29. OLIVER

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Volver a verla fue de todo menos sanador. Me quedé aún más roto si cabe después de haber hablado con ella. No sabía cómo solucionar aquello, os lo prometo. ¿Cómo se soluciona algo que no has provocado?, muy jodido de verdad. No me iba a creer jamás, y no la juzgo, de verdad que no, era imposible creerme, me había creado yo mismo aquella imagen, era mi culpa, quizá aquello justamente no, pero la situación en general sí. Sabía que algún día todo me iba a pasar factura, pero joder, ¿tenía que ser con ella?, pues así es la vida.

Aquel día decidí doblar turno, total, llegar a casa era un infierno de pensamientos que me metería aún más en la mierda de lo que ya estaba. Doblar era una putada, no nos vamos a engañar. Significaba salir a las nueve de la noche, muerto de hambre, y totalmente reventado, pero lo prefería.

Cuando llegaron las nueve estaba completamente muerto, llevaba unos pelos alborotados de sudar, del ajetreo, del no parar, que en lo único que pensaba era en llegar a casa y meterme en la ducha. Quizá mi madre había preparado alguna cena rica antes de irse a trabajar, ojalá, así no tenía que ponerme a hacer la cena, porque eso significaba que iba a cenar un bocadillo de atún en tal de irme corriendo a tumbarme y descansar.


Entré por la puerta y no os hacéis una idea de cómo olía, adoraba a esa mujer, de verdad os lo digo. Mi querida y amada madre había preparado canelones caseros, ¿sabéis lo que son canelones de mi madre?, quería llorar de la emoción, estaba muy sensible...

Olía a gloria bendita.

-- No me lo creo, ¡gracias! – le dije a mi madre mientras dejaba todas las cosas encima del sofá.

-- Canelones recién hechos para el hijo más guapo que tengo. – mi madre me dio un beso en la mejilla.

-- Tampoco es que tengas más... -- dije bromeando.

-- Eso es verdad. – mi madre me miró sonriente. -- ¿A quién se le ocurre doblar un día como hoy?, está la plaza llena de gente.

-- Necesitaban gente, no pasa nada. – mentira, doblé porque quise.

-- Qué chico más trabajador. – madre orgullosa. Hijo sintiéndose culpable por tantas cosas...

-- Bueno, se hace lo que se puede... -- fui directo a coger un plato y servirme la cena.

-- Me voy cariño, descansa, que tienes una carita... -- mi madre cogió su bolsa del trabajo y se dirigió hacia mi para darme otro beso en la mejilla, después de acariciarme la cara suavemente. – Oliver, si te pasa algo sabes que puedes contármelo, yo jamás te voy a juzgar.

-- Lo se mamá, no me pasa nada de verdad, estoy agotado, me voy a poner la tele hasta que me quede dormido. Planazo. – yo disimulón.

-- Bueno, si necesitas algo ya sabes, me llamas. ¡Te quiero!

Mi madre se despidió de mi, pero algo o mejor dicho, alguien, se interpuso en su camino evitándole salir de casa.

-- ¡Gia!, ¿qué haces aquí?, ¿ocurre algo? – mi madre dijo aquello sorprendida.

Más sorprendido me quedé yo, nada más meterme en la boca el primer trozo de canelones. ¿GIA?, ¿qué hacía Gia en mi casa? Me dirigí hacia allí como una flecha.

-- No Gemma, no ha pasado nada. ¿Está Oliver? – Gia sonaba bajito, dijo aquello con voz suave y delicada.

-- Sí, ¿pasa algo? – dije preocupado.

-- No no, no pasa nada de verdad. No os preocupéis. – insistió.

-- Chicos, yo me voy que llego tarde, esto de no tener el coche... -- mi madre resopló. – Llevar cuidado, y por fa Oliver, acompáñala a casa, es muy de noche para ir sola por ahí.

Agárrate fuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora