Siempre he creído en el amor de verdad. El amor bonito, que te cuida, que te respeta, que te valora. El amor es un sentimiento extraordinario que no se puede regalar a cualquiera. Hoy en día los jóvenes no le dan al amor el valor que se merece. Pero yo lo tenía muy claro, mi corazón solo latía por una sola persona, y hacía muchos años que no lo hacía.
Madrid era mi hogar, ese hogar donde sientes la rutina, el estrés, el día a día tan loco de Madrid. He de decir que como buena madrileña, no comparto la mítica frase de 'Madrid es un estrés'. Sí, claro que lo era, obviamente es la capital, y la cantidad de personas que transcurren sus calles... Es una locura. Pero al fin y al cabo la rutina es exactamente la misma que en cualquier otra ciudad. Quizá esto lo diga porque estoy acostumbrada, pero no es lo mismo venir de turismo, que vivir aquí.
Ir a clase sabiendo que estaba el verano a la vuelta de la esquina, eso sí que era una tortura y no vivir en Madrid. Ya era última hora y ni siquiera sabía qué estaba diciendo la profesora de literatura, mi cabeza siempre se iba a otro sitio, al mismo sitio de siempre. ¡Maldita sea!
Me volvía aquel olor a hogar, ahí es donde me encontraba mentalmente, porque en cuerpo presente estaba escuchando a Carmina, sin prestar nada de atención. Mi cabeza seguía inmersa en aquel sitio, Altea. Desde que conocí aquel lugar solo deseaba que acabara el colegio para ir a la casa de la playa. Nuestra casa era sal, arena, alegría y mucha mucha paz.
Recuerdo a mis padres sentados en aquel mirador al que tanto cariño tenía. Por supuesto, después de haber ido a mi heladería favorita en la que siempre me pedía mi tarrina mediana de Trufa, tradición de cada verano. Puedo recordar el sabor, e incluso a mis padres ojeando todos y cada uno de los helados que vendían en aquella tienda pequeñita de helados artesanos que me tenía enamorada. Mi cabeza inconscientemente se fue a aquel día. Mentiría si dijera que no lo recordaba a menudo... Mucho más de lo que me gustaría, para qué vamos a engañarnos.
Una tarde cualquiera, de esas calurosas pero soportables. Puede parecer extraña la expresión, pero en 'la terreta', cuando hace calor, no hay quien lo aguante. Cogí mi helado, me separé de mis padres que hablaban entretenidos con una familia que veraneaba allí como nosotros, y me fui al borde del mirador. Allí había un niño que en ese momento no sabía que las olas que estaba mirando, serían las mismas que algún día nos golpearían sin parar, o quizá, saltaríamos, quién sabe.
-- ¿Qué le pasa a las olas? – pregunté, sin saber por qué extraña razón un niño que parecía vivir allí miraba el mar como si no lo hubiera visto nunca. Como si mirara algo con tanta admiración que no podía creerse que fuera real.
-- ¿Quién eres y por qué te sientas aquí? – contestó grosero, y sin ni siquiera girar la cabeza para contestarme. Él seguía con la mirada fija, puesta en aquellas olas de una tarde de verano.
-- Jope, solo estoy preguntando. ¡Yo soy Gia! Tengo ocho años, seguro que tú tienes menos que yo, porque he sido mucho más madura. – dije con cierta satisfacción sabiendo que le estaba molestando, pero me estaba gustando molestarle.
-- Mi nombre es Oliver, y tengo muchos amigos, no quiero hacer más, gracias. – dijo con los brazos cruzados y utilizando el mismo tono que había empleado antes, aunque esta vez sí se giró hacia mi, pero para regalarme una sonrisa de pocos amigos.
-- ¿Te gustan las motos de agua?, mi padre tiene una y creo que es divertido, la verdad que no lo sé porque nunca he montado, pero estoy segura de que lo es. Aún somos pequeños para saberlo, pero algún día lo descubriremos.
-- ¿Tu padre tiene una moto de agua? – preguntó sorprendido. El tono con el que me había estado hablando cambió por completo. Me di cuenta de que era aquello lo que estaba observando, no era el mar, ni los barcos que navegaban a lo lejos, sino el grupo de personas que corría en motos de agua a escasos metros de la playa. -- Por cierto, tengo diez años, y si quieres te puedo dejar ser mi amiga. No porque tu padre tenga una moto de agua, pero sí porque a pesar de cómo te he hablado, has insistido. ¿Siempre eres tan insistente?
-- No soy insistente, solo estoy aburrida. Mis padres llevan hablando con sus amigos más de una hora, ya no sabía qué hacer, y en cuanto te he visto no he dudado ni un segundo en venir a ver qué hacías.
-- Vivo cerca de aquí, con mi madre, en la casita de mi abuelo, y siempre vengo a ver cómo corren con las motos, ¡me encantan!
-- ¿Y sabes que son peligrosas? Ha habido muchos accidentes en el mar, porque van muy rápido. ¿No te da miedo? – pregunté intrigada. Sabía que era peligroso coger velocidad en el mar, los golpes al caer a gran velocidad podían ser muy dolorosos, y sino que le preguntaran a mi padre, que había tenido unos cuantos problemillas cuando era joven y alocado. Siempre hablaba de ello y de la novia que tuvo, la verdad que se le iluminaban los ojos al recordar aquella época, estaba claro que había sido muy feliz.
-- Yo no tengo miedo. ¿Y sabes qué?, no sé si volveremos a vernos, pero te puedo asegurar que yo algún día saltaré olas, aceleraré con el puño todo lo que pueda, y sentiré la brisa del aire golpeando mi cara. Porque seré el más rápido. – afirmó con una decisión que me quedé sin palabras. No entendía que tuviera algo tan claro con tan solo diez años. Pero vamos si lo tenía claro... Cogí fuerte el helado y me levanté corriendo, justo cuando mi madre apareció por detrás, llamándome para avisarme de que regresábamos a casa.
Un sonoro golpe de la puerta al cerrarse me devolvió a la realidad, a aquella clase de la que había desconectado hace mucho rato. Los recuerdos siempre me invadían, cada día que pasaba siempre regresaba a todo lo vivido allí. Mi cabeza jamás lo pudo olvidar, y mi corazón tampoco.
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Agárrate fuerte
RomanceGia es una chica madrileña enamorada de Altea, una ciudad alicantina donde veraneaba cuando era pequeña. Allí vive Oliver, el chico que jamás ha podido sacar de su cabeza. Bajo una noche de perseidas hicieron una promesa, y ella la incumplió, no reg...