Igual que una enorme máquina, la ciudad genera más ruido que la dosis diaria recomendable, encerrándose la algarabía entre el Ajusco, el Popo-Ixta y el Cerro del Tepeyac. Todo ocurre en una ciudad compacta y reacomodada en más de una ocasión. Siendo así, nuestros ánimos también son reacomodados y compactados.
Ya en los pasillos del Sistema de Transporte Colectivo Metropolitano se expresa nuevamente la fijación por comprimir los huesos, la carne y los ánimos; por aplastarle al otro su derecho a existir, a vivir; a ocupar un sitio, un escalón, un lugar en el e.s.p.a.c.i.o.
Cuando la gente da la vuelta en una esquina, se repliega intentando mimetizarse en un solo punto. Si fuera ésta una carrera de las olimpiadas habría más de un descalificado por invasión de carril.
Aquella mujer, la del siguiente gusano que abordo, aquella señora de las cuatro décadas se transfigura en un enorme pájaro "gordo-gordo-gordo" que, como si estuviera asustado, mira sin control de lado a lado, revoloteando sus alas. Puedo notar fácilmente que únicamente quiere jugar. Para ella es ésta la hora de Las Sillas Musicales, donde otros, menos uno, quedarán de pie, sin silla (La música no es sino la que hay en los andenes). Pese a su agotadora pretensión, no consigue lugar, así que opta por algo distinto. ¡Veamos cuán inteligente es!: Mete una mano en el esmirriado hueco que hay entre dos hombres y los empuja poco a poco, a uno y otro lado, usando un ala para abrirse lugar donde nadie cabe ya. Es sorprendente. En verdad. La enorme señora-ave no mete la mano entre dos mujeres que están sujetas en otro poste: sabe que, si lo hiciera, le propinarían un buen jalón de plumas.
"Allá no", piensa. Es inteligente, como ya vimos. Sabe que estos dos sujetos son "débiles" o "tontos", o simplemente intuye que tienen algo desconocido para ella que, de vez en cuando, la beneficia. Las aún buenas madres llaman a ese algo "educación". En mis tiempos solían tener esta palabra escrita en casa con letras doradas. Las Grandes Madres lo inyectan o se lo dan de tomar en tabletas a los hijos. Y es que hay gente retrógrada que llama al ser educado ser "un pelo de la nariz".
Algunos hombres cargan en la mochila o en la maleta la educación materna que les daban junto con la bendición de cada día, y llanamente prefieren "no armarla..." y quitarse. Por cierto, y sólo por rememorar, recuerdo que cuando uno no quería tomar la educación vía oral, las mamás la administraban con chancla o cincho; una dosis en cada nalga. ¡Ah, qué tiempos aquellos!
Pero volvamos al vagón: La idea de aquella enorme ave resulta funcional: uno de los hombres se quita y le cede su lugar. El otro hace lo mismo. Ella, encantada, fascinada y engolosinada, se apaña fuertemente de su nuevo juguetito. Se prensa con piernas y brazos. Lo calienta con la afortunada bragadura. Incluso, le da algunas caricias a la deliciosa percha de acero con la lengua. Si bien el tubo aquél debía servir de soporte para diversas manos, ahora es sólo suyo. Viaja la señora-ave tan gozosa y se muestra tan convencida de ir afianzada a su gran conquista, que el mundo entero la deja viajar en paz.
Mientras tanto, en el vagón, los demás nos concentramos en seguir el vaivén de este tren que arranca y frena, arranca y frena, y se detiene a mitad del túnel para que sigamos respirando aire caliente y hedores: olores de barbacoa con rete-harta cebolla provenientes de la axila de algunos machos cabríos. Algunas veces, las menos, hay en el aire algún olor pecuario. Existen también, en esta cepa de aromas, tonos ferrosos o cortados.
Por si le faltara emoción a tan pintoresco cuadro, en la siguiente estación sube el más desdichado animal que puebla la selva urbana: el vendedor de ruido, el rompe-tímpanos. Es este tipo un ser claramente incoherente que se muestra amable y servicial antes de atacar con enloquecidos decibelios los oídos de la gente. Sin embargo, prontamente brama con fuerte MP3-ismo y se muestra violento hacia quienes escuchamos el dulce canto de la calma, hacia quienes estamos repartidos a lo largo y ancho del tren.
![](https://img.wattpad.com/cover/351310459-288-k648814.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Un Día en la Vida (cuento distópico urbano)
General FictionLa vida nada ordinaria de un trabajador ordinario de la ciudad le lleva a crear monstruos en su mente. Ésta lo lleva a través de un laberinto de seres, colores y formas cambiantes... tan sólo para, quizá, encontrar algo de sentido entre la monotonía...