Yo tenía atado a mí demonio, lo tenía encadenado en mis mazmorras y él sólo sabía que yo era su salvadora, aunque no lo aceptaba.
Nunca me miró a los ojos, nunca me besó el dorso de la mano, tal cómo estaba acostumbrada, tal como me obligaron a acos...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
⭑⭑⭑
Yo tenía atado a mí demonio, lo tenía encadenado en mis mazmorras y él sólo sabía que yo era su salvadora, aunque no lo aceptaba.
Nunca me miró a los ojos, nunca me besó el dorso de la mano, tal cómo estaba acostumbrada, tal como me obligaron a acostumbrarme en mi entorno.
A las bellas y poderosas mujeres había que besarles las manos, había que halagarlas, quererlas y respetarlas, y mi demonio no sabía más que gruñirme y alejarme.
Aunque estaba bajo mis dominios él siempre me ignoraba, solo comía cuando no tenía fuerzas, ni para despreciarme.
Su odio alimentaba mi ser, me hacía sentir tan llena de vida lo que experimentaban mi corazón y alma, anhelaba su alma pero sobretodo mi cuerpo aclamaba por el suyo.
Para cuando me quise dar cuenta me enamoré de él, era el único que se expresaba abiertamente a mi alrededor, no sabía si me odiaba o si mi existencia le daba igual y solo quería acabar conmigo.
Él no sabía quién era yo, solo me despreciaba y cuando quise ser amable solo recibí sus comentarios sarcásticos.
Que él exista por cientos de años más que yo, me entristecía. Pero mis deseos por conseguir su completa y atenta atención iban creciendo al pasar de los meses.
Y pensando en el tiempo... la realidad es que esta situación era el equivalente a unos días en cuanto a su vida, él duraría muchísimos años, y yo... Moriría tarde o temprano. Cuando el estuviera en el principio de su vida, la mía terminaría.
No pensé ser inmortal nunca, pero cuando este demonio llegó herido a mí, no pude resistirlo, no pude atarme a mí misma y dejarlo ir. Sólo presentí que él debía estar a mi lado, que por más enfermizo que fuese, mi corazón al verlo era el único momento en el que latía.
Cuando lo vi era tarde en la noche, y recuerdo que él no sabía dónde estaba, miró a su alrededor suspirando y se desplomó en las hojas y capullos de las flores de mi jardín.
Cuando lo recogí del frío y húmedo suelo, él era tan grande y sus alas tan largas que apenas podía con su peso.
Lo único que podía sentir eran los nervios, sí bien nunca les tuve miedo a los demonios alados, sabía que el miedo de otros humanos podrían acabar con él. Y así él se convirtió en mi demonio.
Imaginé que él estaría más seguro en una habitación en la que sólo pudiera entrar yo y lo dejé en la habitación de un pajar en la que sólo yo tenía acceso.
Tendido en la cama, y yo respirando profundamente, viendo cómo su cuerpo temblaba y su respiración era al contrario que la mía, lenta y suave.
Yo juré aquella noche, que nunca dejaría que este ser, ya sea demonio, monstruo, o solo hombre herido, muriese mientras yo siguiera viva.