» Dos «

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El aire olía bien. Olía jodidamente bien.

Dejó que su cola bailará libre por el aire, una pequeña cola con púas al final. La amaba mucho, era lo que le hacía especial aún con los de su especie, pero debía guardarla en algunas ocasiones.

Olió el aire y detectó de dónde venía el delicioso olor. Su cola se enderezó como una antena, dispuesta a arremeter contra cualquiera que se le topara en el camino.

El bosque era amplio, demasiado amplio. Le gustaba vivir en él, no muchos humanos se atrevían a entrar en él, unos porque no eran valientes y, en su otra gran mayoría, porque habían escuchado algunos rumores.

Aún así, tal parecía que una personita había ido a jugar con él.

Se estremeció de placer con solo pensarlo.

Podría comerlo, su sangre olía de maravilla. El sudor parecía darle un buen sazón, pero definitivamente debía lavarlo si no quería que su estómago tuviera indigestión de tanta mugre.

Se paró en un árbol y lo olfateó. Parecía que había descansado ahí.

Miró a su alrededor antes de mirar al suelo. Definitivamente había estado ahí más tiempo del necesario... Oh, ¿qué era eso?

Se agachó con curiosidad, su cola revoloteando por el lugar como muestra clara de interés inquieta. Agarró el pedazo de tela que se había atorado en una raíz del árbol y la llevó a su nariz.

-Maldición -gruñó cuando su boca se llenó de saliva. Ese humano definitivamente debía ser suyo, se encargaría de darle una muerte rápida si éste prometía no hacerse el difícil.

Con el pedazo de tela en su mano, encontrar el olor fue aún más fácil. No dudó en seguirlo dando pequeños brinquitos, hace mucho no había comido a un humano, mucho menos a uno tan valiente como para adentrarse tanto en el bosque... ¿Qué lo habrá lastimado tanto? Olía mucho a sangre, pero también a sudor. Era claro que se estaba esforzando demasiado, así que...

Escapando.

Estaba escapando.

Pero, ¿de quién? ¿De él? Todavía no le hacía nada, ni se había aparecido frente a él como para que quisiera alejarlo.

Su cola cayó desanimada.

¿Qué habría hecho para que el humano supiera de él? ¿Habría pisado algo? ¿Le había visto cuando estaba distraído? ¿Qué tal si...? Oh, ahí estaba el porqué.

Se escondió detrás de un árbol para verlos. Un grupo de militares estaba reconociendo la zona cuando una de ellos recogió algo del suelo. Puede que fuera imposible para un humano, pero él lo reconoció de inmediato.

Era de su humano.

Un collar con el olor de su humano.

Por ende, era su collar.

¿Por qué ese mortal se atrevía a tocarlo con sus sucias manos?

Su cola se erizó molesta y, con una sacudida, el rostro y ojos del militar se llenaron de púas. Antes de que pudiera siquiera salir del shock, corrió hacia él y le arrebató el collar, pasando sin ninguna delicadeza su cola por su cuello.

El militar cayó al suelo soltando su último aliento de vida. No que le importara, realmente.

Mientras los compañeros de su víctima comenzaban a acercarse a la escena del crimen, él se enfocó en ver el collar militar.

Tom M. Riddle.

Le gustaba el nombre.

Se puso el accesorio del humano y gimió de excitación. Ahora el olor de Tom le estaba rodeando el cuello. Estaba en él.

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