Apenas tomamos el sentido una vez más, pudimos comprender la gravedad de la situación, y, a pesar que él repetía "Eres tú, eres tú", sabía que la verdad era demasiado fuerte, que sólo era una broma pesada, ya que no podíamos estar juntos a pesar que ambos quisiéramos. Él, un arcángel, yo, una simple caída con deseos de volver a revivir en las alturas, y sabía, dentro de mí, que tendría que hacer algún mérito que, honestamente, no estaba dispuesta a cumplir ni loca.
¿Valía la pena hacer, por primera vez en todos éstos años, décadas, algo bueno por una imposibilidad que llevaría de la mano romper todos los estándares de quién soy, de quien he sido todos éstos años por amor? Claramente la respuesta la tuve por sí sola, y no lo valía. No cuando no estaba segura que no era sólo un juego de los arcángeles para hacer que regresara... pero viendo ésos ojos... ésos malditos ojos en los que desde que recuerdo, me perdía profundamente, y podía ver mi alma reflejada en ellos como si fuera un mágico espejo de aquellos que nosotros tanto cuidamos en el cielo... el cielo. No recuerdo casi nada de éste si me pongo a pensarlo fríamente. No recuerdo cómo se veía, cómo se vivía allí. Los ángeles por lo común no tienen hambre, pero dábamos festines dignos de los Dioses de los que cuidamos, por supuesto que ni la misma Reina Catherine Medici igualaba. Una gran mujer, por cierto.
Sus manos acariciaban mi rostro, y el miedo que éste se alejara y que en cualquier momento dejara de sentir su dulce tacto, me daba cada vez más miedo. Un miedo irracional de sentir que moría a cada segundo más que el anterior. ¿Sería posible sentirme viva si estaba con él, siendo de él?
¡NO! Se supone que debería seguir con mi ética, con mi moral, con mi sentido de vida. Debería seguir con lo que yo creo correcto, no con lo que otros me digan que haga, por que al final, ¿de qué serviría mas que para seguir con quien yo soy en verdad? Pero la cruda verdad es que, aunque moría de miedo, sabía que no podía huir de ésto por más que yo quisiera, y cómo me maldigo. Tanto que luché por olvidarle y, de repente un día, se aparece como si nada.
-Estás muy callada...- enfatizó el mayor sin haber logrado despegar su cálida mano de mi mejilla colorada.
-Estaba pensando...
-¿Y éso es bueno?- pues claro que no era bueno. Que pensara en todo éso por momentos y, peor aún, que considerara el volver al cielo, era inaudito, irrelevante. Era algo que no podía considerar.
-Es bueno. - respondí con seguridad, intentando mostrarme lo más segura posible, pero seguridad era lo que me faltaba. Por primera vez moría de miedo, y no sabía por qué exactamente. No era una limpia, no era el ver cómo quemaban mi única pluma que pude traer a la Tierra conmigo, haciéndome extrañar todo lo que yo era, todo lo que sentía al volar. Y nuevamente, estaba bloqueada con ése pensamiento. Con ése recuerdo. Con ése deseo. Con volar. Casi cuando ya estaba a punto de aceptar, mis oídos retumbaron tan fuerte que casi me caigo al suelo. El sonido del timbre, el cual me sacó de todos mis instintos, hizo que la realidad en la que vivía, fuera regresando poco a poco.
-Volemos.
-¿Qué?
-Volemos, pequeña. Vayámonos a donde nadie pudiera encontrarnos, donde nadie te busque, donde nadie te encuentre.
La idea por sí sola sonaba tan tentadora, tan palpable, tan real, que sentí como nuevamente sonreía con estupidez y cómo me sentía real. Me sentía yo.
Con una voz casi ondulada y callada, mis ojos se elevaron hacia los ajenos, y fue cuando con gran ímpetu, logré responder.
-Volemos.