Capítulo 4

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Le dio un vistazo final, intentando capturar en su memoria cada detalle del muchacho con corona de flores; sus ojos almendra, la piel besada por el sol, sus pestañas, sus labios carmines, la sonrisa picaresca suya, el cuerpo fornido y la camisa arremangada.

Salió de la casona escuchando tras de sí la música que continuaba sonando. Al final, tan mala noche no había sido.

Por una cabeza...— tarareó mientras caminaba por las calles vacías, teniendo como único testigo la Luna que le veía danzar a tropezones embriagado por las sensaciones que acababa de experimentar hace unos minutos. —Si ella me olvida, qué importa perderme.

Soltó unas risitas volviendo a recordar a Lisandro, dando giros sostenido de uno de los faroles, revoleando su maleta, pero sin soltarla. En lo que avanzaba, llegando a la plaza principal y en medio de desafinados cantos, se encontró con la gran e imponente fachada del hotel a donde debía hospedarse. Abrió las grandes puertas de madera lustrada y se hizo paso al hall de entrada, todo alfombrado y con candelabros iluminando el salón elegantemente decorado.

— Buenas noches — Saludó Cristian dedicándole una sonrisa a la señora que estaba atendiendo en el escritorio frente al gran ventanal de la sala. — Tengo una reservación al nombre de Romero.

La mujer le dio un vistazo en lo que se puso a buscar en un cuaderno, se tardó unos segundos hasta que se detuvo en una de las páginas y leyó algo que Cristian no pudo ver bien desde donde estaba parado.

— No tenemos ningún Romero. — Le informó ella indiferente.

Cristian frunció el ceño, no lo podía creer — Es imposible, me aseguraron que acá tendrían lista una habitación. Fíjate bien, debe estar.

— Joven, le estoy diciendo, no hay nada al nombre de Romero.

— Pero, ¿Cómo es posible?

— Habrá reservado en otro hotel, pero acá no. — Explicó con una calma que al cordobés le estaba sacando de quicio. — No insista más.

— ¿Acaso sabe quién soy? — Alzó la voz con molestia.

— ¡Por supuesto que sé quién sos! Por esa misma razón es que no podés quedarte. — La mujer salió del escritorio y tomando el diario sobre la mesa de recepción empezó a pegarle con este para que vaya retrocediendo. — Chicos, háganse cargo.

Unos dos tipos fornidos, parecidos a guardias, en la entrada lo tomaron de los brazos y entre protestas lo cargaron hasta sacarlo fuera del hotel, lanzándolo al piso como un simple saco de papas junto a su valija que se abrió apenas toco el suelo. Todavía desconcertado por lo ocurrido, intentando levantarse, su cuerpo fue completamente mojado por un baldazo de agua fría; obra de la señora que lo atendió al principio.

— Corrientes no cederá — Fue lo último que escuchó antes que el portazo resonara por la vereda.

¿Cómo? ¿Corrientes qué?

Abrumado, con su bronca a flor de piel, sintiéndose humillado, se paró y comenzó a golpear la puerta, que habían cerrado previamente, con todas sus fuerzas, gritándoles que le dieran una explicación, que las cosas no podían terminar así y otro par de amenazas más que fueron acalladas por otro baldazo de agua fría desde uno de los balcones al momento en que se alejó de la entrada.

Derrotado, rendido porque no quería otro baño en esa noche fresca, se puso a guardar lo que se había salido de la valija abierta en medio de la calle. Al tenerla lista, salió para ver si encontraba otro lugar donde dormir, después de todo, ese no era el único hotel de la ciudad.

Desafortunadamente, golpeando más su ya magullado ego, cada lugar que encontraba con un cartel de hotel estaba cerrado y con las luces apagadas.

Debían estar tomándole el pelo.

PERFIDIA [ L. Martinez x C. Romero ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora