El nuevo vecino

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Me sorprendió la lluvia. Anoche olvidé dejar cargando mi móvil y no pude ver el informe del tiempo antes de salir al colegio.

Llovió toda la mañana y yo iba desabrigada y sin paraguas. Ni siquiera salí a recreo para no mojarme, porque sólo iba con falda, camiseta y mi habitual sudadera con capucha roja.

Por suerte la lluvia ya cesó. Desde la parada del autobús hasta mi casa corro lo más rápido que puedo. El fuerte viento parece que se esforzase en subirme la falda.  Aunque correr hace salpicar más barro en mis piernas desnudas, pienso que ya estoy cerca y ya me podré limpiar al llegar.

Voy más helada que patita de pingüino y, al intentar abrir, noto que no tengo mi llave. Reviso en el bolsillo canguro de la sudadera y dentro de la mochila. No sé si fue por haber corrido en la calle o por un descuido matutino, pero simplemente no está.

—¡No! ¡Ábrete! —le grito a la puerta justo antes de darle una patada con todas mis ganas.

Toco el timbre de la puerta a sabiendas que mi abuela ya se fue a su casa. Su casa queda en línea recta por dentro del parque por un camino que siempre preferimos evitar, porque es demasiado solo y oscuro y preferimos rodearlo y aprovechar de pasar a comprar tortitas al centro comercial.

Camino en torno a la casa intentando buscar alguna ventana abierta, pero Abuelita hizo un buen trabajo dejando todo cerrado. En mi mente me imagino atravesando las paredes con poderes mágicos y guareciéndome del viento que hiela los huesos. Vuelvo a la puerta de entrada y apoyo la espalda contra ella. A continuación, sin nada más que hacer, me dejo caer contra el felpudo de la entrada en un gesto de frustración suprema.

—¿Carmen? ¿Estás bien? —pregunta el vecino nuevo desde la reja de mi casa. Es la primera vez que hablamos.  Me sorprende que sepa mi nombre. Puedo sentir cómo mis mejillas se sonrojan al ver que me dirige la palabra. Es muy lindo y llevo semana y media, desde que llegó a la casa de al lado, mirándolo desde lejos.

—Vecino —le respondo dudosa. —Sí, todo bien — evitando dar explicaciones.

Cabello oscuro, barba tupida y una sonrisa que podría derretir el hielo combinan a la perfección con su traje negro. Imagino que es abogado o algo así.

—No es lo que parece —insiste abriendo la reja y acercándose a mí.

—Abuelita ya se fue y no tengo cómo entrar a la casa —le confieso con voz triste y temblando por el frío.

—Puedes llamarla por teléfono —pregunta.

—Mi teléfono está descargado. Y no me sé ningún número de memoria —respondo decepcionada de mí misma, con voz temblorosa.

—Está muy helado. Podrías entrar a mi casa y esperar a tu mamá —propone.

—No debería —digo. Casa sola, vecino guapo. Me estoy metiendo en la cueva del lobo. Metafóricamente.

—¿Vas o no? —pregunta girando sobre si mismo para dirigirse a la salida.

—Vamos —digo extendiéndole la mano para que me ayude a ponerme de pie.

🌒︎🌒︎🌒︎

—Cuidado con quemarte. Está caliente el café —dice mientras apoya la taza sobre la mesa con un mantel con bordados de animales y una cuchara de un metal rojizo, que podría ser cobre, pienso. Además del café hay pan caliente, jamón y queso de cabra.

—Gracias, vecino —respondo dejando espacio para que coloque la taza, sentada como una niña pequeña que espera con ambas manos apoyadas sobre la mesa.

—Bitolo —me corrige.

—¿Qué? —pregunto.

—Mi nombre. Para que no me digas "Vecino" —responde. —Como Vittorio, pero mal escrito. Mi nombre es el hijo de la relación prohibida entre el amor por cultura italiana y el odio por las reglas ortográficas —dice riendo con un gesto que le hace mover el bigote de manera simpática. —Me dicen "Bito".

—¡Qué raro! Yo Carmen —me presento apuntándome el pecho y saludando con la cabeza. —Pero eso ya lo sabías ¿no?

—Sí. Se lo escuché a tu Abuelita —responde con voz segura. —Tengo buen oído.

—Sí. Abuelita no es muy silenciosa. Estoy segura que la oyen a tres cuadras cuando me llama —digo entre risas.

Suena su teléfono con un tono de música clásica.

—"Napoleón De Erimanto" —lee en la pantalla del móvil. —Disculpa, es una llamada del trabajo —susurra mientras contesta. —¿Hola? Sí, soy yo. Gracias por llamar, señor De Erimanto. Buenas tardes —dice alejándose unos metros para contestar.

Aprovecho de mirar las paredes de la sala. No hay fotos de familia y casi todo son óleos de paisajes campestres o bosques. Hay algunas de pastores, ovejas sin lana recién esquiladas y otras abstractas que no sé interpretar, con mucho blanco y manchas rojas fluyendo desde el centro.

De a poco la conversación por teléfono de Bito va subiendo de tono.

—¡Napoleón, es mi última advertencia! Si no presentan un proyecto en condiciones para mañana, yo mismo iré a hablar con el juez para darle el soplo del defecto de construcción y tendrán que derrumbar la casa —dice casi gritando. —Soplaré y soplaré hasta que la casa esté derribada.  Es mi última palabra —dice agitado justo antes de cortar.

Bito se queda en silencio por un momento, su mirada fija en el suelo, claramente afectado por la llamada. Respira hondo y pasa una mano por su barba, tratando de recomponerse. Yo, sintiendo la tensión en el aire y buscando una forma de romperla, decido cambiar de tema.

—¿Qué ringtone usas? —pregunto, intentando aligerar el ambiente.

—Opus 67 de Prokófiev. Petya i volk —dice. Que significará "Petando el rock", supongo, porque de alemán, finislandés o lo que sea, no sé nada, y lo nota en mi cara. —Música sinfónica rusa —aclara.

—Ji, ji —río nerviosa intentando no mirar de frente a Bito. Calculo rápido que debe ser unos doce años más que yo. Hay algo en su forma de mirarme, en todas las cosas que sabe y en su seguridad al hablar que me provocan una curiosidad increíble. Bito es una cebolla con muchas capas, pienso.

—¿A qué hora llega tu Abuelita? —pregunta él cambiando el tema.

—No llega. Vivo con Abuelita de lunes a viernes. El viernes al mediodía ella vuelve a su casa y yo espero a que mamá viaje en la tarde para pasar el fin de semana juntas—digo reaccionando tarde del hecho que estoy dando demasiada información. Cruzo los brazos, arrepentida.

—Entiendo —agrega inspirando profundo. Sé que es imposible, pero siento como si estuviera capturando mi aroma, ubicado a dos metros de mí.

—¿Puedo pasar al cuarto de baño? —pregunto pensando en limpiarme las manchas de barro en las piernas que ya están empezando a picar.

—Por supuesto —responde tomándome de la mano para ayudarme a parar y, sin soltármela, guiándome por el pasillo. ¿Así se sentirá caminar de la mano con un novio? Siento como una corriente eléctrica que me recorre entera y retiro mi mano con fuerza.

Me mira con ojitos tiernos, como si supiera que nunca he dado un beso y que me confunde porque creo siento algo por él. No puede saberlo ¿cierto?

—Es acá —dice abriendo la puerta y encendiendo la luz. Entro al baño y estoy segura que me olió el pelo al pasar al lado suyo. Esta vez no tengo dudas: se sintió como un impulso animal. No me molestó, pero quisiera saber: ¿Qué buscas, Bito?

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⏰ Última actualización: Sep 19, 2023 ⏰

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