Capítulo I

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Southampton, viernes 10 de febrero de 1843.

Sarah no sabía que su vida cambiaría tanto, solo por no aceptar que nadie se casaría con ella, pese a que su experiencia reafirmaba esa sentencia.

Esa mañana, como todas las mañanas desde hacía casi un año, se levantó, hizo sus abluciones, se vistió con la ayuda de Nana ―pese a que no lo necesitaba en realidad―, desayunó con frugalidad junto a Paris, su gato negro, y se ocupó de la correspondencia en la biblioteca.

Al leer el remitente de la primera carta, se dibujó una sonrisa que adornó sus gruesos y carnosos labios con un sentimiento dulce y nostálgico. Se trataba de su mejor y más querida amiga, Lucy, o mejor conocida desde hacía cinco años como lady Netley. Ella era la única persona viva que la llamaba por ese apodo, que era el diminutivo de su segundo nombre, Imani.

Londres, 1 de febrero de 1843

Mi querida Mani:

No llevo ni siquiera un mes en Londres y ya quiero volver a Southampton. Creí en ti cuando me dijiste que me acostumbraría, pero no es así, todos los años es lo mismo y ya sé por qué añoro tanto mi ciudad natal.

Tú. Sí, tú.

―Pero ¡qué exagerada!

Sarah rio negando con la cabeza y siguió leyendo.

Ya te imagino riéndote de mí, pensando: «Pero ¡qué exagerada es Lucy!», mas no es así, te lo aseguro. Londres es moderno, cosmopolita y todo lo que quieras, pero me hace falta alguien con quién conversar sin el temor a ser juzgada, o que se inicie un rumor ridículo por alguna torpeza de mi parte (sí, ya sé que ya debería estar habituada a esto, pero me supera). Es complicado sortear esos obstáculos sin una mano amiga que te comprenda ―o que secunde― en todos estos eventos sociales a los que hay que asistir y organizar. Bien sabes que no puedo contar para nada con mi madrastra, que está bien feliz de haberse deshecho de la más molesta de sus hijastros.

Por lo tanto, te pido... no, mejor dicho, te exijo que vengas por unas cuantas semanas y me acompañes. Así no pasarás tu cumpleaños sola, es el primero en el que tu padre no está y sé que será muy duro para ti.

Sarah dejó de leer y respiró hondo. Dio un suspiro y se secó las repentinas e incipientes lágrimas. Lucy tenía razón, en abril se cumplía el primer aniversario de la muerte de su padre. Ya había superado su primera Navidad sin él, y habría sido devastadora si no fuera por su amiga que la invitó a pasar las fiestas en su casa. Su cumpleaños sería peor, pues su padre, a diferencia de los demás, ponía especial énfasis en celebrarlo y en dar un regalo especial y significativo.

Por favor, considéralo. Nos hará bien a las dos. Puedes traer a Paris si quieres... Aunque no se me ocurre cómo... ni siquiera sé cómo te las ingenias para mantenerlo dentro de la casa sin que escape como todos los gatos. Es todo un misterio para mí.

―Paris no necesita salir a ninguna parte, usa una caja de arena en un lugar especial ―respondió Sarah, pensando en todo lo que rezongaba Nana debido al desperdicio de tiempo y dinero que se destinaba para la constante limpieza que se debía hacer. Todo para que «su majestad» felina hiciera sus necesidades en un solo lugar.

Sarah siguió leyendo.

Ven, sé muy bien que Londres no será fácil para ti, pero ni siquiera en Southampton lo es. Soy consciente de que puedo sonar como una niñita caprichosa, pero necesito a una verdadera amiga aquí. Si temes por mi privacidad de mujer casada, bien puedes permitirte arrendar una pequeña propiedad cercana a la mía, por algo eres por derecho propio la nueva baronesa Harefield.

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