Efímero.

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Pedro estaba sorprendido, bastante, si se permitía ser honesto. Había algo diferente en ese beso, más allá de la necesidad que el otro comunicaba, algo que se expandió a través de sí y que, en contra de todo sentido racional, gradualmente le hizo ceder. Subió la diestra hasta el pecho impropio, aferrándose a la solapa de aquella chaqueta, cerca de donde se abotonaba. Jorge Bueno tenía un encanto particular que lo doblegaba, debía reconocerlo. Siempre le pareció un hombre muy culto e interesante; disfrutaba mucho de su compañía, inclusive en esos días donde las palabras quedaban suspendidas a mitad de la conversación, siendo remplazadas por miradas cómplices con sonrisas introvertidas.
Si tan sólo hubiese sabido que no era admiración lo que él causaba, habría hecho lo imposible por alejarse... pero allí estaba, como un perro faldero, dispuesto a ofrecer la vida por su amo. Y lo odiaba. Lo odiaba porque Genoveva no merecía tal cosa; juró que su corazón le pertenecía y que se hallaba decidido a cambiar el rumbo de su vida, pues deseaba verla feliz. Faltar a su promesa le provocaba remordimiento y, a su vez, repudio.

Cuando el gesto cesó, los brazos ajenos le rodearon delicadamente y él pudo sentir el aroma a cedro y vetiver de la colonia tan característica que usaba. En el pasado, quedar impregnado por su perfume le preocupaba; sin embargo, en ese momento poco le importó que así fuera. Iba a ser la última vez, ¿qué más podía perder?
Se permitió aspirar el olor mientras se armaba de valor, buscando el modo apropiado de ponerle fin al abrazo. Dio entonces un par de palmaditas en el mismo lugar que segundos atrás sostuvo con tanta desesperación, dándole a entender que podía soltarlo.

—Por favor, Pedro —él no se atrevió a levantar la cara para verlo, no tenía el coraje suficiente para ello —. No me pidas que me olvide de ti... de nosotros, porque no puedo —sonaba convencido, más no bastaba para detener los pensamientos negativos que le abrumaban —. Estoy enamorado.

Su mente era un caos y el corazón parecía reducirse en su pecho por la opresión, incluso si las palabras del contrario le daban esperanza, era consciente de que volverían al mismo infierno de hace un año o peor.
Pedro negó suavemente con la cabeza, costándole enfocar su atención en ese par de ojos marrones. No quería mostrarse vulnerable delante suyo y justo consiguió lo opuesto.

—Mírame, Pedro —pidió, inclinándose levemente hacia adelante, quedando más o menos a la altura. Su mano buscó a tientas la del mencionado, apretándola una vez que logró entrelazarla con la propia —. Mírame y dime que este beso significó algo para ti; que me amas a mí y no a ella, que todo lo que vivimos no fue una simple equivocación.

Unas cuantas lágrimas traicioneras cayeron por sus mejillas, rápidamente las limpió y como pudo, alzó la cara para responder: —No, lo siento —su voz era trémula, pero decidida —. Fue bueno volver a coincidir, pero... prefería que no ocurriera en el futuro.

Jorge fue soltándolo despacio, suspiró con pesadez y lo observó, sintiendo que su alma estaba desnuda al confesar que, efectivamente, seguía atado a una promesa carente de sentido, misma a la que debía renunciar involuntariamente. Fue estúpido al imaginar que su relación, si es que podía denominarle de dicha forma, sería igual que antes y se sobrepondrían a la adversidad.

—Descuida, no pasará nunca más —apretó los labios, absteniéndose de expresar que lo consideraba un cobarde. No tenía caso continuar persistiendo cuando la elección ya había sido tomada.

Se dio media vuelta y emprendió camino de regreso al pueblo. Pedro Malo dio rienda suelta a su angustia, derrumbándose en silencio. La posición en que se encontraba lo confundía, ¿Genoveva o Jorge? ¿A cuál de los dos amaba en realidad?
Por muy fuerte que se consideraba, acabó echándose a llorar con una amargura tangible. Era injusto que aquél tratase de reavivar una llama que ya consideraba extinta, llevándolo a cuestionar sus emociones.

Poco a poco fue recobrando la calma, hasta que estuvo completamente en silencio. Abandonó el sitio y retornó por el mismo rumbo, tarareando para sí de forma suave; sin embargo, aquella melodía no transmitía consuelo ni calidez. Era gélida, deprimente y con cada nota, una extraña sensación de abatimiento le golpeaba el pecho.
Sus piernas se desviaron del sendero y en vez de dirigirse a casa, terminó parado frente al umbral de la residencia de su novia. Tocó la puerta y extrañamente ella le abrió, invitándolo a pasar de inmediato.

—Creí que hoy no aparecerías por aquí —murmuró dulcemente, tomándolo del brazo para guiarlo al salón principal —. Me alegra que lo hayas hecho, mi padre tuvo que salir de emergencia y no me entusiasmaba la idea de esperarlo yo sola.

Pedro depositó un fugaz beso en su frente, regalándole una sonrisa sincera. La ojeó con curiosidad, contemplando el bonito vestido verde que traía puesto.

—Me moría por verte, chula —no le agradaba tener que mentir, aunque en parte era cierto; de otro modo, no se habría trasladado hasta allí en primer lugar —. Me hiciste falta hoy.

La castaña se rió con timidez, cubriéndose parte de la cara debido a la vergüenza. Sus mejillas se tornaron de un carmín tenue, resaltando la belleza de sus facciones. Él aprovechó la cercanía que el sofá les brindaba para acariciar su mano, deleitándose con la suavidad de su piel tersa.
Ella se recargó en su hombro, frotando la nariz melosamente sobre esa misma zona.

—Hueles distinto —apreció, sin mostrarse asombrada, consternada o molesta —. Me gusta, es muy varonil.

Una mueca se plasmó en su cara tan pronto la oyó. No quería pensar en Jorge e irónicamente todo a su alrededor le recordaba a él. En medio de esa oleada de sensaciones indescriptibles, apresó sus labios con ímpetu, buscando que su cabeza se apagara durante un tiempo y con suerte, frenara la reproducción de escenarios surrealistas.
Imaginó que al compartir un beso con Genoveva se disiparía cualquier duda; que lo encendería a penas sus bocas profundizaran el acto, pero no sucedió; al contrario, acabó completamente descolocado.
A pesar de ello, no permitiría que el autosabotaje interfiriera, arrebatándole la posibilidad de vivir con normalidad. Se hincó frente a ella, sujetando sus pequeñas manos débilmente.

—Cásate conmigo, chaparrita —exhortó con gentileza, acariciándole los nudillos —. Sé que no tengo mucho para ofrecer, pero me esforzaré día a día para darte la vida que acostumbras tener. Nunca podré pagarte por tu afabilidad, pero me encantaría devolverte la felicidad que tú me has obsequiado, hasta en mis peores días. ¿Qué dices? ¿Aceptarías convertirte en mi esposa?

Un sollozo suave salió de aquellos rosados labios, seguido de una enternecida sonrisa. Asintió repetidamente, al tiempo que sus ojos desbordaban finas lágrimas a causa de la emoción.

—¡Sí, Pedro, sí! —rompió el agarre y pasó los brazos detrás de su cuello —¡Nada me alegraría tanto como pasar el resto de mi vida contigo!

Él imitó su acción y, muy a su pesar, no compartió el entusiasmo con la misma intensidad.

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I'm back!

Ojalá que este capítulo sirva para compensar medianamente mi ausencia.

Ya saben, si les gustó déjenmelo saber con un comentario. Les aprecio. ♡

𝐒𝐞𝐫𝐞𝐧𝐝𝐢𝐩𝐢𝐚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora