Capítulo III

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Lawrence se sentó ―mejor dicho, se desparramó sobre la butaca de primera clase del tren que lo llevaría de vuelta a Londres. Había llegado pasado del mediodía a Southampton para resolver un malentendido con el nuevo administrador de las bodegas del puerto. No había cómo hacerle entender que el cargamento de fertilizantes debía ser almacenado hasta que llegara uno más y ahí recién avisar a Londres para su gestión.

Después de explicar el asunto, Lawrence aprovechó de dejar instrucciones y pagar los impuestos de ese embarque. Era un incordio que no llegara directamente a Hastings, pero el pueblo no tenía puerto. Southampton era el puerto más cercano al que llegaba su proveedor.

Después de ello almorzó y compró el boleto del último tren que lo llevaría de vuelta a Londres. Se sintió con suerte, pues el recorrido tardaría menos por no detenerse en todas las estaciones.

Como el compartimento estaba vacío, decidió poner sus pies sobre la butaca que estaba frente a la de él. Rogó al cielo que nadie más llegara a perturbar su descanso, porque se sentía exhausto.

Era mezquino su deseo, lo sabía, pero nada perdía con pedir.

Se acomodó, bajó su sombrero hasta los ojos, cruzó sus brazos sobre su pecho y no supo más de su existencia.

*****

―¡Paris, no!

Jadeo.

Lawrence no sabía cuánto tiempo había dormido, lo único que sabía era que sentía un peso cálido sobre su entrepierna. No se atrevió a hacer ningún movimiento brusco. Alzó su sombrero, no sin cierta preocupación, y se encontró con un gato negro que se disponía a echarse y que le dio una altanera y lánguida mirada antes de acomodarse y cerrar sus ojos.

No estaba habituado a esas mascotas, por lo que no sabía cómo reaccionar... ¡Qué demonios hacía un gato en un tren!

―No sabe cuánto lo siento, señor ―dijo una voz femenina a su lado derecho―. Paris es inofensivo, me descuidé un segundo y se subió.

Lawrence se encontró con la mortificada expresión de una dama. Lo sabía, su entonación, su postura, el impecable y decoroso atuendo a la medida. Sin embargo, era una dama inesperada. En todos sus viajes que había hecho por tren ―que no eran pocos—jamás le había tocado coincidir en el mismo compartimento de primera clase con alguien perteneciente a una etnia diferente a la suya. Era más habitual ver a personas similares a la dama en segunda clase, donde varias veces se vio en la obligación de viajar. Una vez le tocó en tercera y fue una experiencia... interesante, pero no fue a causa de la multiculturalidad de sus pasajeros, sino por la especie.

Sin embargo, a cierta parte de la población de Inglaterra le horrorizaba que personas, como la dama que tenía a su lado, tuviera los mismos privilegios que ellos. A él solo le producía curiosidad el motivo por el cual la habían dejado entrar con un gato.

Lawrence le sonrió y desestimó la gravedad del asunto diciendo:

―Menos mal que es nuestro amiguito es negro, al menos sus pelos no se notarán donde se sentó. ―Con movimientos lentos y calculados Lawrence bajó los pies de la butaca y se sentó como un caballero. Paris ni se inmutó. De reojo, Lawrence notó que la dama aún no se tranquilizaba, por lo que la miró directamente a los ojos y aseveró―: No se preocupe, no haré un escándalo por esto.

La dama sonrió con femenina timidez, asintió y mucho más aliviada dijo:

―Gracias, señor. Disculpe las molestias... Quitaría a Paris de donde está, pero... ―No terminó su frase y evitó mirar hacia donde estaba su gato descansando.

―Es complicado, y no es necesario someter a nadie a una situación que raya lo indecoroso ―añadió Lawrence―. Paris y yo seremos amigos a menos que me entierre las garras.

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