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Deslicé mi pulgar sobre la pantalla del teléfono, analizando cada una de las fotografías que encontré en el perfil de aquel lugar oculto entre las montañas de Guanajuato

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Deslicé mi pulgar sobre la pantalla del teléfono, analizando cada una de las fotografías que encontré en el perfil de aquel lugar oculto entre las montañas de Guanajuato. Se trataba de unas cabañas ecológicas, muy apartadas de la civilización. Aseguraban que allí no había señal telefónica ni nada parecido. Me sentía nerviosa, tratando de identificar alguna bandera roja en los comentarios de las fotos, en la información de la cuenta o cualquier indicio de que pasar un fin de semana entero allí fuera seguro.

No encontré nada sospechoso en el perfil, aparte de la exagerada forma en que promocionaban el estilo de vida "naturalista - hippie - yogui - vegano - gluten free" que se amontonaba en cualquier parte de la pantalla. Dejé escapar un suspiro largo y, sin nada más que pudiera hacer, cerré mi pequeña maleta y la arrojé a un rincón cerca de la puerta. Por enésima vez, repasé mentalmente lo que se suponía que debía llevar, y al convencerme de que lo tenía todo listo, tomé una ducha caliente, disfrutándola al máximo, ya que a juzgar por la promesa de regaderas con agua de manantial del lugar, presentí que tendría que bañarme con agua fría en los siguientes días.

Durante la cena, mi madre comenzó a hacer un millón de preguntas al más puro estilo del FBI. No había mucho que decir, ya que me cansé de repetirle que no sabía con exactitud cómo sería el lugar ni qué esperar de la estadía o el curso que se llevaría a cabo. Gesticuló con exagerado dramatismo, tan característico en ella, y empezó a enumerar una serie interminable de escenarios catastróficos en los que me secuestraban, mataban, violaban o todas esas cosas al mismo tiempo.

Mi madre tenía el don de hacerme dudar de cualquier decisión que tomara por mi cuenta, y lamentablemente, siempre me creía todo lo que decía. Pero, en esa ocasión, el curso ya estaba pagado y no había manera de retractarme, porque algo dentro de mí me decía que necesitaba ir. Así que no me quedó más remedio que inventarle que un par de profesores de la universidad ya habían asistido a ese lugar antes. Torció la boca al no encontrar nada más que decir, y continuamos comiendo en silencio, aunque solo por escasos segundos, antes de que me bombardeara con más preguntas sobre lo que había decidido llevar en la maleta.

Enumeró otras cien catástrofes por cada prenda que había elegido, hasta convencerme de que todo lo que había empacado era inútil. Subí a mi habitación a toda velocidad, presa de un repentino estrés por no saber qué demonios llevar a una cabaña. Tomé una maleta gigante con ruedas y me dediqué a lanzar ropa dentro de ella, enumerando cada catástrofe que recordaba. Por último, arrojé un recipiente con chicharrones de cerdo, por aquello de que iba a ser alimentada solo de comida vegana durante tres días, y me aterraba la idea de pasar hambre encima de todo. Cerré la maleta con esfuerzo y me quedé mirándola, sintiéndome culpable por ser tan exagerada e incapaz de convertirme en una persona práctica.

Una hora después, me fui a la cama y me sorprendió lo rápido que conseguí conciliar el sueño. Sin embargo, cerca de las cinco de la mañana, me desperté sin razón aparente. Como era habitual, empecé a tener pensamientos muy negativos sobre lo que podría suceder durante el fin de semana.

EN ÉSTA VIDA ¿NO?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora