con su cuerpo... Esto es un trabajo.

—¿Sucede algo, bebé? —preguntó apoyando sus manos en mi pecho. Las venas resaltando en sus antebrazos y manos eran una visión de locura. Apartó la seda azul de mi pecho dejando mi piel expuesta a sus caricias. Podía sentir su trasero presionando mi entrepierna que ya se había despertado y estaba reclamando atención. Dolía. Mucho.

—Me alegro de que tu amigo la esté pasando bien —e hizo un pequeño rebote que me hizo gemir. El calor me subió a la cara.

—Eso fue... hazlo de nuevo —le supliqué. No quería ni pensar en la cara que debía tener en ese momento.

—Lo que tú digas, bebé... —volvió a repetir el movimiento y me aferré a sus caderas para prolongar el choque.

—Me gusta tu boca... —dijo apoyando un dedo en mi labio inferior —¿Puedo probarla? Apuesto a que sabes muy bien...

—Por favor... —suspiré. Lamió sus labios rosados y se acercó hacia mí, dejando un beso en mi nuez de Adán y apoyó una de sus manos en mi dolorido miembro. Di un respingo al sentir el peso de su mano y quise incorporarme. Quería dejar mis inhibiciones por una noche, pero Jeno era increíblemente sensual y yo estaba a punto de explotar.

—Jeno... —sentía que me faltaba el aire, el sentimiento de ardor era abrumador y se extendió por todo mi cuerpo y me vi obligado a apretar los dientes. Si Jeno me ponía en ese estado con solo su presencia, ¿cómo iba a aguantar todo lo demás? —espera... yo...

Jeno se incorporó, masajeando mi miembro por encima de la tela mientras me miraba desde arriba, confundido. Su tacto cálido y experto me quemaba.

—Pensé que también querías esto... —dio un suave apretón a mis testículos y mi miembro se agitó furioso contra sus nalgas. —¿Lo sientes? Somos dos contra uno...

Pude ver como su erección se hacía enorme entre su bóxer y me relamí inconscientemente. Jeno soltó un suspiro y sacó la mano de donde la tenía para apoyarlas a ambos lados de mi cara. Me desafió con la mirada y con un rápido movimiento pasó su lengua por mi labio inferior.

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