Víctima

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(Este cuento habla sobre un tema delicado que por desgracia muchas jóvenes han tenido que vivir)

—Apartir de hoy, hija mía, este joven será quien cuide de ti, y te seguirá a donde sea que vallas —decretó el rey cerrando la gran puerta de madera de la habitación de la princesa.

—A sus ordenes estoy —dijo el muchacho y después de una reverencia salió de los aposentos de su alteza.

   Un chico, alto, guapo y, al parecer, de corazón noble había sido asignado para proteger a Analia, la princesa de Atlanta; ella, solo se quedó callada sin aprobar o criticar la decisión de su padre, porque no importaba lo que ella pensara, no fue una sugerencia, fue un decreto del gran rey. ¿Para qué formar berrinches si no sería escuchada? Solo algo se notó en su rostro, y por alguna razón esa expresión era de miedo...

   Pasado las cinco de la tarde comenzaron a sonar las campanillas de las sirvientas para anunciar que la princesa debía bajar al jardín.

   Aquel joven tocó la puerta de los aposentos de Analia, ella con suavidad y temblor la abrió.

—Debe bajar a tomar aire fresco su alteza—anunció.

...pero aquella joven de rizos casi blancos, lo observo con arrogancia y susurró.

—No —suspiró he intento sonar firme —no debes acercarte demasiado a esta puerta, no debes acercarte a mí —afirmó con prepotencia pidiendo algo que no tenía mucho sentido, pero luego su voz sonó débil e ingenua —promételo —rogó.

—¡Lo juro! —exclamó él alzando el  mentón para verse decidido a cumplir su juramento.

Los ojos de la princesa recorrieron todo el lugar con nervisosimo

—¿Le pasa algo, su alteza? —inquirió él colocando una de sus fuertes e inmensas manos en su hombro para mostrarle compasión. 

—No alces la voz, no toques mi piel, no me dirijas palabra alguna que no sea estrictamente necesaria, ...el monstruo no debe tener celos de ti —rechazó Analía con extrañisimas palabras y agarrando su vestido de terciopelo se propuso a bajar las escaleras.

—Como usted ordene —dijo el servidor.

   Los días fueron pasando, las semanas, los meses... y aunque encontra de lo que quería la princesa se fue acercando al jóven, llegaron a amarse perdidamente como los muchachos que eran, a escondidas jugueteaban entre ellos, un amor secreto entre Eugenio, de hermosa apariencia y humilde corazón y Analía una princesa con atrayentes cualidades, humilde y muy lejos de la vanidad que acosa a aquellas personas que por alguna razón sin superiores a otras.

—Eugenio —llama ella al que ahora es su amado —, besa mis labios otra vez —pidió con los ojos llenos de ilusión.

   Tomándola suavemente por la cintura, el jóven cumplió su mandato, más por desear hacerlo que por obdecer la autoridad que ella debía tener sobre él, pero amor clandestino al fin fue descubierto... el gran monarca, el rey, ve con sus propios ojos aquella escena y bastó una pregunta para transformar el momento.

—¿Traicionarás a tu madre hija mía?

—El monstruo nos ha visto, siente celos —dijo muy bajito la princesa al joven, lo tomó de la mano y comienza a temblar poniendose muy nerviosa.

   Le tocaba hacer eso que tanto odiaba, eso que su padre le hacía crees que estaba bien, y con los ojos humedecidos pero expresión neutra por haber tenido que hacerlo tantas veces empujó a su amado por las escaleras arrebatandole la vida.

—No lo haré, porque eres tú mi amante y solo a ti pertenece mi piel —dice la princesa; que aún temblaba, volviéndose al rey para contestar la pregunta que él le había hecho antes

—Ay, hija mía, si tan solo entendieras que solo yo puedo ser tu amigo, tu amante, que solo yo puedo estar tan cerca de ti, entonces no tendrías que añadir a tus veinticuatro víctimas una más. —esboza el monarca acariciando el rostro de su hija —Pero ten  por seguro, mi pequeña, que así lo quiso tu madre —le recordó como siempre hacia y la tomó por el brazo entrandola en la habitación donde dejaba de ser su padre noche tras noche.

Ella aceptaba, ilusionada, sonriente, no por desgraciada, no por prostituta, solo por haber una víctima, solo por haber sido una niña de cuatro años que corrió a los brazos de su padre cuando su madre murió y este comenzó a tocar su cuerpo y aprovechándose de esa inocencia le decía que así lo deseaba su madre, que ahora le tocaba ser suya.

                       

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