el que no arriesga, no gana

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Recuerdo que era un sábado, uno de esos días lluviosos de primavera que acaban con cualquier plan preestablecido.
Estaba tumbada sobre la cama, me sentía sola y asustada, estaba temblando, aunque no sabía muy bien por qué. Supuse que era por el tiempo, es algo normal en mí tener un estado de ánimo acorde a cualquier cambio que se produzca a mi al rededor.
Esta vez le tocó al tiempo darle un giro de ciento ochenta grados a mi alegría, o quizás le tocó al montón de problemas que se me venían encima: pasar de estar en la cima, a la caída en solo cuestión de segundos.
Tenía miedo. Miedo a perder cuanto había ganado en tanto tiempo, miedo a acabar con mis sueños y mis esperanzas, miedo a mí misma.
Tenía mucho miedo.
Aunque aún no era capaz de imaginarme la verdadera razón de mi extraño sufrimiento, mi cabeza sí lo hacía, quizás fue porque no quise hacerla caso o simplemente porque no la escuché gritar mientras me avisaba de la hostia que iba a pegar. El caso es que ignoré a la última persona (si se puede llamar así) que se preocupaba verdaderamente por mí y seguí adelante, confundida pero no hundida, con paso firme y fuerte, porque las cosas nunca pueden salir bien si no te arriesgas.

Me incorporé, todo empezó a dar vueltas a mi al rededor, necesitaba aire.
Fui entonces hasta la ventana y apoyé mi cabeza en el frío cristal, veía las gotas de agua correr e imaginaba, como cuando era pequeña, que todas estaban compitiendo entre sí para ver quien sería la primera en llegar a la meta. Entonces me di cuenta que en realidad nada había cambiado dentro de mí, todo seguía exactamente igual que cuando era una cría.
Pero ese juego pronto me dejó de entretener, y decidí continuar escribiendo un diario que hacía tiempo había empezado, tan solo para matar el tiempo.

A partir de entonces aprendí que no siempre se llora de tristeza, o que tener una sonrisa no significa ser feliz, que nuestra historia es solo una cuestión de momentos vividos y que lo único que vale la pena en esta vida es lo que nos hace sonreír.

Querido diarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora