Parte Única

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Furina miraba las gotas de agua que caían por la ventana, deslizándose y juntándose hasta acabar en el fondo. A veces, opinaba que eran como la vida de los mortales; Caían solitarias, pero luego acababan juntándose con otras en su recorrido hacia la inevitable charca donde, al final, no eran tan distintas.


Pero a ella no le importaban una mierda. ¡Se aburría! No hacía más que preguntarse dónde estaba Neuvillette. Eran ya las doce de la noche y no había regresado a los aposentos de ambos. Sabía que no toda la lluvia era causada por él, ¿pero y si esa lo era? Cuando esa idea rondó su mente, se reclinó sobre su asiento. De repente, las gotas eran un punto de interés de lo más prominente.


—Neuvi, ¿eres tú quien causa la lluvia? ¡Pues claro que tienes que serlo! ¿Por qué, si no, no estás aquí? —preguntó al aire con un tono lamentado y dramático, haciendo pucheros. Su rostro reflejado en la ventana mostraba una mueca agridulce—. Iré a buscarte, eso sí que será entretenido. Después de todo, el agua nos conecta... Te encontraré tarde o temprano.


Sin más dilación, salió de sus aposentos en la búsqueda de su mano derecha.


✧ ✧ ✧


Así fue como Furina acabó por las calles de la Corte de Fontaine sin cubrirse. Alegaba que, siendo la Arconte Hydro, no necesitaba paraguas; Y así era. El agua la repelía mientras caminaba, ni una sola gota se había atrevido a mojarla. Focalors creía firmemente en que era gracias a sus poderes divinos, ¿pues cómo, si no, iba a suceder?


A la diosa le gustaban esos paseos nocturnos por las calles. Le daban una sensación de orgullo, pues era su nación. Pero, a su vez, ese orgullo era reemplazado con inquietudes. La incertidumbre de estar a la altura. El peso de una profecía y las vidas de los ciudadanos sobre sus hombros.


Cuando estaba sola, a veces, se preguntaba... Si así sería también su futuro. Solitario, donde solo el agua reflejaba sus pecados. Por ello, prefería pasear con Neuvillette. Con él, no tenía que pensar en asuntos tan serios... Solo en formas de jugar con él un ratito.


Después de tantos años, Neuvillette se había convertido en un refugio. Era alguien en quien podía confiar plenamente; el único al que le otorgaba el privilegio de ver su verdadero yo. Furina no aguantaría mucho más sin la atención de su querido juez.


Era también gracias a sus poderes que ambos estaban conectados. Cada vez que llovía, o ambos entraban en un entorno acuático, podían sentir donde estaba el contrario. Con el paso del tiempo, aprendieron a perfeccionar la precisión.


Y ahora lo notaba cerca... Demasiado cerca...


—¿Dónde estás, Neuvi? —le preguntó a la lluvia. Sus ojos heterocromáticos observaban el cielo encapotado cuando sintió una mano sobre su hombro.


Focalors sonrió de inmediato.


—No deberías salir sola a estas horas, Furina... —acomodó su paraguas sobre ambos—. Ni mucho menos con esta lluvia.


Neuvillette lucía habitualmente serio, pero su mueca tristona le indicó que él causaba la lluvia. Eso era algo fundamental, ¡inconfundible, su señoría! La arconte quiso animarlo tan pronto como su mano acabó sobre la suya, ayudándole a sujetarlo.

Lluvia de Media NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora