PREFACIO

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Arrastré hacia la salida la mochila de ruedas en la que llevaba mi computadora; la había cargado en vano

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Arrastré hacia la salida la mochila de ruedas en la que llevaba mi computadora; la había cargado en vano. Nos habían despedido y me sentí tan estúpida una vez que la puerta de la cafetería se cerró detrás de mí. Mi compañera de trabajo, también desempleada, me apretó fuerte en un abrazo que no pude corresponder por estar intentando digerir lo que había ocurrido. En la lejanía, la escuché deseándome buena suerte.

Flotando en mi desgracia, intenté decirle que iba a extrañarla, pero no quería llorar frente a ella. La vi desaparecer en la esquina de la calle, deseando poder evitar que pensara que yo era mala amiga por no corresponder a su abrazo. Pero, por tercera ocasión, me quedaba sin empleo y no podía pensar en otra cosa que no fuera: ¿Y ahora qué voy a hacer? Tampoco podía sentir mi cuerpo. En modo automático, encendí el auto, y por el retrovisor, miré una última vez a mi compañera, adentrándose en el tráfico.

Perdí la cuenta de las veces que me repetí la misma pregunta durante todo el trayecto a casa. Quise imaginar un millón de escenarios posibles de lo que sería mi siguiente empleo, pero no conseguí ni una mísera imagen, pues en ese momento no era capaz de reconocer mis habilidades o virtudes. Al llegar a casa, con lágrimas en los ojos, le platiqué a mi madre lo sucedido. Me avergonzó que tuviera que presenciar un fracaso más en mi vida y me entristeció el saber que cada día, todos mis sueños parecían más lejanos. Aún era temprano por la mañana y como ya estaba desempleada, no había nada por hacer. Con la espalda más encorvada de lo normal llegué a mi habitación. Y allí, se apagó la luz.

EN ÉSTA VIDA ¿NO?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora