I El gato en la puerta

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Llevaba dos semanas de clases, viviendo mi nueva vida semi independiente a los diecisiete años, y todo estaba saliendo perfecto. Había cumplido con mis horarios, mis deberes y las tareas que nos dividíamos en casa, lo que tenía a papá más que feliz. Llegar a las cuatro me da el tiempo perfecto para ser amo y señor de todo, junto a Leon y Louis, por al menos dos horas y media; y como todo lunes, yo soñaba con el momento de llegar a casa, quitarme todo de encima y encerrarme en mi cuarto a pintar.

Despreocupado y terminando de agendar cosas en mi cabeza para el día siguiente, caminé por la tibia acera de verano hasta la discreta entrada a casa, donde choqué con otro cuerpo de pie frente a mí. Levanté la cabeza y sus ojos castaños se clavaron en los míos. Di dos pasos atrás y le miré con expresión descompuesta, comprobando si no era yo el que se había detenido en otra casa. Un chico mucho más alto que yo, de melena rubia y ropa deportiva me miró de pies a cabeza, con un gesto intimidante y altanero. Me molesté, obviamente, pero estaba tan confundido de la situación, que no fui capaz de hablar primero.

―¿Aquí vive Lee JungHee? ―su voz era suave pero amenazante, al igual que sus ojos, que no abandonaban un ceño fruncido y cabreado.

Ver toda la saga de Búsqueda Implacable me enseño a no ser tan confianzudo con esas preguntas, sobre todo si las hacía un desconocido, así que antes de responder cualquier cosa, traté de ganar más seguridad en mí mismo y carraspeé la garganta para responder. Me era imposible saber la edad de ese tipo o de donde había salido, lo único que comprobé en una corta mirada, fue que tenía un papel en la mano y cargaba un bolso en deplorable estado, como si volviera de alguna guerra y solo trajera desgracia y tierra consigo.

―Perdón, ¿Quién eres tú? ―la situación era tan extraña, que hasta llegué a pensar que era otra prueba de confianza de mi padre, así que fui con cuidado.

―Ese no es asunto tuyo, ¿Vive aquí o no? ―tensó la mandíbula y endureció el gesto, elevando una ceja como si le pareciera demasiado inaudita mi pregunta.

―No tengo por qué responderte, con permiso ―avancé pasando a su lado, pero cuando iba a poner mi dedo en el sensor, dudé de nuevo, ¿Y si intentaba entrar a la fuerza? De todas formas, me interrumpió con sus propias preocupaciones.

―Me dieron esta dirección, dijeron que vive aquí, ¿es así? ―extendió el papel junto a mí, sin moverse de donde estaba. Me detuve y de reojo miré la dirección, estaba correcta.

―¿Qué quieres? ―insistí, negándome a afirmar o negar nada.

Suspiró rodando los ojos. Me miró con desgano y llevó una mano detrás de su cuerpo, extendiendo un sobre doblado irregular y descuidadamente por la mitad.

―Tengo que entregarle algo.

―Puedes dejármelo a mí.

―Entonces sí vive aquí... ―iba a replicar, pero me sentí como un idiota al instante; acababa de vender la ubicación de mi padre y quizás ponernos en peligro a todos.

Reuní valor y di un paso, plantándome frente a la entrada para bloquear cualquier intento de avanzar luego de conocer la información.

―Sí, vive aquí, yo soy su hijo. Él no está ahora-... aunque no estoy solo en casa tampoco... ―advertí, tratando de ponerme a salvo aunque estuviese acompañado solo por mis gatos, que ya estaban maullando detrás del portón de entrada al escuchar mi voz ―Pero volverá más tarde. Puedes dejarme... eso que tengas que entregarle a mí, o puedes volver luego.

―Escucha, no tengo tiempo de ir y venir luego porque él está ocupado... Llámalo con tu teléfono y dile que lo estoy buscando ―suelta el agarre en el bolso pesado y desgastado que carga en la espalda, me mira con desprecio cuando lo deja caer al suelo, llevando la mano al bolsillo de la sudadera de donde saca una cajetilla de cigarrillos.

FRAGILE | JOHNTENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora