El intruso

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Sebastián se despertó a mitad de la madrugada, luego de haber tenido una vez más aquella pesadilla que lo llevaba atormentando desde hacía tres noches. En el sueño, Sebastián se encuentra acostado en su cama, tapado hasta el cuello y a punto de dormirse. Cuando de pronto, alguien toca a la puerta de entrada con dos golpes suaves. Sebastián se estremece y atina a querer levantarse; sin embargo, enseguida se lo piensa mejor y decide quedarse recostado, oyendo y esperando en silencio en la oscuridad de su cuarto.
A continuación, escucha que tuercen el picaporte y que la puerta se abre lentamente, emitiendo un tenue chirrido. Luego, oye a su perro ladrar desaforadamente en el patio. Pero enseguida este se calla, y empieza a corretear como si hubiera reconocido a lo que ladraba. Sebastián piensa que tal vez es su vecino queriendo avisarle de algo. Entonces se levanta de la cama y sale de su habitación. Mira a su alrededor por todo el patio pero allí no ve a nadie; ni siquiera a su perro.
Sin embargo, al girar su mirada hacia la puerta de entrada, divisa una enorme silueta humanoide acercándose hacia él. Y aquí es cuando Sebastián siempre se despierta; agitado y adolorido. Y desde entonces, ya no puede conciliar el sueño sino hasta la noche siguiente.

Reacio a buscar una respuesta profesional sobre aquello que le acontecía, Sebastián decide, la noche siguiente, mantenerse en vela. Tenía la absurda idea de que si permanecía despierto una noche, a la siguiente ya no volvería a tener aquella pesadilla.

Cuando dieron las diez de la noche; hora en la que habitualmente se acostaba, Sebastián esta vez, se quedó en la sala; viendo televisión y leyendo un libro. También había tomado una taza de café y tenía la segunda humeando sobre la mesita. Dieron la una del día siguiente, y él aún seguía despierto, sentado en el sillón azul, con el libro cerrado entre sus manos. El café ya se había enfriado en la taza de porcelana; aún quedaba más de la mitad. Parecía que miraba atentamente aquel programa de adivinanzas que normalmente pasan a esa hora en la televisión, Pero en realidad, poco a poco, el sueño comenzaba a ganarle. Poco a poco, iba perdiendo las fuerzas y la atención, Hasta que definitivamente cayó dormido.


Aquella noche no tuvo pesadillas.

Aquella fue su última noche con vida.

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