Desde entonces, Harrison y yo tuvimos más interacciones, la mayoría por los carteles.
Faltaba media hora para salir de mi casa de camino al instituto; mis manos temblaban mientras buscaba desesperadamente mi otra media entre la montaña de ropa. Sentía el corazón latir con fuerza; cada segundo que pasaba aumentaba mi ansiedad en mi habitación, que, como dice mi madre, era un 'habitad de cerdos' o simplemente un 'chiquero'. Cada vez que lo decía, sentía una punzada de vergüenza. Eran sus apodos más cariñosos hacia mi habitación; me guardaré para mí los que usa cuando está molesta al ver mi chiquero.
Caminaba por mi habitación, con un pie desnudo y el otro en una media negra, sintiendo el frío del suelo en un pie y la suave tela en el otro. De repente, un ardor inimaginable se formó en mi dedo pequeño del pie al golpearme con algo en la montaña de ropa. Sentí que mi dedo ardía con la intensidad del fuego del infierno y comencé a saltar sobre un pie, sosteniendo el otro con mis manos. Cantar "Sana, sana" ya no me libraría de aquel dolor infernal, pero en mi mente se repetía la canción, esperando algún milagro de los dioses o de Goku para quitarme este dolor.
Después de un rato, aún sintiendo palpitar mi pobre dedo, rebusqué en aquella montaña de ropa el causante de mi dolor. Mientras lo hacía, no podía evitar pensar en cómo mi madre reaccionaría al ver este desastre. Era una caja, no, un cofre, un pequeño cofre de madera oscura que parecía moverse por mi cuarto como si tuviera patas. Siempre he dicho que las cosas de mi cuarto tienen vida, como en Toy Story, o que un gnomo vive aquí y por eso mis cosas nunca están en el mismo lugar. De seguro duerme en mi pila de ropa.
Además del cofre, encontré mi otro zapato; tiré la pequeña caja de madera a mi cama sin preocuparme de si había algo delicado en ella, terminándome de colocar la otra media seguido de mis zapatos.
Debería limpiar mi habitación; mi ropa interior estaba en el suelo. Si no fuera porque la única mujer que vive aquí era la misma que me bañaba de pequeño, me moriría de vergüenza si viera mis calzoncillos rojos con la elástica de superhéroes, pero no era el caso, ella compraba mi ropa interior.
Un suspiro salió de mis labios. Si tuviera superpoderes, con solo un movimiento de mis manos mi cuarto estaría impecable, como el de mis hermanos. ¿Por qué tuve que ser yo el hermano desordenado? ¿Ese fue mi castigo? ¿Por llevarme toda la belleza y no dejarle nada a mis hermanos? A ellos les tocó la inteligencia y ser ordenados.
Miré mi reloj digital de mi muñeca; aún faltaban unos 10 minutos para que me empezaran a llamar para irme, así que no me quedaría con las ganas de abrir aquel cofre cuando llegara a casa. Lo coloqué encima de mis piernas; no tenía candado, solo tenía que quitar el pequeño sujetador y listo. ¡Bum! Abrió, revelándome unas notas de papel envejecido que ignoré, un pequeño carrito de carreras que solía tener de niño, una foto mía que fue tomada para el colegio y una un poco más grande donde me encontraba yo y la señora Hutcherson. En esta, me demoré un poco más; mi dedo pulgar, decorado con un anillo negro, acarició la imagen congelada de la señora Hutcherson. Mi pecho se llenó de nostalgia, pero no de tristeza. Mi yo pequeño de la foto sonreía alegremente; me faltaba uno de mis colmillos y podía ver el bufé detrás de nosotros, algunos papeles regados en una gran mesa negra. La señora Hutcherson llevaba uno de sus trajes oscuros con un collar de cruz en él. El grito de mi padre me había despertado de aquel trance; lo último que vi antes de guardar todo y que se quedó en mis manos fue una cadena plateada con una cruz pequeña y un grabado en ella, similar al de la Sr. Hutcherson.
Conocía a la señora Hutcherson desde que tengo memoria; como dije, era una abuela para mí. A veces me llevaba a sus bufetes de abogados y corría por ahí, como si fuera un nieto más.
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A mi lado
Teen FictionHayden, un chico de 17 años, alto, de cabello rubio y deportista, tenía toda su vida planeada. Estaba profundamente enamorado de su vecina Ivy, una chica algunos años mayor que él, con una belleza innegable. Aunque no habían tenido mucha interacción...