Jessi:
Mi nombre es Jéssica Evan pero todos me llaman Jess, estoy en mi último año de instituto y en teoría, debería ser el mejor año de mi vida si no fuese porque a mi madre se le ha ocurrido la maravillosa idea de mudarnos en
mitad de curso. Ella dice que necesitamos un cambio en nuestras vidas, desde que se divorció de papá no ha vuelto a ser la misma. La buena de Maggie, siempre pendiente de mí, no se merecía que papá la engañase, estoy segura de que volverá a enamorarse.
Creo que está intentado secuestrarme o algo así porque ahora mismo estoy metida en un coche contra mi voluntad entrando a lo que parece una ciudad desierta. Oh vamos! ¿Dónde esta la gente? Miro a mi alrededor, nada.- Vamos Jess tranquila, aún es muy temprano, deben estar en el instituto. - miro a mamá de reojo, ahora resulta que lee mi mente, ruedo los ojos y subo la música. Esto va a ser largo.
Llegamos a lo que será nuestra nueva casa, la verdad es que está bastante bien. Parece un buen barrio y hay que reconocer que la casa es preciosa. Subo a mi habitación, mamá sabe lo que me gusta, lleva preparando esta casa más de un año. Es una amplia habitación con una gran cama y un ventanal enorme con un bonito alfeizar alcolchado en color beige con cojines morados, mi color favorito. Las vistas son excelentes, tenemos un gran jardín con piscina incluída. Dejo mis cosas en un rincón y miro a mi alrededor todo en tonos beiges y morados, me encanta. Observo el baño, el vestidor... Es todo perfecto. Bajo las escaleras y encuentro a mi madre sentada en el salón leyendo una revista de decoración, no sé si lo he dicho pero es decoradora de interiores.
- Mamá creo que saldré a dar una vuelta. - Levanta la mirada de su revista para observame.
- ¿Te llevas a Sam? - Ah sí! Sam, lo olvidaba, es mi maravilloso perro, un pastor alemán de un año que juega en el jardín. Asiento a la pregunta de mi madre y silbo, en menos de treinta segundo Sam está sentado en frente mía, le acaricio la cabeza, cojo mi bolso y salgo a conocer mi nueva ciudad. Tengo que acostumbrarme a esto.Llego al final de la calle y me detengo en la entrada de un parque, saco de mi bolso una pelota y ante la mirada atenta de mi perro la lanzo lo más lejos que puedo, Sam sale corriendo y yo me dirijo a la sombra de un árbol a leer una de mis novelas de amor preferidas "La Chica del Lago".
Habrá pasado algo menos de una hora, Sam sigue correteando con su pelota y algunos niños se acercan a acariciarle. Parece una ciudad agradable. Una pelota de béisbol cae junto a mi y de inmediato aparece un chico rubio con cara de preocupación y se inclina al verme.
- ¿Estás bien? ¿Te ha dado? Joder... Lo siento... - parece nervioso, me hace gracia. Sonrío cálidamente, cierro mi libro y me pongo en pie planchando mi camisa con las manos.
- Tranquilo, la pelota no me ha dado, no te preocupes - Ríe algo más relajado.
- Perdona, soy Tylor Adams - me ofrece la mano. Que educado.
- Jess Evan - cojo su mano y la estrecho. Va a decir algo cuando un grupo de chicos nos interrumpe.
- Adams ¿qué coño haces? Llevamos horas esperándote - grita un chico castaño mientras se acerca a nosotros. Se detiene frente a mí y silba, ruedo los ojos obteniendo como respuesta una sonrisa de lado. - Ahora entiendo porque tardabas tanto...
- Vamos chicos ¿a qué esperais? - Una voz chillona me hace girar la cabeza para ver a una rubia despampanante que contonea sus caderas hacia nosotros - ¿Ahora perdéis el tiempo con paletas? - Suelta sin previo aviso mirando con desprecio mi camisa de cuadros. Estoy a punto de contestarle cuando Tylor me lo impide
- Ash déjala en paz, no te ha hecho nada - me mira cálidamente, dios es guapísimo... Pero no pienso aguantar esto.
- No, tranquilo si tiene razón aquí estáis acostumbrados a las barbies teñidas y polioperadas. No perdáis el tiempo conmigo... - Cojo mi bolso y camino seguida de Sam, que ha estado observándome todo el rato y sintiendo como me quema la mirada atónita de Tylor y la risa divertida del castaño. Puede imaginar las rojadas mejillas de la ahora furiosa Ash que acaba de llevarse una lección. Punto para mí, río al pensar que sin quererlo acabo de comenzar una guerra absurda.