El romance de un ocupado bolsista

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Jungkook, empleado de confianza en la oficina de Kim Namjoon, bolsista, permitió que una mirada de suave interés y sorpresa visitara su semblante, generalmente exento de expresión, cuando su empleador entró con presteza, a las 9.30, acompañado por su joven estenógrafo. Con un vivaz "Buen día, Kook", Namjoon se precipitó hacia su escritorio como si fuera a saltar por sobre él, y luego se hundió en la gran montaña de cartas y telegramas que lo esperaban.

El joven hacía un año que era estenógrafo de Kim. Era hermoso en el sentido de que decididamente no era estenográfico. Renunció a la pompa de la seductora Pompadour. No usaba cadenas ni brazaletes ni relicarios. No tenía el aire de estar a punto de aceptar una invitación a almorzar. Vestía de gris liso, pero la ropa se adaptaba a su figura con fidelidad y discreción. En su pulcro sombrero negro llevaba un ala amarillo verdosa de un guacamayo. Esa mañana, se encontraba suave y tímidamente radiante. Los ojos le brillaban en forma soñadora; tenía las mejillas como genuino durazno florecido, su expresión de alegría, teñida de reminiscencias.

Jungkook, todavía un poco curioso, advirtió una diferencia en sus maneras. En lugar de dirigirse directamente a la habitación contigua, donde estaba su escritorio, se detuvo, algo irresoluto, en la oficina exterior. En determinado momento, caminó alrededor del escritorio de Kim, acercándose tanto que el hombre se percató de su presencia.

La máquina sentada en ese escritorio ya no era un hombre; era un ocupado bolsista de Nueva York, movido por zumbantes ruedas y resortes desenrollados.

—Bueno, ¿qué es esto? ¿Algo? —interrogó Kim lacónicamente.

Las cartas abiertas yacían sobre el ocupado escritorio que parecía un banco de hielo. Su agudo ojo gris, impersonal y brusco enfocó con impaciencia la mitad del cuerpo del muchacho.

—Nada —repuso el estenógrafo alejándose con una ligera sonrisa.

—Señor Kook—le manifestó al confidencial empleado—, ¿El señor Kim dijo algo acerca de emplear a otro estenógrafo?

—Sí —repuso Jungkook—. Me ordenó que tomara a otro. Ayer por la tarde pedí a la agencia que enviara algunos para probarlos esta mañana. Son las 9.45 y todavía no se ha mostrado ningún modelo de sombrero ni ningún pedazo de goma de mascar.

—Entonces haré el trabajo como de costumbre —dijo el joven— hasta que llegue alguna muchacha [o muchacho] para ocupar el puesto —se dirigió a su escritorio y colgó el sombrero negro con el ala de guacamayo gris verdoso, en el sitio acostumbrado.

El que se haya visto privado de presenciar el espectáculo de un ocupado bolsista de Manhattan durante una avalancha de trabajo, está impedido para ejercer la profesión de la antropología. El poeta canta acerca de la "ocupada hora de la vida gloriosa". La hora del bolsista no sólo es ocupada, sino que los minutos y los segundos están suspendidos de todas las correas de las plataformas delantera y trasera.

Y ése era un día ocupado de Kim Namjoon. El indicador de las cotizaciones comenzó a arrojar sus espasmódicos rollos de papel y el teléfono de sobre el escritorio tenía un ataque crónico de zumbido. Los hombres comenzaron a irrumpir en la oficina y a llamarlo por sobre la baranda en forma jovial, seca, viciosa, nerviosa. Los mensajeros entraban y salían corriendo con notas y telegramas. Los empleados de la oficina saltaban de un lado a otro como marineros durante una tormenta. Hasta el rostro de Jungkook se ablandó, dibujando algo que se parecía a una expresión de animación.

En la Bolsa había huracanes, terremotos, tormentas de nieve, glaciares, volcanes, y esas perturbaciones comunes se reprodujeron en miniatura en las oficinas del bolsista. Kim empujó su silla contra la pared, mientras tramitaba operaciones comerciales como un bailarín de puntillas. Saltaba del indicador de cotizaciones al teléfono, del escritorio a la puerta, con la diestra agilidad de un arlequín.

El Namgi y O. HenryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora