2. La Verdad

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La noche había acabado para todos. Era 15 de marzo de 1987. La mañana ya había comenzado. Exactamente eran las 7 del día. Antonio ya se encontraba despierto y trabajando como zapatero como cada día para ayudar a su familia.

—¿Como le va el día, Dom? —preguntó Antonio, mientras lustraba su zapato.

—Con tranquilidad ahora, muchacho. Pero después quién sabe. —contestó. Mientras leía su periódico. —¿Y tú? ¿Estudias?

—No, señor. —dijo Antonio. Con mirada triste. —Trabajo en esto y en carpintero por las tardes para ayudar a mi familia.

—¿Cuánto ganas al día? —preguntó.

—Eso depende como es la clientela. Aveces al día gano cincuenta soles o solo veinte. —contó. —Hago lo que puedo.

—Tranquilo. Eres un hombre trabajador. Ya llegará tu recompensa por tu esfuerzo.

—Gracias, Don.

—¿Cómo está tu mamá? —preguntó.

—En casa. Ay, mi madre. —suspiró. —Es una santa.

Mientras su mamá.

La mujer revisaba la cama de su hijo Antonio, pero estaba vacía. Eso la llenó de enojo.

—Sinvergüenza. —se acercó hasta el muchacho de contextura gruesa y mirada tímida. —Con que querías verme la de tonta.

—Perdón, señora. No sabía. —contestó el muchacho.

La señora de anteojos, cabello marrón oscuro amarrado y con un bastón en mano.

—No te hagas el tonto. Si mi hijo se levantó temprano es para ir de cacería. —aseguró, mientras le jalaba la patilla.

—No sabía.

—¿No sabias? Pusiste almohadas en la cama para hacerme creer que él estaba ahí. Soy vieja, no bruta. —le golpeó la pierna con su bastón.

—¿Más? —preguntó.

—¿"Más"? ¿Quieres más? —le volvió a golpear.

—No, no, no. Señora, me dejara hinchado. —pidió el muchacho de dieciocho años.

—Señora. —apareció un hombre de camisa blanca y barba larga.

—Oye, tú. ¿Viste al mujeriego de mi hijo? —preguntó la madre.

—No, señora. —contestó el hombre con temor.

—Ay, un día me matará de un infarto ese animal. —dijo, mientras miraba el cielo. Luego miró al muchacho. —Tú, Enrique, ve a buscar a mi hijo.

—¿Pero donde? —preguntó Enrique.

—Hasta el mismo infierno si es posible. No me extrañaría qué esté ahí para ver mujeres. —añadió. —¡Anda, tonto, anda!

—Si, señora. —empezó a irse, pero ahí escucharon una moto.

—Si. El hombre de llamas. —afirmó, luego se encendió un puro.

En la entrada de aquel patio entró una moto donde manejaba el mismo Antonio. La madre y Enrique observaban desde el pasillo. El hijo bajó de la moto y caminó de inmediato hacia su hermosa y admirable madre.

—Hola, mami. —dijo Antonio.

—¡Tú! ¿Dónde estabas? —preguntó.

—Eh... El trabajo. —contestó. Con la mirada tímida. —Ya sabes, full chamba.

—¿Full chamba? ¡O full besos, mocoso! —con su bastón señaló cada mejilla de besos.

—Ay... —Antonio fue atrapado y el terror lo dominaba. —Pero de verdad fui a trabajar. Solo que luego...

Te Veo Al Despertar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora