Berrinche

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Eros decidió pasear por los bosques para despejarse, sus alas apenas hacían ruido al volar, casi parecía andar por las corrientes de aire. 

Se sentía abrumado, molesto, quería llorar y gritar. Sus preciosos ojos violáceos estaban cristalizados por las lágrimas que deseaban precipitarse hacia sus níveas mejillas. 

Eros, de cuerpo delgado, más parecido a un maravilloso jovencito de 12 años que a un dios de varios milenios decidió detenerse entre las espesas ramas de un voluminoso árbol. Se sentía mal, era demasiado el dolor de perder a su amada Psique ¿por qué? se pregunto en cuanto supo de su traición; le fue tan difícil cumplir con lo poco que le había pedido y ahora, hasta que el sol salga por el este y el terrible tártaro se encuentre contra el cielo no volverían a encontrarse. 

Juntó sus rodillas y las acerco a su pecho, luego apoyó su cabeza contra ellas y las rodeó con sus brazos, su cabello negro rizado cayó cubriendo su rostro, quería llorar, lo necesitaba, pero deseaba hacerlo lejos de la mirada de los olímpicos que la habían condenado. 

En silencio, sin que él se alertara, una enorme serpiente había ido acercandose lentamente hacia el, y sin que lo notase, muy, pero muy despacio ésta enredó su cola alrededor de sus bonitos tobillos. Unos segundos después, al igual que un terrible látigo, la serpiente lo tiró hacia el suelo y sin esperar a que su victima fuese capaz de defenderse; una, dos, tres flechas impactaron en el cuerpo de la gran serpiente, dándole muerte.

Con gran dificultad, Eros consiguió arrastrarse de debajo de la serpiente que lo aprisionaba. Al salir, se topó con un joven cuyos ojos y cabellos eran de color dorado, era apuesto y muy bien formado; llevaba un poderoso arco y una espada, la cual uso para terminar de seccionar la cabeza de la serpiente. 

Mientras lo hacia, Eros tomó una de las flechas del carcaj del joven; era el doble de la suya con una punta de hierro y plumas de halcón. Las suyas, en cambio, eran más dardos que flechas, con puntas de reluciente oro o plomo y pluma de cisne o buitre, aunque no por ello dejaban de ser certeras y peligrosas.

─Eso no es un juguete para niños─ Lo regañó Apolo, al notar que tenía una de sus flechas, para luego arrebatársela de las manos.

 Eros miró hacia arriba para encararlo haciendo que Apolo pudiera ver mejor su lindo rostro serio y su pequeña boquita rosada de finos labios.

 ─Con la mía he asesinado a esta gran serpiente en un instante ¿qué puedes hacer tu con aquellos dardos que tienes allí?─ Dijo Apolo, mientras lo decía, Eros no pudo parar de darse cuenta del tono burlesco en su voz, así que lo miró aún más serio y más molesto.

─No te burles de mi Apolo, tus flechas pueden herir bestias, pero las mías pueden derribar a mortales y dioses por igual─ Hasta ese momento, el rostro de Eros ya había enrojecido.

Apolo soltó una carcajada despectiva.

─Intenta herirme si puedes entonces─ Le dio la espalda, Eros se levanto en el aire.

─Como tu quieras....─ No espero a que lo oyera. Voló lo bastante alto y busco con sus ojos hasta localizar con la mirada a una linda ninfa, hija del río que rehuía del amor. Tomó una flecha de punta de plomo, apuntó de forma de que estuviera seguro de que llegaría a su objetivo y lanzó. La flecha lanzada fue directamente hacia su corazón, y lo atravesó; profundizando sus deseos de huir del amor, ella alertada rogó a su padre de que la ayudara a cumplir su deseo de no caer ante el amor.

Al mismo tiempo Eros preparó otra flecha de punta dorada, pues oyó los pasos de Apolo acercarse. 

Lo vio. El disparo fue perfecto, luego de eso se ocultó. Apolo, apenas vio a la ninfa y quedo profundamente enamorado de ella, en cambio, ella al verlo supo lo que su corazón sentía y comenzó correr, este al verla correr decidió perseguirla; ella, en su afán de no amar, suplicó a su padre que cumpliera su promesa y, de repente, se transformó en planta ante los ojos atónitos e impotentes de Apolo, quien se abrazo al fino tallo de la planta, bajo el cual, aun podía sentir latir el corazón de su amada.

─Maldito Eros, no debí haberte juzgado de la forma en que lo hice─ soltó al árbol Laurel ─De ahora en más, con tus hojas serán coronados emperadores y poetas y con tu madera fabricaré mi lira.

Eros, que miraba la escena desde su escondite se sintió mal, no era su intención dañar a Apolo, simplemente había cedido a los impulsos de esa provocación momentánea y ahora se lamentaba por las lágrimas que este derramaba. Se levantó y volando volvió a su palacio en el Olimpo, sintiéndose peor que cuando había bajado a tierra.

Eros, la maldicion de ApoloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora