Silencio de hermanas

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El Templo de Sangravah había sido la definición de hogar, risas y amor para Gwyneth. De vez en cuando, cuando la noche se ponía helada, era capaz de recordar el calor de la emoción de sus aventuras secretas con Catrin. Una sonrisa se dibujaba en sus labios al recordar cuando ambas se metían al agua, sumergiéndose y aguantando la respiración cuanto pudieran. A veces incluso se iban por el río que pasaba cerca de allí, jugando con otras furias acuáticas y ninfas que había por allí, incluso con una que otra sirena que deambulaba por las aguas dulces. Pero esos eran sueños que duraban poco o eran tan escurridizos que los olvidaba en la mañana.

Lo doloroso, era que los recuerdos agradables solían terminar con un frío mortal.

Fue a sus tiernos ciento veintiocho años, pocos meses después de que tuviera su primer sangrado, una luna más tarde del primer Calanmai en el que participó Catrin, tres años después de la muerte de su madre. Recordaba la noche con tal claridad que la sentía en su piel, como si las manos, el fuego, las risas y gemidos de los machos, el sabor a sangre y metal en su boca, estuviera pasando por primera vez. Todo. Todo estaba allí. Podía evocar sin problema alguno los ojos apagados de la vivaz Catrin, mirándola como si pudiera comprender su dolor, el asco que crecía por su garganta. Incluso las lágrimas que caían por su rostro vacío, incapaz de seguir expresando todo lo que tenía dentro.

Siempre despertaba cuando sombras azuladas la rodeaban, acallando todos los ruidos, silenciando las risas y gemidos que no venían de ella. Ocultando los ojos muertos de su hermana, amiga y sostén. Acariciándola con tanto cariño que era capaz de volver a mover su rostro, de derramar nuevas lágrimas que le calentaban las mejillas, libres de aquel frío que la había estado envolviendo.

Sus ojos se abrieron en la oscuridad, apenas pudiendo distinguir las camas de sus compañeras sacerdotisas que dormían profundamente. Algunas mascullaban algo en sueños, otras se reacomodaban continuamente. En silencio y sintiendo que la nostalgia empezaba a consumirla, apartó las sábanas, abandonando el cuarto en silencio. Avanzó con cuidado por los corrió hacia las piletas de aguas heladas que corrían por debajo del Cuartel General. Se quitó todas las ropas de un movimiento, ignorando la sensación de que habían manos que querían tocarla entre las sombras, ojos lujuriosos que devoraban su cuerpo y marcaban su piel con dedos llenos de sangre tibia. Entró al agua, sin importarle que su piel se erizase ante el contacto, ni el temblor que la sacudió de pies a cabeza hasta que se sumergió por completo.

Allí, en la oscuridad de las aguas más profundas, podía respirar. Era capaz de ver el bello rostro de rasgos afilados que la había llevado, con sumo cuidado, hasta las afueras del Templo, donde varias de sus hermanas religiosas esperaban con lágrimas y los cuerpos tan rotos como sentía el de ella. Podía ver a su hermana danzando con las corrientes de agua, escuchar su delicada risa que era completamente distinta a las carcajadas que Gwyneth solía soltar. Y eso era demasiado. Salió a la superficie boqueando por aire, parpadeando ante las pequeñas estrellas que se formaban en aquella caverna subterránea, danzando con el reflejo de las aguas que ella había perturbado.

Respiró hondo, centrándose en el movimiento de las aguas a su alrededor, aferrándose con desesperación a los recuerdos felices con Catrin, a aquellas noches donde ambas habían sido felizmente ignorantes de aquella noche. Incluso así, sin poder quitarse del todo los rastros de las pesadillas, salió, notando como el agua se internaba en su cuerpo, dejando a su piel ligeramente más brillante por un momento, mostrando las marcas que ella misma había hecho sobre su piel, brillando con el mismo color de sus ojos. Tomó su camisón del suelo, pasándolo por su cabeza y empapándolo en el proceso. Regresó a la habitación, tendió su cama y se vistió con las ropas para montar. Si el agua no limpiaba sus penas, el viento al menos podría aclararle las ideas.

 Si el agua no limpiaba sus penas, el viento al menos podría aclararle las ideas

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Una Guerra de Rosas y EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora