Capítulo 3

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El mismo domingo no se vió rastro de Dante, y mucho menos de Ferny, así que Verónica planeó junto a Gael entrar al pabellón donde los dos jóvenes residían con la excusa de que el profesor le daba una enseñanza de vida a la joven.

Los pasos de los Verónica y el profesor fueron apresurados, entre más rápido Gael saliera de esa locura mejor, y entre más rápido Verónica descubriera que le habían hecho al chico, su alivio aumentaría.

—¿Recuerdas lo que tienes que decir?— Preguntó ella, caminando.

—Si— Respondió él profesor al mismo paso que ella.

—¿Y conseguiste el permiso de la madre superiora?

Gael suspiró con cansancio por los juegos tan misteriosos de la joven.

—Si, lo he conseguido— Fue su respuesta, algo tajante.

Al llegar a la reja que separaba el pabellón C del pasillo normal, Gael sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. Era cierto que en sus años de trabajo, nunca había tenido que visitar un lugar como ese, dónde tenían a los reclusos más peligrosos del internado. Así que, carraspeó con un poco de vergüenza al guardia de la reja, quién se encontraba sentado leyendo una revista. Cuando el profesor llamó su atención, el guardia sin ningún tipo de gracia, levantó su mirada con pereza y con una expresión de pocos amigos.

—Buenas tardes— Dijo Gael, a lo que el guardia no respondió, viéndose como un hombre grosero y maleducado. El profesor ojeó a Verónica, y ésta se encogió de hombros dándole a entender que siguiera hablando— Soy el profesor Gael Barceló, y he venido a traer a ésta alumna a un recorrido por el pabellón.

Nuevamente el guardia de seguridad observó a Gael con fastidio e irritación, para luego pasar su mirada a Verónica de arriba a abajo, como cual presa.

—Sin autorización no pueden acceder— Respondió el hombre regordete, devolviendo su mirada a la revista entre sus manos.

Verónica empezaba a exasperarle la situación. Todo el proceso era demasiado lento, y aunque sabía que no podía presionar al hombre a su lado para que hiciera las cosas más rápido, sentía la impotencia de quitarle la autorización de manos y lanzarla en la cara del guardia.

—Tenemos una autorización firmada por la madre superiora— Dijo Gael, al mismo tiempo que se la entregaba tras la reja— Tenga.

El hombre la tomó y leyó cada palabra exacta de la carta por parte de la madre superiora, junto con su firma de confirmación.

—Pueden pasar— Respondió el guardia, entregándole la autorización nuevamente a Gael, para luego abrir la reja con un mazo de llaves que tenía guindado en el cinturón.

Luego de que el guardia los dejara pasar, caminaron de manera recta revisando cada una de las habitaciones por sus ventanillas abiertas. Las puertas eran de metal puro, y el calor en el pabellón prevalecía cada vez que se adentraban. Habían líneas amarillas a los costados de ellos, en el suelo, por lo que Verónica imaginó que no podían sobrepasar las rayas o sino algunos internos podrían tocarlos.

—No están en ninguno de estos. Sigamos por el otro pasillo— Dijo Verónica.

Caminaron por un pasillo el cual doblaba hacía la derecha. Mientras la chica buscaba a la persona que deseaba encontrar, Gael se sentía un poco receloso de la manera en la que veía a los pacientes por la respectiva ventanilla de sus puertas. Algunos reían como desquiciados, otros lanzaban improperios y otros simplemente se encontraban delirando o muy sedados para hablar. De todas formas, ninguno de los dos bajó la guardia.

Verónica se asomó por una de las ventanillas, pero no observó a nadie en la habitación. Se encontraba vacío, solo con la cama en medio.

—No hay nadie aquí— Le hizo saber a Gael, quién se encontraba con las manos en sus bolsillos.

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⏰ Última actualización: Feb 06 ⏰

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