๑Capítulo diez.

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El vaho del cigarrillo voló con el viento del balcón, que zarandeaba el blanco humo de un lugar a otro hasta desvanecerse en el oscuro cielo estrellado.

La sensación de adormecimiento y relajo, llegó a su cuerpo como una ola de oxígeno que llenaba todo su ser y se escurría por sus venas, llenando cada célula de su anatomía para sentir eso que jamás pensó sentir: nada. La nada misma.

Sus ojos violeta se encontraron con los azules del contrarió que al igual que los de él, estaban adornados de un rojo alrededor de sus pupilas. No sentía el frío ni las manos del omega sobre sus mejillas, que lo acariciaban tan lento como si quisiera reconocerlo con sus dedos.

—Te amo.

Lo escuchó, lo escucho claramente. Esa palabra que pensó jamás escucharía de esos labios delgados que tanto lo habían evitado de los propios cada vez que de él salían esas dos palabras que podían hacerle sentir la gloria en un solo suspiro o gesto.

—Te amo —dijo él como respuesta.

¿Saben lo que es el descontrol? ¿Saben lo que es ir contra el viento? ¿Lo que es llorar en la lluvia?

Hay muchas cosas que sentir cuando no te sientes ni a ti mismo, cuando crees saber que eres alguien y simplemente no eres nada, lo mucho que puedes ser y a la vez nada. Es lo peor, dejar y avanzar, pero caerse y caerse, sin avanzar...

El vacío, caer al agua e ir tan hondo hasta no escuchar nada, hasta cuando puedes abrir tus ojos y ver algo gris azulado hasta poder cerrarlos sin saber que los cerraste. Esa calma es única, esa calma de la que solo puedes disfrutar una vez en tu vida, porque no hay luego... no después de sentirlo.

—Josh, ya te lo había dicho. No quiero dar más explicaciones. Este compromiso no tiene fundamento, espero que sepas los términos en-

—Cállate, por favor. Ya se que todo esto es una farsa, pero al menos quiero saborear este filete —se quejó el omega. —Tuve que soportar a tu hermana llamando cada dos minutos para preguntar cada cosa para esta cena, cuando ni siquiera tomaba en cuenta mis opiniones. —Estuve parado por tres horas esperando a que hicieran este puto traje a la medida para esta cena que no tiene propósito y al parecer lo único bueno es la comuna.

—Hubieras dicho esto desde el principio —dijo Orion, mirando al omega que parecía estar tan estresado como él.

—¿Con tu hermana mirándome como si quisiera cortar mi garganta si la contradigo? No, gracias —soltó una risa cansada.

—A todo eso, si todo está claro. Déjame retirarme —dijo Orion, parándose.

—No hay problema, solo dile a la mesera que me traiga uno más de estos —dijo desinteresado el omega que se supone era su prometido, señalando con su tenedor el planto de filete que comía, cubriendo sutilmente su boca con su mano contraria. —Gracias.

—Charlotte —llamó Kenai. —¿Te gusta tu nuevo colegio?

La pequeña rubia se quedó mirando su muñeca entre sus manos por unos segundos antes de responder.

—Me gusta mucho —dijo. —Todos me tratan bien y tengo nuevos amigos —los ojos azules de la omega lo miraron fijamente con una expresión de cachorro. —No quiero cambiar nunca más de colegio.

Kenai se quedó sin palabras, ¿cómo podía romper el corazón de su hermana? Sin duda no estaba por completo en sus manos la decisión de quedarse o no, hasta que Orion los dejara. Esperaba que fuera pronto.

El cariño es una de las peores cosas que no puedes controlar, hasta que crezca por completo como un agujero negro que consume todo a su alrededor.

—Eso no lo sabemos —acarició la cabellera rubia. —Las cosas cambian siempre y tal vez algún día debas cambiar de colegio —dijo con calma.

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