U N O

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Dices que no le temes a la muerte, pero cuando la tienes enfrente te cagas.

Dices que no le temes a la muerte, pero cuando la tienes enfrente te cagas

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Andy Stanley, mi querido —y caníbal— novio.

S K A I L E R  . D

Había sido un día perfecto. Aunque Andy y yo intentamos no toparnos con ningún conocido, sí nos llegaron a ver dos personas; nuestra maestra de Ciencias Sociales, y un chico del instituto con el cual compartía varias clases pero no hablaba con él.

En fin, nos agarró la noche o, mejor dicho, la madrugada. No había nadie en las calles, y la única iluminación venía de los faroles.

—Tomemos por ahí —propuso, señalando una larga calle.

Una que solo tenía un farol encendido, pero vacilaba, amenazando con apagarse por completo en cualquier momento, como los demás.

Dudé unos segundos y miré a donde él apuntaba, le agarré la otra mano.

—¿La calle octava? Claro que no, está prohibido.

Él bufó.

—Pero por allí es más rápido, nena.

—Y más peligroso también, ¿no entiendes? —lo dije en muy mala forma y suspiré, arrepentida por el tono que utilicé—. Tomemos por otra parte, Andy, ¿si?

Intenté seguir caminando, pero él no lo hizo.

—¿Qué te pasa? —Volví a hablar— ¿No te basta con estar deambulando a las dos de la madrugada por las calles?

—¿Es que no confías en mí todavía? —Su maldita expresión facial era tan lastimera que terminé por suavisarme.

—Sí lo hago. —Le aseguré—. Sabes que lo hago, así que no preguntes eso otra vez. —Entrelacé mis dedos con los suyos.

—Entonces vamos. —Dió un paso lento—. Yo te cuido, princesa...

No discutiría, el día había marchado genial y no lo echaría a perder con mi actitud. No aquella vez. No con Andy Stanley.

Así que dejé que él nos guiara.

—¿Quieres saber lo que haremos en mi casa? —Él subió a la acera y, simulando ser un príncipe, me besó el dorso de la mano.

—Sorprendeme. —Subí también. Se me escapó una sonrisa.

La desolación de aquella calle se me hacía tan escalofriante que casi me hinqué con mi propia voz. Pero no lo demostré.

«No llantos, no gritos, no miedo», ¿dónde demonios había escuchado aquello?

Andy fingía estar en una pista de baile clásico mientras andaba; despacio, refinado, y ridículamente calmado.

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