Bien es sabido por la gran mayoría de las personas que habitan este mundo en el momento en que yo me encuentro escribiendo esto -y con mayor profusión aún se han expandido este tipo de experiencias entre aquellos que pertenecen al mismo rango de edad que yo- que la soledad puede llegar a ser la mejor compañía de todas en un mundo tan gris y egoísta como es el nuestro.
Sea porque se hayan vivido cruentas experiencias donde traiciones se vean involucradas, los juramentos más sinceros se tergiversen y corrompan, los lazos familiares se vean olvidados o porque los valores morales sean tirados al foso séptico que es en verdad la mentalidad humana, es mayor con cada nueva Luna el número de personas que vagan señeros por el mundo ya que no tienen a alguien confiable de quien no esperen con tremor hórrido y miedo inenarrable un traición subrepticia y por lo menos totalmente inesperada. Este es un grupo en el cual yo me considero dentro, o por lo menos lo hacía hasta hace un par de días.
Una fuerte depresión me atacó por un par de años, sumiéndome en un pozo de tristeza e indescriptible profundidad psicológica llegando a tal grado que despertaba al borde de las lágrimas al ver cómo mis mayores y más íntimos deseos parecían serles concedidos a todas las personas salvo a mí. Despertaba desanimado y con la almohada vagamente humedecida por mis llantos nocturnos en mañanas nubladas donde apenas una luz se filtraba a través de mis ventanas, secando mi alma y solo animándome a levantarme de la cama porque me veía compelido a seguir viviendo mi miserable vida en silencio como una persona normal a los ojos de mis familiares, mis conocidos, y peor aún, de mis amigos que ignoraban mi sentir por la falta de confianza para hablarles de cómo me sentía y buscar ayuda en sus melifluas e idílicas palabras de ánimo.
He desconfiado de personas por el simple hecho de que mi temor de ser lastimado de nuevo como lo he sido en el pasado no ha sido superado ni mínimamente.
He dedicado mis encomios más dulces a imágenes que consideraba celestiales y luminosas para mí, resultando al final súcubos de los báratros inferiores que arrancaron el ánimo de mí.
Me habría suicidado ya de no haber sido por la intervención de un par de personas que me permitieron hablar sin vergüenza ni recato de mis aflicciones. Tanto fue su apoyo que motivado me siento de nuevo y es a ellos a quienes dedico esto.
Quisiera abrazarlos en la eternidad de mis párrafos y plasmarlos en mi imaginación, abrasarlos en los fuegos fatuos que mi corazón expele y tatuarlos en mi memoria, en la eternidad sideral e infinitamente en la vacuidad cósmica, donde nunca jamás habrá barrera alguna que impida el flujo de cariño que solo es propio de una amistad recíproca y verdadera.
Autor: Jonathan Flores De León.
Fecha de producción: 10 de junio, 2015.