Capítulo 2

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Rebecca: ¡Maldita cobertura! -Exasperada lanza el móvil al sofá marrón oscuro del salón y se dirige con cara de pocos amigos hacia la cocina. Abre la nevera y saca una botella de licor que no duda en abrir y beber un trago considerable. Con la garganta ardiendo observa como Alice entra algo preocupada.-

Alice: ¿Qué ocurre?

Rebecca: Estaba hablando con Jacob y la llamada se ha cortado.

Alice: Oh...es lo malo de vivir tan apartados de la ciudad. Ya llamará más tarde, no te alteres.

Rebecca: ¡Alice me caso dentro de un mes y aún no he preparado nada! ¿Cómo quieres que no me altere? Y las putas distancias no me ayudan en nada. Extraño a Jacob y me estoy empezando a cansar de vivir de una manera tan...humilde. Echo de menos una buena cafetera en donde el café sale caliente y sabroso, no como el de aquí, que aparte de que la cafetera es del año de la pera y no sé muy bien cómo utilizarla, para cuando te quieres beber el café, ya se ha enfriado; una nevera decente en donde quepan las cosas y no se apague misteriosamente por las noches e infinidades de cosas más.

Alice...me quiero ir de aquí.

-Esta la mira con pena. Ella también sufre ante el cambio repentino de riqueza. Antes se rodeaba de lujos que para ella eran como el pan de cada día, pero ahora siente lo que realmente tenía después de haberlo perdido. ¿Cómo iban a comprar la comida? Ya no le queda más dinero en su tarjeta (Christian se había encargado de que desapareciera hasta el último centavo) y ninguno de los allí presentes trabajaba, tan solo Michael que iba de vez en cuando a alguna casa a hacer algunos apaños. Pero no llegaban para fin de mes y las deudas comenzaban a incrementarse.


Con las preocupaciones invadiendo la mente de Alice, Michael hace acto de presencia. Con el rostro serio se acerca a la nevera sin cruzar mirada con ninguna de las dos y coge una manzana, ya algo oxidada. Le da unos cuantos mordiscos y después de unos minutos y con la mirada incesante de Alice postrada en su espalda, se gira y al fin la observa. Un escalofrío le recorre desde los pies hasta el cuero cabelludo. Y con solo mirarle. Deja la manzana mordisqueada encima de la mesa y con un simple- Voy a trabajar- sale de la cocina y se va con su mochila colgando de su hombro derecho dando un portazo.


Rebecca: ¿Y a este que le pasa? -Pregunta su amiga algo molesta. Llevaba varios días igual. Su bipolaridad llegaba a un punto en el que exasperaba hasta al abuelo.



Con la mirada perdida en sus pasos cruza la carretera poco transitada y se dirige al nuevo destino. 2300 Calle Rosalía de Castro. Nº 13. Toca el timbre y la voz de una mujer resuena por el intercomunicador.- ¿Sí?-

Michael: Agricultor. -dice Michael con voz grave. El sonido de la puerta abriéndose le permite entrar en la pequeña entrada. Cruza el camino de piedra y esquiva a dos pequeños perros juguetones que le saltan a las piernas. Con el rostro impasible los ignora y tras subir unos escalones llega al porche. Es recibido por una joven de no más de treinta años. Pelo rubio, ojos de un azul sacado del color del cielo y una hermosa sonrisa hogareña. La mujer lo inspecciona de arriba abajo y se muerde el labio levemente. Le deja pasar y Michael sin mediar palabra entra al recibidor. La mujer lo dirige a la parte trasera. En un hermoso jardín lleno de rosales y flores de todos los tipos junto a una piscina mediana se encuentran las casetas de los perros, algún que otro juguete desperdigado por el césped pero ni rastro de huerto alguno. Se gira algo extrañado y la observa. La rubia de ojos cristalinos le sonríe. Se acerca despacio, a cada paso que da se va desabrochando un botón de su blusa amarilla. Michael traga nervioso. ¿Dónde se ha metido? Da unos pasos atrás y abre las palmas de las manos como intentando calmarla.-

SpeechlessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora