Los tiempos difíciles

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Se trataba del típico compromiso por conveniencia al que, al menos a uno de los integrantes de cada familia se veía sometido. Sus hermanos mayores; Anthony, Benedict, Colin y Daphne estaban casados, todos ellos lo habían hecho por voluntad propia y porque cada uno afirmaba estar profundamente enamorado. Pero eso no era todo, sino que su hermana menor, Francesca, recién había contraído nupcias con un joven conde escocés.

No era la vida de sus sueños, pero no podía quejarse de aquello que se le había dado por nacimiento, gozaba de un apellido respetado, de tierras envidiables, de una familia popular entre la colectividad y era feliz con lo que tenía a su alcance. Pero no era eterno y eso ella lo sabía.

Un día, su madre se sentó frente a ella mientras leía, la miró con los ojos más profundos que jamás haya visto y le habló con total seriedad; sólo para decirle que se había convertido en una mujer adulta y que era hora de tomar el lugar que le correspondía en la sociedad, no como el populacho esperaba que hiciera, sino porque su madre tenía miedo de ver como sus hermanos mayores se emparentaban y su hija, la que no era ni la mayor ni la menor, poco a poco se quedaba sola mientras los demás integrantes de su familia dejaban el nido al que llamaban hogar para formar una familia propia.

Lo más preocupante fue cuando Francesca se marchó y Hyacinth comenzaba a ser cortejada por los más jóvenes de la ciudad.

Estaba satisfecha, pero de vez en cuando y sin decírselo a nadie, se sentía sola; buscaba una clase de compañía diferente a la que ya poseía, esa clase de compañía que su hermano Colin y su mejor amiga Penélope tenían. Esa compañía íntima, la que no necesitaba de palabras para poder ser comprendida, esa complicidad que compartían al interior de cuatro paredes, ella lo sabía bien, jamás lo había experimentado en carne propia, pero sus hermanas y cuñadas se lo habían descrito a detalle, le habrían hablado de los encuentros piel a piel que tenían con sus maridos durante las noches, o mañanas, o tardes, en cualquier momento y en cualquier lugar.

Admitía la curiosidad, pero se negaba a admitir que era la compañía de una pareja romántica lo que de vez en cuando anhelaba. Ya no asistía a los bailes, y es que la mayor parte de las jovencitas poseían la edad de su hermana menor Hyacinth, y los chicos si bien eran de su edad, era bien sabido que siempre se inclinaban por aquellas menores que ellos.

Así sucedieron los años hasta aquella crisis económica que conllevaría a conflictos políticos con otras naciones, en especial con Irlanda, que se resistía constantemente a la unión con Inglaterra como parte del Reino Unido. Pero, ¿qué tenía la política que ver con su existencia en ese mundo al que muchos aseguraban era plano? En realidad nada, hasta que apareció un escocés que hacía dos años había enviudado, buscaba una esposa y tenía dinero. La familia de ella necesitaba un esposo y también dinero.

Y sin habérselo consultado o siquiera pedir algún consejo o consentimiento, su hermano mayor y cabeza de la familia aceptó. Ambos estrecharían las manos una noche lluviosa de 1825, cuando se acercaba el otoño y las hojas de los árboles comenzaban a desprenderse de las ramas habiéndose coloreado de un color naranja espectacular.

A la noche siguiente, mientras ella toqueteaba las teclas del pianoforte sin haberlo sabido manipular del todo, su madre se acercó, se sentó a su lado y le dedicó una sonrisa nerviosa, ella por supuesto sabía que algo malo estaba viniendo, ya que su madre hacía ese tipo de expresiones cuando se tenía que hacer algo que no siempre se aceptaba de buena gana.

Ese día miró por encima del hombro de su madre, su hermano Anthony caminaba de un lado al otro del pasillo, y aunque tal vez prefirió quedarse ahí para no tener que ser él quien diera la inesperada noticia, era evidente que estaba ahí, y que estaba perturbando el ambiente con el sonido de sus botas clavándose en el suelo. Después miró a su madre con atención, sus manos sudaban pero ya no importaba aquello que le dijeran; pensó en que tal vez la ocultarían en algún convento o que la llevarían a otro país con alguna de sus tías, pensó que tal vez la obligarían a vivir con alguno de sus hermanos casados o incluso que su madre se casaría, lo creería hasta de su hermana menor. Pero no fue así, después de la sonrisa incómoda, su madre la tomó de las manos y le admitió que después de haberlo pensado por semanas, aceptó el trató que aquel hombre les había propuesto.

Él daría el dinero a cambio de una esposa, y no se trataba de nadie más que de ella. Palideció, por supuesto, sintió un vacío en el estómago y sus pies no tocaban el suelo.

—¿Mamá? —preguntó, arrastrando cada palabra. Una mezcla de miedo, de incertidumbre e incluso de enojo.

—El chico es apuesto —repuso su madre de inmediato—, y solo es dos años mayor que tú.

Por supuesto que ella no lo quería, pensaba un enlace tal vez, pero ansiaba conocer al indicado, al que pudiera ser su cómplice, su íntimo, su...algo, como lo era Penélope para Colin, o Kate para Anthony.

Apretó los labios y se tragó las ganas que tenía de maldecir y derramar lágrimas, su madre le apretó las manos con fuerza y la miró:

—Son tiempos difíciles, hija mía —suspiró—, además... yo no estaré para siempre y sé que tus hermanos estarán ahí cuando los necesites, pero... necesitas un compañero... tuyo.

Ella no respondió. Quería decirle que sí, que lo deseaba, muy en el fondo, pero que también deseaba poder haberlo mirado a los ojos con anterioridad, al menos, antes de enfrascarse en una unión.

—Tu hermano y yo aceptamos porque parece un chico dulce y tranquilo, estamos seguros de que estarás bien. Puedo asegurar que no te maltratará.

¿Qué podía decir ella ante la confesión de su madre? Soñaba con un cómplice y tendría que conformarse con "alguien que no la maltratará", no lo entendía, imaginó la vida espiritual como una mejor alternativa para evitar la tremenda soledad que le avecinaba.

—Tengo que decirte, hija —siguió hablando su madre, parecía que se le dificultaba respirar, o más bien, decirle ese tipo de cosas a su hija—... es viudo, tiene dos hijos. Pero los niños estudian fuera del país.

Ella frunció el ceño, no parecía el mejor prospecto, en especial cuando su madre afirmaba que era una buena idea pero no dejaba de darle advertencias sobre lo que le esperaba.

Alzó la vista de nuevo, Anthony había dejado de caminar de un lado a otro y ahora se asomaba por el espacio que había en la puerta entreabierta.

—A veces estas cosas suceden, hija, yo hubiera querido que tú... Eloise esto sucede todo el tiempo, tenemos que hacer esto por el bien.

—¿El bien de quién? —preguntó ella con apenas un hilo de voz.

Su madre agachó la cabeza, apretó los labios y después la miró.

—Se hacen cosas por la familia, hija mía. Mira tan solo a tu hermano.

Sabía que ellos habían tomado una decisión y ella no tenía oportunidad de refutar aquel acuerdo que ya había sido establecido a sus espaldas. Miró fijamente a su madre y asintió.

Violet sonrió con poca energía, como alguien que estaba exhausto de la vida, o quizás de las decisiones que se habían tomado esos días.

—Bien —dijo—. Haremos los preparativos, tus hermanas ya están en ello y...

Ella se sentía ligeramente defraudada, al parecer era la última en saber que se casaría con alguien a quien no conocía.

—Quiero conocerlo antes de... —interrumpió a su madre.

—No lo sé —dijo Violet—, dijo que tenía muchas cosas que hacer y tal vez no puedas conocerlo hasta el día de la boda.

Se mordió el labio, no sabía desde cuándo era demasiado pedir conocer al novio antes de la unión, unión que ella no consentía del todo.

Violet se marchaba cuando ella preguntó:

—¿Al menos me dirás su nombre?

Su madre sonrió.

—Claro, Eloise —asentía—. Su nombre es Phillip, sir Phillip Crane.

PHILOISE || BRIDGERTON || INESPERADO, TAL VEZ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora