Prólogo

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Estaba realizando mi último trabajo de esta semana cuando comenzaron los gritos

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Estaba realizando mi último trabajo de esta semana cuando comenzaron los gritos. Al momento me quedé perpleja pues yo había revisado toda la casa y no había más personas. En ese momento mi encomienda me sonrió desde la silla donde estaba amarrado.

 —¿No te lo esperabas, verdad? —me preguntó en tono burlón.

Generalmente, mis trabajos eran rápidos y silenciosos, pero esta vez me habían mandado a sacar una información en específico, la cual ya estaba en mis manos. Pero esos gritos no estaban en mis planes, a parte de 
que no sabía de dónde provenían.

 —¿De donde provienen los gritos, maldito? —le grité, enojada por la situación.

—Trata de seguirlos —respondió con el maldito tono de burla.

Traté de escuchar de donde provenían. Baje las escaleras hasta el sótano. Ahí todo se oía más cercano. 

Comencé a buscar escondites y cerraduras. De repente encontré una trampilla en el piso. Abrí la cerradura, empezó un tramo de escaleras, todo estaba muy oscuro. 

Cuando llegué al fondo prendí las luces, pues no se podía ver nada. Momentos después vi a un montón de jovencitas en jaulas, con cadenas alrededor de sus brazos y piernas, debía haber más de diez por jaulas y habían unas tres jaulas. Sus rostros reflejaban absoluto terror, algunas se veían que estaban en shock. 

 —¡Ayuda! Por favor —gritaban las que no estaban paralizadas, pero igual en sus caras se observaba la desesperación.

—No se preocupen, ahora mismo las saco de aquí, primero voy a acabar con el dueño de la casa—declaré—. No tengan miedo, las ayudaré, regreso en un instante. —No me había alarmado nada de lo sucedido, pues tenía varios años de experiencia en este trabajo y algo que me caracterizaba era la tranquilidad con la que resolvía las situaciones. Pero si había algo que no soportaba, eran los traficantes de esclavos. Utilizaban a esas personas, las arrancaban de sus hogares contra su voluntad. 

Me enojaba que mi jefe no me hubiera dicho nada de ello. Pues seguro lo sabía, la única forma de que no tuviera conocimiento del asunto sería que el dueño de la casa supiera ocultar todo muy bien. 

La información que le había tenido que sacar era sobre sus proveedores en asuntos de droga, eso no tenía nada que ver con el tráfico de personas. Posiblemente, este fuera un secreto del desgraciado ese.

Subí el último tramo de escaleras y vi al traficante donde mismo lo había dejado. 

—¿Ya viste lo que hay ahí abajo belleza? Si me soltarás de aquí podría mostrarte una jaula mejor que esas — me dijo riéndose, como si tuviera algo de gracia lo que decía.

—Entonces traficas personas, eres más imbécil de lo que pensaba, pero viniendo de una persona como tú era de esperarse —le dije asqueada.

—¿No lo sabías? —se rio desagradablemente—. Tu jefe no dijo nada —Volvió a reírse—. Aunque liberes a las que hay allí abajo, no vas a cambiar nada, este es un trabajo de muchos, esas que están allí no son una gota de arena comparado con el resto. —Eso me enojó totalmente, pues él tenía razón, pero debía tranquilizarme y solo realizar mi trabajo. Pero pensar que habían más chicas como esas por ahí, sufriendo, me molestaba, pues no le deseaba esa experiencia a nadie. Esto para mi era algo personal.

—¿Para qué las utilizas? —le pregunté.

—Para cualquier cosa, tienen varias utilidades, las podemos vender como esclavas o a asesinos seriales o para muchísimas cosas más. Ahora puedes encontrar cualquier cosa por internet.—Esa era la maldita realidad actualmente, era demasiado desagradable que ocurrieran cosas así.

En ese momento tomé mi decisión. Esperaba no arrepentirme de ella.

—Pues su red algún día va a desaparecer, lo prometo. —Cuando yo prometía algo nadie podía impedir que lo cumpliera. 

—¿Qué estás hablando loca? Sabes que no puedes hacer nada. Sólo cumples órdenes de otros, ese es tu trabajo —afirmó—. Dile a tus jefes que se vayan a la mierda. Tú vete a la mier... —Se calló cuando le pegué un tiro en el medio de la frente. 

Me llamo Astrid Winter y en ese momento dejé de ser una asesina a sueldo y me convertí en una cazadora.

La última mafia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora