Capítulo 8

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Aunque hubiera querido, Candy no podía quedarse encerrada en su habitación.

Después de quedarse sola un buen rato, se levantó de la cama para ir directo a tomar una ducha. Luego de vestirse con unos pantalones cortos de mezclilla, y una playera amarilla, bajó a desayunar. Cuando se asomaba a la cocina, por la ventana vio el auto de Terry pasar. Se detuvo un instante, llevando una de sus manos al pecho. Cerró los ojos, respiró lo más profundo que pudo, y continuó su camino hasta la mesa. Ni su papá, ni su mamá hicieron mención alguna de sus ojos rojos, sus párpados hinchados o lo acontecido la noche anterior cuando se sentó a la mesa lo cual ella agradeció con una sonrisa. Al acabar, se ofreció a lavar los platos. Sentía que era lo menos que podía hacer. Estando Cris ahí, su madre estaba más ocupada.

El resto del día se la pasó entre el cuarto de la tele viendo caricaturas con su papá y Cris, riendo con las caras que ponía Albert cada que el pequeño le llamaba "abu Bert". Y es que el hombre, aunque encariñado después de año y medio de convivir con el niño, no se terminaba de acostumbrar al apelativo. Cuando se cansó del sofá, se fue a la cocina donde su madre preparaba la comida. Ayudó un poco lavando lechuga y zanahorias, cortando algunos tomates, y vigilando la salsa para el espagueti. Le pareció demasiada comida para ellos tres y el niño, luego recordó como Lauren siempre, siempre, hacía de más para compartir con el vecino de al lado.

Con el estómago encogido, sin decir nada a Lauren, marino unas chuletas de cerdo que encontró en la nevera, se puso a picar en cuadros muy chiquitos dos tomates, un poco de cilantro, cebolla y, rebuscando encontró unos chiles. Escogió el más grande, se puso unos guantes de nylon, lo rebanó cuidadosamente hasta dejarlo en trocitos para, finalmente, echarle sal y exprimir dos limones. Al acabar, lo guardó en el refrigerador mientras se disponía a freír la carne. Al cabo de un rato, la mesa de la cocina estaba llena de comida, toda tapada, esperando para ser degustada.

Lauren dejó también una bolsa de tela con con varios recipientes a un lado. No dijo nada cuando observó a su hija preparando cosas, al menos no hasta que se percató de las gruesas lágrimas que comenzaban a correr por las mejillas de su hija.

— Candy… — Lauren habló con un hilo de voz, limpiando de paso las pálidas mejillas de su hija menor, su corazón oprimido por la tristeza de su pequeña.

— No me voy a quedar mamá — Declaró Candy entre hipos — Lo perdí… — Soltó un par de sollozos — No me va a perdonar y…

— Necesitan hablar otra vez, hay cosas que tú no sabes, dale tiempo, acaba de verte después de un año, está herido, en su corazón, y físicamente también, deja que se calme, si te vas…

— No me va a escuchar… me…merezco su desprecio… lo mejor es que cambie el boleto de avión… me iré tan pronto haya un lugar disponible…
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Pasaban de las cuatro de la tarde cuando el motor del carro de Terry se apagaba al estacionarse en la cochera de su casa.

— ¡Ey, amigo! — Llamó sacudiendo ligeramente al niño sentado en el asiento del copiloto — Ya llegamos — Le revolvió un poco el cabello.

Jordan Grandchester se removió, bostezó, gimió, se estiró y, finalmente, volvió su carita sonrojada por el sueño hacia su tío. Pestañeo varias veces al verlo, abrió la boca dejando salir un "¡Oh!", se frotó los ojos, observó de nuevo a Terry con la tristeza reflejada en ellos al hablar.

— Por un momento creí que eras papá — Dijo el pequeño desviando la mirada — Te pareces mucho a él — Expuso con la cabeza gacha.

A Terry le costó tragar saliva ante las palabras de su sobrino. Cerró los ojos un momento al tiempo que recostó su espalda en el asiento y apretó el volante. Suspiró, metió y sacó aire dos veces antes de regresar la atención al niño.

— Tu también te pareces a él — Le dijo a Jordan poniendo su gran mano sobre la cabeza de cabellos rubios de un tono muy oscuro.

Los ojos azul verdoso de Jordan observaron al hombre junto a él.

— Yo… a veces te confundo con papá… y él ya no está… mamá también se fue… — Los labios de Jordan comenzaron a temblar — Si tú nos dejas también… — Los ojitos se clavaron en el hombro herido de Terry.

Al ver el temor en la cara de Jordan, Terry se apuró en quitarse el cinturón de seguridad, el del niño, para luego jalarlo hacia él y poder abrazarlo.

— No voy a dejarlos, Jordan, te prometo que no — Le aseguró a su sobrino con voz firme.

El momento que Terry lo tuvo entre sus brazos le supo a gloria. Al fin su sobrino se abría a él, y esperaba, con todo su corazón, poder cubrir las necesidades afectivas de ese niño, el hijo de su hermano, a quien le debía tanto.

— ¿Ya llegamos? — La voz de Mary Sue rompió la burbuja que envolvía a tío y sobrino, quienes se soltaron apenas escucharla.
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Aunque Terry pensó que la conexión con Jordan fue momentánea; por fortuna se equivocó.

Al bajar del auto, y antes de ingresar a la vivienda, el chiquillo tomó la mano de su hermanita a la vez que la de su tío para, los cuatro, recorrer los pocos metros hacia la entrada principal.

Así los vio Candy desde su ventana, todos agarrados, el cuadro casi perfecto de una familia, sólo faltaba la madre… Susana.

Una vez más, el corazón se le hizo pedazos cuando en su mente se proyectó el cuadro.

Con la vista nublada, se dirigió hacia el extremo de su habitación, tomó su maleta sin deshacer, y la colocó sobre la cama con la intención de volver a guardar sus cosas. No pudo abrirla. sus manos temblaban, le costaba respirar.

Adolorida en cuerpo y alma se fue dejando caer al piso hasta acabar con la cabeza entre las rodillas aguantando un nuevo torrente de lágrimas mientras escuchaba risas infantiles provenientes de la casa de al lado.

Si tan solo se hubiera quedado unos segundos más donde estaba, se habría topado con unos ojos azules, que se alzaron hacia su ubicación antes de perderse en el interior de la vivienda.

Continuará...

¡¡Hola a todas!! ¿Cómo están? Vengo de pasadita a dejarles un capítulo corto. Espero pronto pueda presentarles más.

Un abrazo.

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