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Mi hermano Teddy y yo siempre vivimos con nuestra abuela Andrómeda, nuestros padres habían muerto en la guerra mágica cuando nosotros éramos recién nacidos, así que quedamos al cuidado de ella.

Era una mujer de pocas palabras, gentil y protectora, pero también un poco gruñona e impaciente.
Era cierto que a su edad ya no estaba hecha para cuidar a dos pequeños niños, así que ella le pedía ayuda a nuestros padrinos, Harry y Ginny Potter.

Ellos nos visitaban seguido, al igual que todos sus amigos que fueron alumnos de mi padre cuando fue maestro en el colegio de Hogwarts.

Nuestra tía Hermione nos enseñó a leer, a escribir y todo lo que ella aprendió en la escuela de muggles antes de entrar a Hogwarts. Yo había escuchado muchas cosas buenas acerca de ese colegio, me fascinaba escuchar historias acerca de mis padres para sentirme cerca de ellos.

Mi hermano Teddy había heredado la metamorfomagia de mi madre, era un poder que le permitía cambiar su aspecto a como el quisiera, por eso mi abuela siempre decía que el le recordaba mucho a mi madre, Nymphadora.
Teddy era un niño alegre, que siempre nos saca a todos una sonrisa con sus cambios de aspecto, por hacer cara de algún animal o por los propios chistes que el inventaba, no había nadie a quien Teddy no hiciera reír.

Por el contrario, yo no había heredado ningún encanto o algún poder como él, con forme fui creciendo me sentí apartada, pero encontré consuelo en los libros que la tía Hermione nos regalaba y me bastaba con que todos dijeran que eso me haría inteligente en el futuro.
Aún que aveces, cuando estaba con Teddy podía ser yo misma: reír, hacer mis propios chistes y no pensar en agradarle a los demás con lo que digo.

Bueno, quizá no solo con Teddy.

Neville era un amigo de mi padrino Harry, ambos fueron juntos al colegio y unas cuantas veces nos visitaba a la casa y siempre nos llevaba regalos. El me había contado que fue alumno de mi padre y que nunca nadie lo había hecho sentir valioso hasta que lo conoció a él, eso mismo me pasó a mi, Neville no nos veía como los pobres niños huérfanos.

Sentía cosquillas en el estómago y mis mejillas se coloreaban de rosa cuando el ponía sus ojos en mi para escucharme al hablar. No podía evitar sentir un brinco en mi corazón cuando lo veía entrar por la puerta junto a mis padrinos. Era un chico comprensivo y gracioso, que al igual que yo, observaba en silencio la conversación y hablaba solo cuando tenía algo que aportar.

Esa fue la primera vez que sentí un amor diferente al que le tenía a mi familia o a mis amigos, un amor que quería que sea solo mío.

Winnie's Lullaby. - Neville Loongbottom. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora