En la terminal, el incesante sonido del silbido de la locomotora atendía a diferentes especificaciones: había que pitar en los trabajos de enganchar y desenganchar vagones durante las maniobras; en la salida de los trenes y en plena vía. El reglamento precisaba que era necesario utilizar el silbo al acercarse a las estaciones de empalme, al llegar a las agujas, en las estaciones, en los pasos a nivel, en las curvas, los desmontes, al llegar a un túnel y en todos los puntos donde hubiera señales fijas que así lo indicaban. No, Jorge no era maquinista, pero los transportes que funcionaban a base de vapor siempre despertaron una inconmensurable curiosidad en él. A penas se bajó, pudo percibir el aroma a humedad en el ambiente, muy característico del lugar. Nunca imaginó que podría extrañar algo tan intrascendente como aquello. Ya había pasado un año. Largo, sí. Pero que, al final de cuentas, le sirvió para comprender muchas cosas.Caminó en línea recta hasta dejar atrás el bullicio y toparse con el sendero empedrado que conducía hasta el pueblo. Los campos de verde vívido se extendían por los laterales del camino de terracería y esparcidos en torno a éstos, se alzaban grandes árboles de follaje denso. Miró a su alrededor, una sonrisa se formó en sus labios al recordar su niñez y lo mucho que disfrutaba correr entre la maleza, pretendiendo que nada más importaba. El canto de los mirlos dejó de apreciarse cuando llegó a la entrada, cerca del mediodía. Nada pareció cambiar, salvo el par de arcos elaborados con piedra, los cuales, ahora se revestían con pintura blanca y sobre ella, se alcanzaba a visualizar «El Huizachal», trazado en negro.
Más adelante, las construcciones se convirtieron en el panorama principal. Las personas se movían de un sitio a otro; los animales de transporte, al igual que pocos automóviles, se desplazaban por la calle. En contra de todo sentido racional, continuó su travesía a pie, restándole importancia al cansancio que comenzaba a incomodarlo. La hacienda de su familia se encontraba en lo más recóndito, próxima al río; así que acabó retrasándose. Logró respirar con naturalidad únicamente al quedar frente a la finca. Las piernas le ardían por el esfuerzo, sumado a la falta de costumbre recorriendo distancias considerables. Mientras se recuperaba, uno de los trabajadores le reconoció de inmediato y muy afablemente lo acompañó a la puerta principal, atravesando el huerto frontal. Jorge empujó la composición de madera y una vez que ingresó, la cerró detrás de sí. María, su hermana; estaba en la cocina, absorta en los utensilios que sus manos sostenían. Jorge se acercó cuidadosamente y le tocó el hombro con suavidad, ganándose una mirada llena de conmoción. Ella rápidamente se lanzó a sus brazos.—¡Ay, tú! —reforzó el agarre con mayor fuerza, al borde del llanto — ¿Por qué no escribiste? ¿Cómo has estado? ¿Qué tal la ciudad? —sus preguntas se formularon una tras otra, provocando que él riera en voz baja. María rompió el abrazo con sutileza y retrocedió unos centímetros para verle a la cara.
—Quería que fuera una sorpresa —admitió entonces, sujetando delicadamente sus manos —. Te extrañé muchísimo, María. La ciudad está bien, pero me gusta más estar aquí, cuidándote.
La muchacha le devolvió el gesto y lo arrastró hasta el comedor, pretendiendo sacarle más información de cómo lucía la capital. Jorge trató de explicarle a detalle su experiencia, pues sabía que a ella no se le permitía hacer viajes fuera del poblado, ni siquiera cuando él lo solicitaba; por ende, lo menos que podía hacer era contárselo.
Mantuvieron una agradable conversación durante un buen rato; ella solamente lo interrumpía cuando quería indagar más respecto a un tema en particular. Conforme avanzaban, la fémina empezó a platicarle respecto al pueblo y cómo ciertas personas cambiaron en su ausencia, fue narrando de uno en uno y él asentía con emoción, hasta que llegó el turno de Genoveva, la hija del General —. Hasta envidia te va a dar cuando te diga con quién anda saliendo —una sonrisa socarrona se dibujó en sus labios. María y Genoveva eran la clase de amigas que se contaban todo, sin excepciones; lo más seguro es que ella estuviese hablando en serio y no con el afán de provocarle "celos". Porque sí, la hija del general, en más de una ocasión le confesó que estaba enamorada de él, pero nunca fue correspondida —. Es novia de tu amigo, Pedro.Jorge desvió su atención hacia el marco que dividía la cocina con el pasillo del vestíbulo, desdibujándose en medio del silencio, siendo incapaz de creer lo que acababa de escuchar. Prometió volver, inclusive aclaró que ese viaje tenía como propósito definir sus propios sentimientos. A pesar del desprecio que sentía por sí mismo, no hubo un día en que no pensará en él. Por más incorrecto que fuera, por más pecador que eso le convirtiera... ¿todo para qué? Si al final Pedro terminaría en los brazos de alguien más, de alguien que no conocía ni la mitad de lo que él. Imaginar que el sentimiento era mutuo fue un error, un grave error y ahora, no existía modo de arrancárselo del alma.
—¿Hermanito? —su tono era suave y compresivo, como si intuyera que algo no marchaba bien —Sé que solían ser muy cercanos, a lo mejor te decepcionó por ganarte a la que te gustaba, pero mira el lado bueno, hombre. Tendrá una vida mejor al lado de ella, ya ves, con eso de que sus tierras no producen mucho.
Jorge asintió y se levantó de la silla, no deseaba oír nada al respecto. Entonces le avisó que permanecería en su estudio, poniéndose al corriente con las cuentas e informes de la propiedad y que tan pronto la comida estuviese terminada, se lo informara. No esperó respuesta y arrastró los pies hasta el pasillo, dirigiéndose al cubículo que fungía como despacho. Las estanterías y el escritorio se hallaban perfectamente limpios, supuso que los documentos nuevos eran los de la parte superior de la pila; así que solo suspiró y tomó uno al azar para revisarlo. Intentó con toda su voluntad resignarse y parar de darle vueltas a la situación. Evidentemente, no funcionó. Se negaba a aceptar que todas esas veces escapándose a escondidas carecían de significado, que cada canción que se dedicaron indirectamente fue en serio. ¿Lo habría echado de menos si quiera?
Al caer la noche, decidió salir para despejar su mente. Permitió que sus piernas le guiarán hasta quién sabe dónde. Al final, se paró indeciso frente a una cantina. Un pequeño, pero decente lugar. Tranquilo, sin duda fuera de lo usual. En resumen, era el sitio idóneo para embriagarse y hundirse en su propia miseria. En el interior, logró divisar pocas mesas siendo ocupadas; así que entró mucho más convencido. Ocupó un taburete en la mesa del fondo, sacando una cajetilla de cigarros y un encendedor de su chaqueta.
—¿Jorge? —justo cuando se llevó el puro a los labios, una voz inconfundible irrumpió —. Ah, ¡cuánto desgraciado gusto me da verte!
Dio una buena calada antes de voltear en la dirección adecuada, era obvio que en algún punto se encontrarían, pero... ¿por qué justamente en ese establecimiento?
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Sinceramente no me animaba a retomar las historias sobre estos dos, por miedo a la funa. Sin embargo, como dijo Luis Fonsi: yo no me doy por vencido.Ojalá les haya gustado tanto como a mí. Agradecería un montón si comentan o votan; cualquier error gramatical u ortográfico los estaré corrigiendo posteriormente. Les aprecio ♡

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𝐒𝐞𝐫𝐞𝐧𝐝𝐢𝐩𝐢𝐚
FanfictionDespués de la ausencia de un año, Jorge regresa al pueblo solo para enterarse de que Pedro se encuentra en una relación. El recién llegado, herido de resentimiento, empieza a distanciarse. Sin embargo, al ser muy apreciado por la gente del lugar, in...