Capítulo II

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Josefa se encontraba en la bañera, el agua tibia y reconfortante no lograba aliviar el huracán de emociones que la invadía. Mientras lavaba su cuerpo distraídamente, su mirada se detuvo en los moretones que marcaban su piel, recordándole el dolor que había experimentado. De repente, los recuerdos de aquel abuso invadieron su mente, y su cuerpo comenzó a temblar incontrolablemente.

Sin poder evitarlo, Josefa se colocó en posición fetal, sintiéndose nuevamente vulnerable y desamparada. Las lágrimas rodaban por su rostro, mezclándose con el agua de la bañera. Cerró sus piernas con fuerza, buscando protegerse de aquellos momentos oscuros que la habían dejado marcada para siempre.

La sensación de engaño y traición la atormentaba. Aquel hombre que se había hecho pasar por su amigo, aquel en quien confiaba, había abusado de su confianza y se había aprovechado de ella en el momento más vulnerable. Se sentía engañada, herida y con una profunda sensación de impotencia.

Desesperada, Josefa intentó limpiarse con frenesí, como si pudiera eliminar el sentimiento de suciedad que la invadía. La repugnancia hacia aquellos recuerdos se mezclaba con el amargo sabor del reproche que había recibido por parte de sus allegados. Se sentía culpable, como si el simple acto de confiar en alguien para tener una amistad fuera un error imperdonable.

El agua de la bañera se volvió un torrente de lágrimas mientras Josefa intentaba deshacerse de la sensación de traición y engaño que la consumía. Cada movimiento enérgico y cada frotamiento vigoroso eran un intento desesperado por librarse de la carga emocional que llevaba consigo.

Sin embargo, por más que se esforzaba, Josefa sabía en lo más profundo de su ser que no podía lavarse el dolor. No importaba cuánto se limpiara físicamente, el daño emocional seguía presente. El peso del abuso y la manera en que la habían culpado por confiar en alguien que no lo merecía era demasiado doloroso de soportar. Josefa se encontraba inmersa en un torbellino de emociones mientras veía su piel enrojecida debido a la fuerza con la que se había estado tallando. En medio de su angustia, comenzó a cuestionarse si había sido su culpa.

Las advertencias de su madre resonaban en su mente. "No confíes en los hombres, siempre tienen segundas intenciones", le había dicho repetidamente. Incluso su propio padre le había instilado la creencia de que una mujer y un hombre no podían ser amigos sin que existieran motivos ocultos. ¿Había sido ella demasiado ingenua, demasiado tonta, por creer en la posibilidad de una amistad genuina?

Josefa se juzgaba a sí misma por su supuesta falta de conocimiento del mundo que la rodeaba. Sentía que había sido ignorante al confiar en alguien tan ciegamente. La culpa la carcomía, haciéndola dudar de sus propias decisiones y de su capacidad para discernir las intenciones de las personas.

Mientras se enfrentaba a su propia imagen en el reflejo del agua, Josefa luchaba con una mezcla de arrepentimiento y autorreproche. Se cuestionaba si había sido demasiado inocente, si había ignorado las señales de advertencia que ahora parecían tan evidentes. Se sentía atrapada en una telaraña de autoacusación, sin encontrar respuestas claras ni consuelo en sus pensamientos.

Josefa salió de la bañera, todavía sintiéndose sucia, como si estuviera llena de algo repugnante tanto por dentro como por fuera. Mientras se secaba, su mirada se fijó de pronto en el espejo del cuarto. Sus ojos reflejaban el tormento interno que la consumía, el dolor y la confusión que la envolvían.

Intentando distraerse de sus pensamientos angustiantes, Josefa se puso una bata y se dirigió a su habitación. Al abrir la puerta, el llanto repentino del bebé la dejó pasmada por un momento. Un sentimiento abrumador de odio se apoderó de ella. Comenzó a temblar y a gritarle al bebé que se callara, liberando su frustración acumulada. Sus palabras eran un torrente de desesperación y rabia.

—¡Cállate! ¡No puedo soportarlo más! —gritó Josefa mientras rascaba su cabeza con violencia, como si quisiera arrancar de raíz los pensamientos y emociones que la atormentaban. El bebé, asustado por la reacción de su madre, lloraba aún con más fuerza.

En medio del caos, Guadalupe, la madre de Josefa, corrió hacia la habitación al escuchar el alboroto. Entró apresuradamente, preocupada por su hija y su nieto— Josefa, cálmate, por favor —suplicó, mientras tomaba al bebé en sus brazos, intentando calmarlo.

Pero Josefa estaba envuelta en una tormenta emocional que la superaba. Le pidió a su madre que se llevara al bebé lejos de la habitación, que se llevara la cuna, que no quería verlo. Sus palabras eran cargadas de amargura y dolor.

—¡Llévalo lejos de mí! ¡No puedo soportarlo más! ¡No quiero verlo! —exclamó Josefa, sintiendo un profundo resentimiento hacia el bebé y todo lo que representaba.

Guadalupe, con lágrimas en los ojos, comprendió la angustia de su hija y se llevó al bebé consigo, saliendo de la habitación.

Josefa se quedó sola en su alcoba, temblando y exhausta. Las lágrimas inundaban sus ojos mientras se daba cuenta del alcance de su propia angustia. Se sentía atrapada en un mar de emociones abrumadoras, incapaz de encontrar una salida.

En ese momento, el peso de la culpa se hizo aún más insoportable. Josefa se preguntaba si ella misma era la responsable de su propio sufrimiento, si había algo malo en su interior que la llevaba a reaccionar de esa manera. Pero la respuesta se escapaba entre sus dedos, dejándola sumida en la desesperación y la confusión.

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⏰ Última actualización: Aug 28, 2023 ⏰

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