A la mañana siguiente de que se graduara en el instituto y por decimonovena vez lo dejara una chica llamada Katherine, el famoso niño prodigio Colin Singleton se dio un baño.
Le decía «te quiero» como si fuera un secreto, y un secreto importantísimo.
Los prodigios aprenden, pero los genios hacen.
Tienes un problema muy complicado con una solución muy sencilla.
Había salido con diecinueve chicas. Y todas ellas se llamaban Katherine. Y todas ellas -todas y cada una de ellas- lo habían dejado.
Pensó en Demócrito: «Todos los hombres culpan a la naturaleza y al destino, pero su destino es sobre todo el eco de su carácter y de sus pasiones, sus errores y sus debilidades».
Aquella sonrisa podía acabar con guerras y curar el cáncer.
-¿Qué pasa? ¿Te da miedo decirlo?
-Te quiero.-Colin, quizá el problema somos nosotros.
-Oh, mierda.-Te quiero mucho y solo quiero que me quieras como yo te quiero -dijo lo más bajito que pudo.
Y, por supuesto, el momento Eureka llegó cuando empezó a aceptar que nunca llegaría.«Nos guste o no, los viajes tienen un destino»
Ni siquiera sé de qué depende que una tía sea fea o guapa...
Su relación de tres minutos fue el fenómeno en sí en su más pura esencia. Fue el inmutable tango entre el dejador y el dejado: llegar, ver, conquistar y volver a casa.
La verdad es que son una fortaleza misteriosa e inescrutable.
Quería prolongar el momento antes del momento, porque, por placentero que sea besar, nada es tan placentero como esperarlo.
Echaba de menos sus infinitos.
No lo hagas, tío. Estás quitándole la argolla a una granada. Estás empapado de gasolina y el teléfono es una cerilla encendida.
-En la geometría no hay historias de amor -le contestó Lindsey.
-Espera y verás.Luego oyó la nada y se acabó. Se tumbó en la tierra seca y rojiza, y dejó que las altas hierbas lo engulleran hasta hacerlo invisible.
Los libros son el no va más de los dejados. Los dejas y te esperan toda la vida; les prestas atención y siempre te corresponden.
En este mundo hay gente a la que quieres cada vez más pase lo que pase.
A ella le gustas, así que, si me gustas a mí, le gustaré a ella. -Colin la miraba confuso-. Insuficiente en álgebra, sobresaliente en ser guay.
Creía que todo podía expresarse con números, que... las matemáticas podían abrir el mundo. Es decir, todo.
-¿Qué? ¿También el amor?-...Ajjjufffaaah. Uffffff. Uau. Uau. Es como pegarle un morreo a un dragón.
-¿Te has preguntado alguna vez si a la gente le gustarías más o menos si pudieran verte por dentro?
Colin se quedó un rato escuchando el viento entre los árboles y viendo desplazarse las nubes, y dejó que su mente divagara. Su mente fue a parar a un lugar previsible, y la echó de menos.
Una gráfica perfecta para una historia de amor de cuarto de primaria.
-Es gracioso lo que la gente está dispuesta a hacer para que la recuerden.
-Bueno, o para que la olviden, porque algún día nadie sabrá a quién enterraron realmente allí.Uno los puntos, y de ahí sale una historia. Y los puntos que no encajan en la historia se quedan fuera. Como cuando buscas una constelación. Miras al cielo y no ves todas las estrellas. Todas las estrellas solo parecen el puto caos aleatorio que son. Pero quieres ver formas, quieres ver historias, así que las eliges en el cielo.
Dijo que ella era el agua, y yo era las rocas, y que lo único que íbamos a conseguir era chocar uno contra el otro hasta que no quedara nada de ninguno de los dos...Se besaron una vez más en la puerta -un beso tan bueno como auguraba su sonrisa- y luego entraron a hurtadillas en la casa para dormir unas horas.
El futuro infinito hace imposible que estas cosas importen.
Colin sintió en la piel su conexión con todas las personas que estaban en el coche y con todas las que no lo estaban. Y sintió que no era único, en el mejor sentido posible.