2: El móvil

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Aisha.

—¿Has probado a mirar si está en tu chaqueta?

—No, Greta, no está. Ya lo he mirado cincuenta veces —me volví a quejar rebuscando en todos los sitios del estudio.

—Creo que tú lo que tienes es drogodependencia al móvil. Te estás poniendo histérica, seguro que está en cualquier parte ¿quieres que te llame?

—Tengo siempre el móvil en silencio —suspiré y miré a Greta que ya me estaba mirando harta de mí—. Y ¡no tengo drogodependencia al móvil!, lo que pasa es que hoy esperaba llamadas importantes de dos clientes. Voy a morirme —caí rendida en el sofá rosa del estudio de moda.

—Lo que decía, drogodependencia —se alzó de hombros y siguió apuntando algunas cosas en el ordenador—. Quizá te lo hayas dejado en la cafetería ¿no?

—No, Lucas me habría avisado, seguramente hubiese venido a devolvérmelo.

—Bueno, luego vas y le preguntas. No te cuesta nada, mientras tanto, a mí no me molestes con tus cosas —habló Greta sin mirarme.

—Qué compañera más maja tengo —rodé los ojos y me levanté del sofá.

Abrí la puerta que daba a la oficina en la que trabajábamos Greta y yo gran parte del día. Decidí ponerme a acabar un diseño que me había pedido una fiel clienta hace unas semanas.

La verdad es que no me podía quejar de mi trabajo. Era lo que siempre había querido de niña y de adolescente. Siempre me había encantado la moda así que estudié mucho para acabar siendo estilista y poder vivir de ello. Mi trabajo consistía en ser estilista. Mis clientes me pedían que les estilizara para alguna ocasión especial o para el día a día y yo me ponía manos a la obra con todas las prendas que me enviaban las marcas. A parte algunas veces también trabajaba de diseñadora y creaba mis propias prendas y conjuntos pero eso era pocas veces. Ganaba el suficiente dinero para poder vivir sola y bien y además este trabajo me había hecho conocer a gente maravillosa.

Cuando estaba acabando el diseño en lápiz, Greta me asustó entrando directamente en la habitación en la que estaba casi rompiendo la puerta.

—¿Qué pasa? —le miré. Parecía muy sorprendida.

—Aisha, acaba de entrar alguien famoso a la tienda —me miró casi hiperventilando—, y está preguntando por ti.

—¿Quién es? ¿Brad Pitt? —bromeé riendo. No me estaba tomando en serio lo que me decía mi compañera.

—Hablo en serio Aisha, no sé de qué me suena pero te juro que alguna vez lo he visto en la tele. Joder, es un puto pivón —volvió a mirar a través de la puerta.

—¿Y se supone que ese supuesto "pivón" está preguntando por mí? ¿Me conoce acaso?

—No sé pero me ha dicho que está buscando a una chica de pelo castaño oscuro con ojos marrones grandes, así que eres tú. Vamos, sal de una vez, yo me quedaré aquí acabando el diseño.

—¿Qué? —no pude acabar de quejarme porque Greta ya me había empujado fuera de la oficina dejándome cara a cara con...—. El chico del hospital... —murmuré logrando que notase mi presencia ya que antes estaba mirando con curiosidad todo el estudio.

Ambos nos miramos a los ojos unas milésimas de segundos antes de que él sonriera ligeramente de lado. ¿Qué hacia este chico aquí? ¿Era verdad eso que decía mi abuela de que el mundo es un pañuelo? Porque sino no me lo explico todavía.

—¿No recuerdas mi nombre? —volvió a hablar él. Mi corazón empezó a latir nervioso al darme cuenta de que la había cagado.

No recordaba cómo se llamaba y le acababa de llamar "el chico del hospital". Empezamos bien, Aisha.

Style | Jude BellinghamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora