El café

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Su pelo tan negro como la noche mas oscura. Sus ojos brillantes y claros como la luz de la luna llena. Y su cara fina y suave como el terciopelo.

La mujer, tomó asiento frente a mi, en aquella mesita del café "Don Sebastián" del centro de la ciudad de Buenos Aires. Se sentó sin pedir permiso, ni mirarme. Y se puso tan cómoda, como si yo no existiera del otro lado de la mesita. Pensé que talvez me había confundido con alguien más, o que quizás se había confundido de café, y confiaba a ciegas qué estaba en el lugar correcto, y en la mesita correcta.

Tenía un aire de elegancia en sus movimientos, y una apariencia de niña inocente.

Me quedé paralizado y sorprendido, ante la actitud irreverente de aquella extraña mujer. Me puse nervioso, pero aún así, no le quité los ojos de encima en ningún momento. No queria parecer débil o un irrespetuoso. Mientras tanto, buscaba en mi mente algunas palabras interesantes para intentar iniciar una conversación, pero apenas podía mantener mi mente estable.

Entonces, dirigió su mirada hacia mí.

-¿De dónde vienes y hacia dónde vas? -dijo por fin y sonrió. Seguramente porque había notado que todo mi ser se revolcaba en un lío de desesperación y nerviosismo, y que en algún momento colapsaría en la locura del sobrepensamiento y... quien sabe lo que seguiría.

-De Entre Ríos... -dije, haciendo un gran esfuerzo para no parecer tan nervioso-. vengo de una ciudad del norte de la provincia de Entre Ríos. Y voy?... Aún no tengo en claro hacia donde voy. No como seguramente usted lo tiene señorita...

-Alba. Me llamo Alba. -dijo sonriendo. Su sonrisa era hermosa, la mas hermosa que he visto en mi vida-. Y supones mal... -me señaló esperando que le dijera mi nombre.

-Leonardo... Me llamo Leonardo.

-Pues, supones mal, Leonardo. Tampoco tengo un destino claro. Aúnque si, algúnas certezas. -Sonrió de nuevo, pero esta vez sin enseñar los dientes.

El mesero se acercó en ese momento, tomó nuestros pedidos y dijo que volvería en unos cinco minutos. Noté que el café comenzaba a llenarse de a poco, y que el bullicio se hacía cada vez más grande.

-Bueno... -continue diciendo, luego de recordar un viejo anhelo-.
Alguna vez pensé en visitar la ciudad de París, y por que no, vivir allí. Visitar el museo del Louvre, el arco del triunfo y la torre eiffel... Creo que debe ser el sueño de muchos. Pero es solo eso. Un sueño loco. -dije y sonreí. Fue entonces cuando logré esbozar una sonrisa relajada. Y poco a poco mis nervios se fueron calmando.

-Conozco París, -dijo ella, reacomodándose en la silla-.
He vivido allí. En el sur de París, para ser más precisa. Visité el museo del Louvre, el arco del triunfo, y la torre eiffel. Y los fines de semana visitaba algun pueblo a las afueras, para despejar la mente. Viví en Francia tres hermosos años, luego me mudé a España.

-¿A Madrid? -dije.

-A Málaga. Viví en Málaga otros dos años.

Subió su mano izquierda hasta cerca de su cara. Observó la hora en su delgado reloj plateado. La bajó de nuevo. Volvió su mirada hacia mi y esbozó una tenue sonrisa.

Una pareja de ancianos tomó la mesa contigua a la nuestra, detras de Alba. Y otra pareja más joven, en la mesita siguiente, a mis espaldas.

-¿Y cómo sabe usted que solo estoy de paso? -dije, volviendo a recordar que aquella era una extraña mujer.

-Todos los que vienen a este lugar, -dijo señalando a la gente que estaba en las demás mesitas; tanto dentro como fuera del café-.
Todos andan de paso. Nadie pertenece, ni elije estar aquí.

El mesero regresó con nuestras tazas de café, junto con dos medialunas. Nos repartió las cosas y luego se quedó a un lado, observando todas las mesitas. Alba le dio un mordisco a la medialuna y tomó un sorbo del café. Ya no sonrió, ni me habló más.
Observé su bello rostro por última vez, antes de comenzar a tomar mi café, sabiendo que luego de acabarlo, ella se iría, seguramente a otro país y ya no la volveria a ver.

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⏰ Última actualización: Oct 13 ⏰

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