Marcas y secretos

19 3 0
                                    

El aburrimiento le hacía lagrimear con cada bostezo. Se reclinó contra el respaldo, acomodando las alas como podía para poder encontrar una postura cómoda, sus ojos escaneando el cielo nocturno con atención.

—¿Cuándo era que volvía Rhysie?

—En tiempo exacto, no sé, pero probablemente quiera asegurarse de que la hembra es de confianza antes de traerla a Velaris —le respondió Morrigan con un encogimiento de hombros—. Si es que no pasa algo más antes.

—Dudo que Rhysie esté pensando en eso, Mor —replicó Cassian ante el tono sugestivo que había utilizando en sus palabras, estirando la mano para aceptar la copa de vino que le ofrecía la hembra rubia. Ella lo miró con una ceja alzada y sonriendo con picardía brillando en sus ojos, con una inocencia que solía utilizar en las discusiones. Él sacudió la cabeza, dando un sorbo a su bebida mientras admiraba la vista que ofrecía el salón de espera de la Casa de Pueblo, donde Rhysand les había dicho que lo esperaran—. ¿Qué te pareció la hembra?

—Encantadora, definitivamente su tipo, especialmente cuando vista de negro.

Iba a preguntarle a qué se refería, pero prefirió dejarlo no seguir averiguando. Ya casi había pasado una semana desde que Rhysand se había marchado, casi al mismo tiempo que la inquietante sirvienta había desaparecido, para su alivio. Una parte de sí, esa que solía salvarle el pellejo en una que otra ocasión, le decía que las cosas estaban empezando a moverse. Saboreó otro sorbo de vino, paladeando tanto el sabor dulce como el gusto del alcohol.

—¿Azriel recogió la información que le encargaron?

—Supongo, ha estado más silencioso que de costumbre —respondió, agradecido por el cambio de tema. Se reacomodó, como si pudiera sentir la rama en la que había estado sentado durante horas, mirando al frente hasta que pasara algo—. Algo me dice que está esperando a conocer a la hembra de Rhysand, más que nosotros.

—Puede ser...

Ninguno dijo nada más, sumidos en un silencio de compañía.

El enojo de la joven era casi tan evidente como cuando Rhysand besó a la humana Bajo la Montaña

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El enojo de la joven era casi tan evidente como cuando Rhysand besó a la humana Bajo la Montaña. No había menguado en esos tres días.

—Agradecería que no rompieras la copa —murmuró Rhysand, dirigiendo una mirada significativa a sus nudillos blancos. Feyre parpadeó, como si no hubiera notado lo que estaba haciendo, balbuceó una disculpa, sacudiendo la cabeza antes de bajarse lo que quedaba de la cerveza. Dejó la bebida a un lado, soltando un suspiro mientras retomaba lo que parecía ser un tallado. No tenía idea de qué era lo que estaba sacando con cada movimiento de su cuchillo, y ella había estado esquivando la pregunta con habilidad.

—Supongo que es normal, ¿no?

—Si lo dices por lo de mis pesadillas... creería que no —dijo él, acomodándose en el asiento donde estaba. Después de aquella noche donde le había dado la pesadilla, Rhysand había estado dándole vueltas al asunto. Sí, aliviaba tener alguien con quien hablar y que pareciera entender perfectamente todo lo que sacaba, pero seguía mirándola con cuidado—. ¿Juras no decirle a nadie lo que estoy por contarte? —Feyre dejó de escarbar con la punta de la daga para mirarlo, alzando una ceja. Él se encogió de hombros, preparándose para todo el baile que solía venir luego de aquella pregunta.

Una Guerra de Rosas y EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora