Es difícil liberar a los necios de las cadenas que veneran.
—Voltaire.☆
Xiao no recuerda exactamente cuándo fue que Morax lo recogió.
Tiene pequeños chispazos de recuerdos. Él está sirviendo a un arconte, hay cadenas alrededor de sus brazos, mucha sangre por todas partes, incluso sobre él mismo. Sangre suya y sangre de otros. Puede recordar gritos desgarradores todo el día y unas alas cortadas. Arrancadas.
A veces cuando recuerda, siente arder los dos enormes agujeros a cada lado de su espalda, ambas huellas de recuerdos indelebles. Por más que Xiao quisiera olvidar todo, no puede. Y le duele. No de manera física.
Luego apareció Morax. Xiao recuerda que fue él quién lo salvó de su infernal pasado, del que creía no poder escapar. Había sido hace demasiado tiempo como para recordar todos los detalles, pero sí puede revivir en su memoria algo de lo que ocurrió después de que el arconte Geo lo sacara de ese lugar.
Y Xiao fue tonto por creer que algo en su vida cambiaría desde ese entonces.
Porque luego de eso, Morax lo envió a la guerra, otra vez. A luchar contra el mal que habitaba en Teyvat y en Liyue. Tuvo que aprender a usar armas, y Xiao nunca había tomado un arma. Anteriormente, solía batallar mientras surcaba los cielos, luego con nada más que sus manos, y cuando sangraban y el dolor apenas lo dejaba articular los dedos, o el frío no le permitía moverlas lo suficiente, solía recurrir a sus dientes.
Pasó siglos luchando al lado de Morax para protegerlo, y luego llegó la guerra de los arcontes. Para ese entonces Xiao conoció a otras bestias iluminadas, otros iguales a él. Eran llamados Yakshas, y rápidamente fueron conocidos como Los Cinco Yakshas, bestias que no daban a torcer y que matarían cuanto fuera suficiente para proteger a Morax y a la nación. Y por esta peculiar cualidad, el arconte les encargó a Xiao y a los otros cuatro la labor de eliminar el odio de los dioses caídos durante la guerra de arcontes.
O en su defecto, cualquier cosa que pusiera a Liyue en peligro.
Los Cinco Yakshas eran criaturas poderosísimas, imponentes y despiadadas, pero incluso con toda la fuerza que poseían, los yakshas no fueron capaces de controlar ni manejar el odio y la oscuridad a la que se enfrentaban. Cayeron en desesperación, en la locura, y uno a uno fueron pereciendo en el campo de batalla.
Xiao recuerda el día que perdió a la familia que tenía y la única que tuvo, o al menos que recordaba haber tenido. El día que la oscuridad y el odio estaban arrasando con él de la misma manera como lo hizo con sus hermanos, cuando vio todo negro y sólo podía pensar, ¿por qué Morax permitió esto?
¿Por qué nos hizo esto?Xiao pudo haber tenido el mismo final que sus hermanos de no ser por Venti.
Aún le duele algo en su interior cuando lo llama de esa forma. Porque Venti es un arconte, y él no se siente digno de tratarlo tan informalmente, no es digno de lo que sea que Venti sea con él. Desde aquella noche que tocó para Xiao calmando el odio que parecía querer calar hasta sus huesos, Venti no se fue nunca más. Él estaba simplemente en todas partes, incluso si no estaba a su lado, podía sentirlo en la brisa. Su voz carcajeaba junto al silbido del viento y las noches de frío cuando Xiao tenía pesadillas y recordaba el pasado, su voz entonando canciones de cuna lo arrullaba hasta que Xiao se dormía.