El día de la catastrofe comenzó tranquilo, los hermanos se bañaban para las cámaras mientras se miraban y sonrían, conversaban en silencio y el mayor enjabonaba el cabello de su hermano, con el tazón enjuaba tranquilo y besaba tiernamente sus labios, para ellos solo una otra muestra de afecto.
Tenían ya 12 años, entraban en la pubertad y con ello sus cuerpos cambiaban. Aunque crecían lento y los cambios eran mínimos fue suficiente para sembrar curiosidad en ellos explorándose a escondidas bajo las cobijas. Se amaban, aunque no lo sabían. Para ellos el concepto de amor o sexualidad eran cosas que no existían, que no les enseñaron, pero sentían muy dentro de sí un lazo que los unía más allá de cualquier forma conocida por la humanidad. Era un alma que habitaba dos cuerpos, eran dos cuerpos que compartían un alma.
Tras liberar su energía entre besos y otros toques se encontraban descansando por fin en la cama de alguno, vestían sus trusas y playeras blancas bajo las cobijas que les confortaba tanto, una que olía a ambos, que era tibia como ellos y suave como sus cabellos.
Iban entrando en el sueño acurrucados uno sobre el otro entre pequeños ronquidos, su gesto pacífico era digno de alguna pintura renacentista, tan perfectos que era imposible no compararles con ángeles, si... ángeles, era aquello lo que soñaban cuando fueron interrumpidos de pronto por el sonido de una sirena.
No es que fuera la primera vez que la escuchaban, cada tantos meses hacían simulacros en donde tenían que ocultarse primero bajo las camas, después tendrían que esperar a alguno de los hombres naranjas, esos cuya máscara les identificaba como guardianes que los guiarían al lugar seguro. Conocían las reglas y así lo hicieron, esperaron envueltos bajo las tablas de la cama, calladitos observando la puerta, pero el hombre naranja nunca llegó. En su lugar, un hombre vestido con casco y armadura entró tirando la puerta de una patada, sostenía su arma en posición esperando encontrar cualquier cosa que representara una amenaza, el más joven cubrió su boca con ambas manos para no hacer ruido, el otro observaba quieto, como un animal a punto de convertirse en presa.
El hombre fue atacado por la espalda, hubo forcejeo pero pronto se vió en el suelo dejando un charco de sangre que crecía a cada segundo. El hombre naranja por fin los había encontrado y con una seña los atrajo y encaminó a la habitación de resguardo.
Mientras avanzaban los gemelos contemplaban la escena a su alrededor, había cuerpos en el piso, se escuchaban disparos, ropas que fueron blancas ahora manchadas de sangre, sangre de los niños que las portaban, era claro que la muerte los había encontrado.
El menor tropezó, pasmado por lo que sus ojos veían, no lograba entender nada y aquello lo aterraba, su hermano intentó pararlo pero en ello fueron atacados. ¿Ellos? No, ellos no, sino el hombre que los acompañaba, y otro hombre de armadura fue quien lo mató.
"Aquí, rápido, estarán seguros, por favor"
Sus palabras los desconcertaban. Se aferraron uno al otro temerosos y sin saber qué hacer terminaron observándose, ideaban algún plan de escape, tenían que hacerlo, no podían arriesgarse a perder a alguno y entonces corrieron.
Corrieron y se ocultaron en el armario de limpieza, ahí, el mayor trepó a su hermano a la ventila para después seguirlo, ambos se arrastraron a gatas a lo largo del sistema hasta salir por la parte de atrás. Al tocar el suelo se quedaron quietos, era la primera vez que sentían el pasto, que el sol los tocaba, que respiraban un aire húmedo que traía consigo aromas desconocidos pero agradables. Entrelazaron sus manos y se echaron una miradita, tras asentir volvieron a correr buscando refugio dejando atrás su hogar, los hombres naranjas, los niños como ellos, la sangre, las muertes, los intrusos... las cámaras.
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Reflejos
RandomTras haber escapado de lo que fue su hogar, dos hermanos adolescentes se enfrentan a un mundo cuyos valores perdidos desatarán sus instintos más oscuros y primitivos con tal de sobrevivir un día más.