13| ❝Socios, pero jamás amigos❞

112 16 62
                                    

—Dioses —exclamo aún con la boca llena—, está delicioso —continuo un momento después, relamiendo los restos de la hamburguesa en mis labios y preparándome para darle otro bocado más.

—Te lo dije —presume Ian, echándome un breve vistazo antes de volver su atención al carro que decidió examinar después de acabar con el mío.

—No volveré a dudar de tus gustos —le prometo al chico en lugar de discutir.

En cualquier otro contexto, me habría molestado su tono, más no ahora cuando tengo entre mis dedos este manjar divino.

Todos mis respetos a la tal Daisy.

Desgraciadamente, acabo con la hamburguesa en cuestión de minutos. Arrugo la envoltura de papel y encesto la pequeña pelota en el bote de basura junto a una mesa llena de herramientas. Festejo disimuladamente la anotación al ritmo de “Cruel Summer”, que suena por lo bajo en la radio, y luego me dedico a observar el taller mientras Ian sigue con su trabajo.

Hay una mesa, herramientas, partes de autos, una puerta que podría o no llevar a un baño, hay una pequeña ventana con vista a lo que parece ser una oficina, y otra mesa con herramientas. Muy interesante.

—Entonces —comienzo cuando me aburro, porque también hay demasiado silencio para mi gusto—, ¿qué tal Westbrook? —Intento saber, tomándome de los bordes de la mesa en la que me senté a almorzar. Ian, por su parte, me deja saber con su expresión que no está interesado en ese tipo de charla—. Bien, no quieres hablar de eso —acepto, pensando alguna otra alternativa—. Uhm, ¿sabor de helado favorito? —De nuevo, no hay respuesta—. Vamos —me quejo—, dijiste que a la pintura le queda un buen rato, ¿que se supone que hagamos?

—Juguemos a “mantenernos en un silencio prolongado” —ofrece él, tratando de sonar chistoso.

Me obligo a no contarle que ese era el juego favorito de mi niñera cuando rondaba los ocho años.

—O podemos tener una conversación civilizada —sugiero.

Ian enarca ambas cejas incrédulo.

—¿Tú y yo?

En respuesta, le miro con un “es en serio” escrito en toda mi expresión. Pero eso parece divertirle más.

—Solo responde a las preguntas —le pido—. Debemos conocernos más de cualquier manera. Lo único que sé de ti es que te gusta el lacrosse y que realmente disfrutas de hacerme enfadar.

—Es la parte favorita de mi día.

—¿El taller es de tu familia? —Vuelvo a las preguntas, ganandome una mirada no tan amable de su parte.

Ignorando su fallido intento por intimidarme, arqueo mis cejas en su dirección, instandole a responder.

Luego de unos segundos, Ian se rinde con un suspiro.

—Si.

Asiento, inevitablemente sonriente y orgullosa por la victoria. Ian se esfuerza en no corresponderme, volteandose hacia el auto de nuevo.

—¿Hace cuánto lo tienen?

—Era de mi abuelo —cuenta él—. Solía vivir donde mi familia se queda ahora y lo atendía él mismo. Mi padre nos traía de pequeños, viajabamos desde nuestra antigua ciudad hasta aquí para visitarle. Pasé varias tardes junto a él en este lugar de niño, aprendiendo sobre baterías, motores y válvulas. —Por cómo sonríe, parece estar rememorando todos aquellos momentos vividos en este lugar. Decido que me agrada está nueva faceta que descubro en él. Hace que el lugar se sienta más cálido de alguna manera—. Pero nunca me entusiasmó tanto como a mi hermano —explica justo después.

Cómo lidiar con la princesa (CL#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora